Es extraño sentarse a escribir las implicancias de ésta parashá en un mundo en el que el valor supremo de la justicia se ha desvirtuado. Entendiendo al ámbito de la justicia como el último reaseguro de una legalidad que garantiza una sociedad en la que sus miembros no están arrojados a la selva de las pugnas políticas, económicas, bélicas… La justicia y quienes la administran- los jueces, shofetim; el nombre de nuestra parashá- son ese eslabón infranqueable al que nosotros, los ciudadanos, les confiamos, en definitiva, el curso de nuestras vidas, cuando otros pretenden arrebatarla.
No generalizamos, pero el mundo judicial pasó a formar parte en muchos casos, de un espectáculo mediático, que persigue eso, el efecto en la opinión pública, más que la aplicación responsable de una ley igual para todos, que asegure el bien común y la ética dentro de una sociedad.
Parashat Shofetim comienza con la orden de nombrar jueces para establecer mishpat tzedek, juicio justo (Devarim 16:18). Pareciera que, desde entonces, habría sospechas de juicios que no serían justos. Juicio y justo, dos palabras que deben ir juntas para que una sociedad funcione.
Pero esta sección de la Torá no habla sólo de la administración de justicia. Porque inmediatamente vuelve a la frase tan emblemática: «Tzedek Tzedek Tirdof – Justicia, justicia que seguirás, para que vivas y heredes la tierra que el Señor tu Dios te dio (Devarim 16:18)».
No basta con aspirar a una administración de justicia transparente, equitativa y en definitiva legalmente justa. No basta con lamentarse cuando esto no funciona. Hay una invitación a ser constructores activos de una justicia que excede las fojas de un tribunal, que excede lo contencioso y lo controversial. Porque, sumado al cuadro del debilitamiento de los sistemas judiciales, creo que la parashá nos pide que no dejemos de actuar con todo nuestro ser para construir una sociedad con condiciones más justas: y aquí no se habla de magistrados, letrados y leyes. Acá se habla de nosotros.
Justicia, justicia, debemos perseguir. Justicia para hacer cumplir las leyes. Y justicia, para que no seamos cómplices de las injusticias del mundo.
El Talmud lo amplía: “El Santo, Bendito sea, ama a tres personas: Uno que no se enoja; uno que no se emborracha; y uno que sabe perdonar. El Santo, bendito sea, odia a tres personas: uno que dice una declaración con la boca y quiere decir otra en su corazón, es decir, un hipócrita; alguien que conoce el testimonio de otra persona y no testifica en su nombre; y uno que observa un asunto licencioso realizado por otra persona y testifica en contra de él solo. Su testimonio no tiene sentido, ya que él es el único testigo; en consecuencia, simplemente le da al individuo una mala reputación.” (Talmud de Babilonia, Pesajim 113b)
Y quizás me quedo acá.
Para entender que necesitamos ocupar un lugar que nos haga más justos. Que no nos enmarañe en la desidia y la falta de confianza. Que no nos impotentice.
Decir palabras con nuestras bocas que no condicen con lo que sentimos en el corazón, es un acto de injusticia. Quizás nos robaron la capacidad de pasar por el corazón las palabras que dicen de nosotros, desde nuestras bocas. Quizás mostrarnos sensibles a lo precario, a la soledad, a la marginación nos hace ver débiles y vulnerables. Y entonces callamos. Probablemente para protegernos. Como si la neutralidad nos salvara de ponernos en contacto con lo que duele, con lo que no está bien. El Talmud habla de esta actitud como un gesto hipócrita. La hipocresía es una medida de la injusticia.
Por otro lado, la omisión, el silencio, cuando uno/a realmente sabe algo, lejos de ser protector, es un acto de plena injusticia. No involucrarse, no meterse, no aportar, no intentar mediar, no poner el cuerpo y callarse, lejos de ser neutro, es injusto. La justicia que debemos perseguir nos pide como primerísima medida que actuemos, que salgamos de la inmovilidad, que nos importe algo por lo cual jugárnosla. Como si la Torá hubiera anticipado la apatía de muchos en tiempos de dificultad y crisis y es allí donde más se ponen en juego nuestras capacidades humanas para aportarle a la existencia una causa que justifique estar de pie.
La justicia que construye una vida ética es un asunto que depende de todos nosotros. Más allá del lugar que ocupes en la sociedad.
Comienza con un corazón que se conmueve. Con un alma que no se queda tranquila ante la desigualdad y el sufrimiento.
Continúa con el activismo, es decir, con el mandato de activarnos en pos de aliviar, de componer, de incidir para que las víctimas de las injusticias, al menos se sientan miradas, acompañadas y por qué no llegar a mitigar parte del dolor con nuestros gestos e iniciativas.
Justicia en tiempos en los que la injusticia para a ser casi un escenario naturalizado en nuestras sociedades, es un llamamiento más que necesario.
Y no es una utopía. Tampoco es para unos pocos, de “buena voluntad”. Es un deber. Un mandato. Es lo único que puede devolverle a la vida la dignidad que para tantos hoy les está vedada.
En tiempos de Teshuvá, en este mes de Elul, nos pregunto: ¿Cuántas acciones en pos de la justicia en nuestro entorno, hemos hecho en el año que está concluyendo?
Todavía hay tiempo.
Siempre hay tiempo.
Shabat Shalom
Rabina Silvina Chemen.