PARASHAT VAIKRÁ 2025: un descanso para las heridas

Mucho podría decirse del libro de Vaikrá y de esta parashá en particular. Pero al leerla sólo se ilumina una palabra: shelamím que es el nombre de una de las ofrendas que se describen en el repertorio cultual/sacrifical del pueblo hebreo. No puedo ver otra cosa. No puedo desviar mi lectura a otra palabra. Y debo tomar una decisión: o la paz es una ofrenda, es decir, se ofrece, se da, se regala, se dedica; o la paz es un sacrificio que termina desguazando a un animal sobre un altar en el fuego. Sí. Es sólo un juego semántico lo mío, dado que en hebreo es “zevaj hashlamím” o “korbán shelamím”, y ambas aluden a un sacrificio animal con un propósito: “shelamím”. Sin embargo, el modo en el que uno traduce y explica los términos, construyen sentidos diversos. Declaro, por tanto, que hablaré de ofrenda porque estamos agotados de tanto sacrificio.

¿Qué es shelamím? Estudiemos lo que dicen nuestros maestros: Rashi (s XI) cita dos opiniones:

  1. «que difunden paz en el mundo»;
  2. «que traen paz al altar, a los sacerdotes y a los dueños» (lo que significa que todos disfrutan de comer el sacrificio).

La primera de las acepciones es obvia; se la ofrece para diseminar la paz en el mundo. La segunda, en cambio, nos agrega un sentido interesante; explica que, una vez realizado el ritual, tanto los sacerdotes- los funcionarios rituales y los oferentes- quienes trajeron al animal para darle ese propósito- se sientan a la misma mesa a comer de él. Una paz que viene como consecuencia de poder sentarse a la misma mesa aún ubicados en roles distintos en la sociedad: uno es la autoridad, el otro, un miembro del pueblo.

Rashbám (s. XII) por su parte, suma una tercera posibilidad: «El término shelamím deriva su significado de ‘él hizo un voto y necesita pagar (en hebreo “leshalém”) por su voto’, es decir, del lenguaje del pago».

¿Lo explicamos? Shelamím no derivaría de “shalom/paz” sino de “leshalém/ pagar” lo que una persona haya asumido como compromiso monetario como un voto. Algo así como que hay una deuda que se cancela a partir de esta ofrenda. Algo que queda saldado.

Mucho más adelante, en el libro de Deuteronomio- Devarím 27-7 vamos a leer lo siguiente: «Y sacrificarás allí shelamím y los comerás, regocijándote ante el Señor tu Dios». Lo mismo volverá a aparecer al comienzo del reinado del rey Shaúl: «Allí ofrecieron sacrificios de shelamím ante el Señor; y Shaúl y todos los hombres de Israel celebraron allí una gran celebración» (Shmuel I/Samuel I- 11:15).

La consecuencia de esta ofrenda es el regocijo y la celebración, no es por una expiación ni se ofrece por obligación, sino que es una ofrenda voluntaria.

Se necesita voluntad, mucha voluntad para ofrecer la paz, -en plural- “shelamím”. Voluntad para entender que no es de un solo modo. Que jamás se consigue unilateralmente. Que es un proceso complejo que necesita de todos los componentes. No hay paz si no es para todos, sin excepción. Sólo cuando los que tienen responsabilidades políticas sobre los pueblos que lideran puedan poner como objetivo primordial de sus decisiones a sus gentes, entonces habrá alguna chance para la paz. Y, por último, la paz es la gran deuda que jamás se salda. Todos hacen votos de prosperidad y libertad. Y muchos votan esas promesas. Es tiempo de hacer valer los “shelamím” y pagar por lo que se ha asumido. De otro modo, jamás habrá ofrenda, sino lo que estamos viendo y viviendo: sacrificio.

Personas sacrificadas a destajo; muertos, heridos, torturados, secuestrados, vilipendiados en el peor de los cinismos ante un mutismo internacional atroz.

Pueblos sacrificados, porque se perdió la esperanza, porque gana el odio, porque se impone el miedo, porque la confusión debilita y la desesperación conduce a las peores decisiones.

Ideales sacrificados; aquellos que proclamaban la convivencia, la coexistencia, la riqueza de pluralidad, el respeto por los derechos de todos.

Libertad sacrificada, cuando se alzan voces que piden que el terror deje de gobernarlos y los aplastan como cucarachas infundiendo el pavor y el silencio.

Infancia sacrificada, porque hay una generación de niños y niñas que empezaron a comprender la vida regados de misiles en sus cabezas y de discursos de odio y sin salida.

Vaikrá- “Y llamó”. Así comienza este libro.

“Y llamó”.

Hoy el libro llama. Llama a los gritos a poner en valor el mensaje de zevaj hashlamím. Ofrendar gestos que puedan de una vez por todas hacer valer esa palabra, y saldar la deuda que se tiene con todos los que han quedado malheridos en esta guerra infame.

Éste es mi llamado. Alzo mi voz y mi escritura como tantos, para ofrecer, ofrendar mi anhelo y mi esperanza. Necesitamos terminar con esta locura y para ello, unos y otros tendrán que sentarse a la misma mesa.

No abogo por una paz romántica. Nadie ya cree en eso. Sin embargo, como sucedió en tiempos bíblicos, después de los shelamím venía el regocijo. Quizás recuperemos de una vez por todas, el derecho de todos a vivir con alegría.

Los dejo con una maravilla de poema de Yehuda Amijai, (1924-2000) quien peleó en tantas guerras, que no vio lo que estamos viviendo hoy, pero como si nos estuviera leyendo en este momento escribió:

“LA PAZ SILVESTRE

No la de un alto al fuego

ni la de la visión del lobo junto al cordero,

sino

la del corazón cuando se acaba la agitación

y hablamos de un gran cansancio.

Sé que sé matar,

por lo tanto, soy adulto.

Y mi hijo juega con una pistola de juguete que sabe

abrir y cerrar los ojos y decir “mamá”.

Una paz

sin el ruido de forjar las espadas en rejas de arado;

sin palabras, sin el sonido de los pesados sellos de goma;

que sea ligera por encima

como espuma blanca y perezosa.

Un descanso para las heridas,

aunque sea breve.

(Y el aullido de los huérfanos se pasa de una generación

a otra, como en una carrera de relevos:

la estafeta nunca cae).

 

Que sea

como flores silvestres,

de repente, por necesidad del campo:

una paz silvestre.”

 

Paz: un descanso para las heridas. Un descanso.

Rabina Silvina Chemen