PARASHAT ITRÓ 2024: Los sonidos del silencio

La escena de la teofanía y la revelación de los Diez Mandamientos delante del pueblo de Israel es una de las más conmovedoras del texto bíblico. En primer lugar, porque marca un hito fundacional en el pasaje de un grupo de familias con origen común a una nación con un propósito común. Desde ese momento hemos vivido como pueblo el compromiso de, donde estemos, cuidar nuestra fe, honrar a nuestros mayores, no incurrir en ningún tipo de idolatría, santificar tiempos de descanso y tener una vida ética tanto privada como socialmente. Desde entonces que estamos en este mundo por un proyecto en esta tierra de respeto, concordia, moral y fe. Desde entonces hemos permanecido, quizás gracias a este marco otorgado en aquel monte Sinái, en la historia, sobreviviendo grandes imperios que, a pesar de tenerlo todo, olvidaron que la amalgama que sostiene un proyecto nacional es una conducta basada en una fuerte conciencia social como proyecto divino en la tierra.

Pero lo que más me conmueve de esta parashá, cuyo foco primordial son las Aseret Hadiberot (los Diez Mandamientos) es la poética en el relato, las imágenes transformadas en palabras para decir lo indecible; la presencia de la voz de Dios ante todo un pueblo. Una poética que nos regala generosamente el narrador bíblico para que nosotros, cerrando los ojos, podamos sumergirnos en esa experiencia única y a su vez eterna que fue el encuentro con el mensaje divino.

Así leemos en nuestra parashá:

 וְכָל-הָעָם רֹאִים אֶת-הַקּוֹלֹת וְאֶת-הַלַּפִּידִם, וְאֵת קוֹל הַשֹּׁפָר, וְאֶת-הָהָר, עָשֵׁן; וַיַּרְא הָעָם וַיָּנֻעוּ, וַיַּעַמְדוּ מֵרָחֹק

“Todo el pueblo vio los sonidos (en hebreo; las voces) y los relámpagos, la voz del cuerno y el monte humeando; y cuando el pueblo vio esto, retrocedieron y se quedaron a distancia.” Shemot- Éxodo 20:15

La Mejilta de Rabi Ishmael (una colección midráshica de principios del siglo III de la tierra de Israel de la escuela del rabino Ishmael) explica lo siguiente:

«Y todo el pueblo vio los sonidos (en hebreo; las voces) y los relámpagos «: Vieron lo visible y oyeron lo audible. Estas son las palabras de Rabí Ishhmael. Rabí Akiva dice: Vieron (lo que era audible) y oyeron lo que era visible.”

Es una explicación que podríamos comprender. Mientras que uno dice: que escucharon las voces y vieron los relámpagos, Rabí Akiva va a decir que la fuerza del milagro hizo que los relámpagos se escucharan y las voces se vieran.

Rashi, (s XI) va a profundizar esto diciendo que “ellos vieron los sonidos: vieron lo que debería oírse, algo que es imposible de ver en cualquier otra ocasión y que “los sonidos” surgieron de la boca del Todopoderoso.”

Es decir, que el Todopoderoso tiene la facultad extraordinaria de hacer que su voz se vea. Y en cierto sentido es lógico; lo único que podía verse fue Su voz, ya que nadie, ni siquiera Moshé tuvo esa posibilidad de verlo con sus ojos. Es bello pensar que Dios dejó ver su voz a su pueblo.

Ovadia Sforno (s. XVI) busca otras metáforas en el texto bíblico y la encuentra en el versículo de Kohelet- Eclesiastés: “… “y mi corazón ha visto mucha sabiduría y ciencia.” La vista que nace del corazón, de las ganas de comprender lo que se escucha y darle forma a pesar de ser inmaterial.

El libro de midrashim sobre el Éxodo, llamado Shemot Rabá (5:9) trae una explicación hermosa:

“Y el texto dice: Todo el pueblo vio los truenos. No está escrito «voz (hakol) «, sino «voces” (hakolot) «. Rabí Yojanán enseña que cuando la voz de Dios surgió en el Monte Sinái, se dividió en setenta idiomas humanos, para que todo el mundo pudiera entenderla, y cada nación la escuchara en su propio idioma.”

Dios tiene voces, en plural porque nos habla a todos. O, mejor dicho, es pasible de ser entendido por todos, en su propio idioma, su propio contexto y cultura. Y cuando hay un mensaje que es bueno para todos, constructor de una humanidad más armoniosa y justa, esa voz merece ser no sólo escuchada sino materializada para ser vista. Setenta idiomas humanos, un proyecto no sólo para el pueblo judío; la plataforma para huir de la deshumanización que estamos viviendo: no matar, no dejar al prójimo sin lo que necesita, no querer apropiarse de lo que no te corresponde, respetar el mensaje de nuestros mayores, adorar a un Dios que promueve la libertad y no la sujeción, tener compromiso con las palabras, cuidar la verdad y la justicia.

Las voces de Dios se ven en momentos de profunda disposición mística a tener un encuentro con lo trascendente.

Pero creo que otras voces también se ven en momentos de profunda desesperación y agobio como el que estamos viviendo como pueblo judío.

Evocando la alegría y el temblor reverencial de aquel Sinái, no puedo hoy dejar de ver y oír lo que no vemos ni podemos escuchar: las voces de los secuestrados que claman desde debajo de algún túnel, desde algún pozo pútrido que alguien los rescate. Vemos sus voces quizás silenciadas por algún trapo en una noche eterna de miedo y pavor. Todos los escuchamos, a pesar de que los sonidos de los misiles, las manifestaciones antisemitas, los atentados en todo el mundo, nos hagan creer que no podemos escuchar.

Nosotros, como pueblo vemos las voces, y escuchamos en el silencio. Y no por milagro, sino por haberlo aprendido en cada capítulo negro de nuestra historia. Desde el siglo I que hemos sido forzados a exiliarnos, decidimos escucharnos a pesar de las distancias y los decretos que pretendieron silenciarnos, convertirnos, y desaparecernos. Y nuestras voces trascendieron las geografías a través de sus textos, y discutimos con Rashi en Francia y con Rabenu Jananel en Túnez y le agregamos la voz de Spinoza en Holanda y seguimos escuchando a Dios desde el Sinái que nos dice; sigan hablando, aunque parezca que nadie los escucha. Sigan hablando en tantos idiomas como sea posible para que los comprendan. Sigan proclamando la fe en un Dios de libertad, en una sociedad que ame a sus prójimos, que se ocupe de los que necesitan y que permita que cada uno, en su idioma viva y deje vivir a otros en paz.

Queridos hermanos y hermanas; mientras el mundo de la política, la guerra y las diplomacias espurias sigan haciendo silencio, nosotros escuchamos sus voces y las vemos en los trazos de tiempo inacabable de este infierno. Las abrazamos, las abrigamos, y esperamos desesperadamente volver a escucharlas. Vendaremos las heridas de sus cuerpos y de sus almas. Y no pararemos hasta transformar las memorias del horror en testimonio, y las voces del silencio en proclamas de justicia y de paz.

Rabina Silvina Chemen.