PARASHOT TATSRÍA y METSORÁ: la enfermedad del límite

Las parashot que leemos esta semana -que parecieran ser un compendio de infectología que trata afecciones corporales -nos enfrentan a una lectura particular en estos días aciagos por donde los miremos. Escribo estas líneas en Yom Hazikarón, el día del recuerdo de todos los caídos en las guerras para que nuestro pueblo pueda volver a su tierra, con imágenes por doquier de vidas truncadas, jóvenes, muy jóvenes, que vivieron en un mundo que sigue resolviendo los conflictos sumando muerte y dolor infinito. Y en el acto lo veo cantando a Sagi Dekel Chen, quien estuvo 500 días secuestrados, con su brazo en recuperación, cantado la canción: “Somos todos hijos de la vida” diciendo: -Somos todos hijos de la vida. Volví al Kibutz Nir Oz (de donde lo secuestraron) un kibutz de lágrimas, abrazos y hombros húmedos. Perdimos 53 amigos. Nos sostiene la esperanza, la amistad, la unión, el amor. Vivimos la tragedia. Los cielos, el mar, los árboles quedaron hermosos solo en la imaginación. Yo soy libre, pero no tengo sosiego. Yo soy libre pero no tengo sosiego. ¿A dónde fueron los hijos de la vida?

Y me pregunto si venimos a la vida para matar o morir como la única opción para dirimir una disputa. Si la política, la economía y la tecnología dejaron de tener en cuenta el valor de la vida, si los límites territoriales y de poder se llevan la vida puesta, ¿dónde quedó la belleza, el misterio, la trascendencia, la esperanza, el deseo y los sueños de seguir trayendo hijos al mundo no de la vida, sino para la muerte, como moneda de cambio?

Con estas emociones llego a las parashot que leemos esta semana. Y focalizo especialmente en el fenómeno de la tsaraát- la enfermedad que ataca la piel y que le queta tanto el sueño a nuestros exégetas y estudiosos del texto bíblico. La tsaraát y el comportamiento para con el tsarúa, es decir, quien padece esta enfermedad.

Miren qué interesante lo que dice Rachel Adler, en “Those Who Turn Away Their Faces,” in Healing Through the Jewish Imagination respect del tema de la piel enferma:

“Las sociedades temen la invasión, la desintegración y la inundación; de ahí las extremidades y las fronteras de nuestras naciones, y nuestros cuerpos son focos de preocupación, lugares donde la integridad puede ser violada y el orden derrocado… La piel humana es una frontera larga y continua que delimita la más básica de las fronteras, la frontera entre el cuerpo humano y el mundo exterior. Las heridas en la piel [como las del tsaraát] son ataques a la integridad del cuerpo. Dejan la carne viva vulnerable al mundo exterior o exhiben una carne dominada por externalidades…”

La piel comparada con las fronteras. Fronteras del cuerpo humano, como las fronteras de los países son focos de preocupación. Todo lo que sea amenazante para la vulneración de nuestros límites hay que mantenerlo lejos. No podemos tener contacto con la llaga. Los puros se encierran en un lugar, y los “impuros” deben quedar fuera del territorio.

Las sociedades temen a la invasión o la desintegración, y por eso se arman hasta los dientes para evitar cualquier contacto que vulnere sus bordes. Igual que las personas, que han aprendido a mirar con desprecio cualquier otra piel que represente la vulneración de sus categorías. Todo “otro” visto como un posible ataque a la integridad debe ser aislado, encerrado o desaparecido para sentirse seguros.

Y esta dinámica de cerrar filas para protegernos de cualquier flagelo ha educado generaciones y generaciones que han aprendido el arte de la guerra para defender la propia frontera-física, ideológica, religiosa. Nos han enseñado que eso otro que no somos nosotros, nos contagia, nos ensucia, y en ante el peligro, intentamos deshacernos de él.

Es tan sabio el texto, que dice que quien está contagiado en su piel, luego contagia sus prendas y luego las paredes de su casa… y así, como en círculos concéntricos, el desprecio, la aversión y el miedo hacia el otro, contagian todos nuestros bordes: las ropas, la casa, y yo diría, nuestros círculos de amigos, nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra sociedad. Vamos educando generaciones de personas que se amurallan en sus fronteras para no enfermarse de eso que está afuera y que es pasible de intercambiar con nosotros otro tipo de borde sin entender que esa cerrazón e intolerancia al afuera los enferma terriblemente.

La autora que más consulto cuando transitamos el libro de Vaikrá (Levítico) es Mary Douglas, en su libro Levítico como literatura piensa estas leyes de tsaraát a partir del sacrificio que el sacerdote debía ofrendar: korbán jatát- la ofrenda de expiación.

“usa la simple idea de cubrir para construir una serie de analogías para la expiación desde la piel que cubre el cuerpo, a la prenda que cubre la piel, a la casa que cubre la prenda, y finalmente al tabernáculo: en cada caso, cuando algo ha sucedido que daña la cobertura, se debe hacer la expiación.” 

¿Cómo se explica? La lectura más lineal sería que las enfermedades, y sobre todo ésta, tan desconocida y alarmante, era un castigo por alguna transgresión que se debía expiar. Pero yo me pregunto si acaso todos los que reaccionaban con asco y desprecio ante la piel del otro no estaban cometiendo el peor de los pecados por los cuales el sacerdote debía pedir perdón. ¿Será que poner el límite de nuestro prójimo del lado de la impureza es un error que desde el cielo nos piden que enmendemos?

Buscando más interpretaciones encontré, por último, algo que puede interesarnos para salir de este análisis tan triste, tan doloroso y aparentemente sin salida.

La palabra carne/piel en hebreo en “basar”- (בשר), que tantas veces aparece en el texto de nuestras parashot. E increíblemente el verbo anunciar o proclamar es “lebaser”- (לבשר), es decir, comparten la misa raíz. En general cuando se usa esta palabra es para anteceder buenas nuevas, buenas noticias. Leemos en Yeshayáhu- Isaías 52:7:

“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: Tu Dios reina!

Quizás sea éste el mensaje que debiéramos dejar esta semana. Que las carnes heridas, las identidades odiadas, las fronteras vejadas, las libertades encerradas, las mentalidades obtusamente aisladas, vuelvan a decidir que las fronteras, los espacios de contacto entre unos y otros es la posibilidad de dar vuelta la página de esta historia negra y de carnes llagadas, balaceadas y quemadas, pasemos a “lebaser” a anunciar esa buena nueva; de la desolación a la redención, de la guerra al sosiego, del miedo a la libertad.

De nada sirve encerrarnos para salvarnos. Quizás el profeta esté pidiendo que salgamos a la caminata, con nuestros propios pies a juntarnos con otras pieles, otras ideas, otros rostros, para pedirnos perdón y volver a construir puentes y caminos que aseguren que los hijos de la vida, sólo volverán a la vida.

Rabina Silvina Chemen