¿Comenzamos? ‘Vayamos al inicio de todo el rollo de la Torá.
“En el comienzo Dios creó los cielos y la tierra. Y la tierra era “tohu va-bohu” (traducido como algo “informe y vacío”), y la oscuridad cubría el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas.” (Bereshit- Génesis 1:1-2)
La Torá desde su primer instante nos ofrece una imagen que nos deja perplejos. Palabras que no son utilizadas con frecuencia luego en el texto bíblico y un Dios que se cierne sobre un caos inimaginable que no nos permite aseverar fehacientemente aquello que decimos que Dios creó “ex nihilo”, es decir que no había nada, antes.
Porque sí había.
Caos. Lo impronunciable. Abismo. Agua. En fin.
Estamos ante un problema o ante una oportunidad.
Vayamos a ver dentro del Tanaj en qué contextos se usan estas palabras.
El profeta Yishayáhu (Isaías), en un texto durísimo describe el castigo que recibirá Edóm, enemigo de Israel por parte de Dios. (34:11)
“Se adueñarán de ella (NT. de la tierra) el pelícano y el erizo, la lechuza y el cuervo morarán en ella; y se extenderá sobre ella cordel de destrucción (tóhu), y la plomada del vacío (bóhu).”
Si bien nos es difícil imaginar exactamente a qué se refiere el cordel de la destrucción y la plomada del vacío se desprende que estamos ante una imagen de total catástrofe.
Sigamos.
El profeta Yirmyáhu (Jeremías) utiliza estas palabras para referirse a la desilusión de Dios ante las actitudes del pueblo de Israel y lo expresa de este modo (4:22-23):
“Porque mi pueblo es necio, no me conocieron; son hijos ignorantes y no son entendidos; sabios para hacer el mal, pero hacer el bien no supieron. Miré a la tierra, y he aquí que estaba asolada y vacía (tóhu vebóhu); y a los cielos, y no había en ellos luz.
El profeta usa los términos tóhu y bóhu —como hace Bereshit— para hablar de una sociedad completamente desordenada y vacía, tanto en lo moral como en lo intelectual, donde todo parece carecer de sentido. Es como un reflejo de la oscuridad que existía al principio de la creación, antes de que Dios pusiera luz en el mundo.
Herramientas que destruyen, desolación, vacío y oscuridad. Esa fue la antesala de la creación. Y no es un tema científico que fácilmente se puede refutar con datos e hipótesis. Es una posición ética.
¿Para qué fuimos creados?
Para sanar los caos, las pulsiones de destrucción, los vacíos, los cordeles que ahogan, las venganzas y las tinieblas. Y la reparación no será un tema de Dios sino el propósito de la conciencia de los seres humanos. Hay un origen. Y hay un propósito. Hay un origen que prescribe una responsabilidad. Nuestra razón de ser en el mundo es resistir al caos, ganarle al caos, no dejarnos derrotar los profetas del caos.
No fue sólo Dios quien tuvo la oportunidad de ver el tóhu vabóhu- el vacío, la oscuridad y la desolación.
No sólo el reino castigado de Edom, con el profeta Yishayáhu. Ni sólo el pueblo de la época de Yirmiyáhu.
Nosotros también estuvimos sobrevolando esa negra oscuridad de nuestra historia por dos años.
En aquel Simjat Torá no pudimos alegrarnos y mucho menos celebrar ningún comienzo. Volvíamos a ese abismo negro, del que nos resultaba difícil imaginar ninguna salida. Y así vivimos soñando con ese Bereshit que nos arroje a un espacio de luz. Y que sea “tov-bueno”, como valoró Dios la obra de su creación.
Y finalmente, volvimos a Bereshit. Porque nuestro pueblo jamás abandonó la lectura circular, ese rollo que nos enseña en su majestuoso silencio, que los procesos son cíclicos, que aún en la peor sensación de final, en algún momento llegará la posibilidad de recuperar un inicio.
Del tóhu vabóhu insoportable a esta tímida y pequeña sensación de Bereshit. Tenemos derecho a este Bereshit. Necesitamos un Bereshit para comenzar a caminar otras narrativas.
Con todos los rasguños y cicatrices, con todas las congojas retenidas por unos instantes para darle paso a ese pequeño rayo de luz que supone una débil promesa de fin de guerra y un trabajo titánico de reconstruirnos, llegó el Bereshit para Ariel, David, Gali, Ziv, Matán, Eitán, Nimród, Omri, Guy, Alón, Yosef-Jaim, Elkaná, Avinatán, Eitán, Máxim, Bar, Seguev, Evyatár, Rom y Matán. No los conocíamos y la fuerza del dolor nos hizo familia. Lloramos con sus madres y novias, los abrazamos con sus hijos y padres… y no dormimos esa noche para recibirlos a las 3 de la mañana desde Argentina, o desde cualquier huso horario en cualquier país del mundo.
Un Bereshit con sabor agridulce. Por la alegría del retorno pero también por las decenas de familias en duelo interminable por los cuerpos de sus amados que no fueron devueltos y por las muertes de las víctimas de esta guerra eterna e infame.
La gran escritora polaca Wiszlawa Symborska escribió un poema llamado Fin y Principio que quisiera compartir con Uds.:
FIN Y PRINCIPIO
“Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
…En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.”
Habrá mucho que limpiar y acomodar, y mucho por zurcir y enmendar, y mucho por llorar y gritar, y mucho por tratar y entender, y mucho por juzgar y decretar, y mucho de todo, porque fue mucho lo que se perdió en estos dos años de tóhu vabóhu.
Y con la memoria intacta, y el dolor que jamás se irá nos volveremos a poner de pie, una vez más. Para comenzar a escribir un nuevo rollo. Ese que narre la historia de un pueblo que tiene la dignidad de celebrar comienzos.
Rabina Silvina Chemen