Lo maravilloso del libro de Shemot es que las penurias se transforman en alegría; el sometimiento en libertad, la tortura en redención y los individuos diezmados en un pueblo fuerte con un horizonte firme.
Nos animamos a contar la historia de Egipto porque sabemos que de allí salimos, con mano firme y brazo extendido- beyad jazaká uvizroa netuyá como decimos en nuestro Séder. Sin embargo, la fortaleza de Dios no fue suficiente para evitarnos el dolor de la esclavitud. Se necesitó un pueblo que tuviera la convicción de reclamar por su bienestar y un mensajero de Dios que llevara a cabo la gesta de la liberación. La potencia del cielo no basta. Se precisa la acción acá, en el suelo. Una acción sensible, que sepa leer el tiempo histórico y encuentre los modos humanos de poder recuperar aquello que fue cercenado.
Dios elige a sus mensajeros en el texto bíblico.
Recordemos a Moshé, que escucha su nombre desde la zarza. Y aún sin entender bien cuál era su tarea, se dispone y dice “Hineni”.
Otra escena preciosa es cómo el profeta es elegido.
“Y oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces dije: ‘Hineni- Aquí estoy; envíame.’ “- Yeshiahu- Isaías 6:8
El rabino Shimshon Raphael Hirsch (s XIX) explica algo que, para mí es emocionante:
“Entonces Isaías escuchó la voz de Dios que decía: «¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» Dios estaba buscando un mensajero para esta misión. Fuera del mundo humano, servidores alados esperan para servir a Dios. Pero sólo un ser libremente capaz de ofrecer un servicio devoto a Dios puede emprender una misión al hombre: sólo el hombre puede entregar el mensaje de Dios al hombre…”
Dios busca un mensajero. No le sirven los servidores alados que están cerca de él con poderes sobrehumanos. Necesita un ser libre que se disponga a ofrecer ese servicio: ser mensajero de una misión. “Sólo el hombre puede entregarle el mensaje de Dios al hombre…”
Y esto nada tiene que ver con una falta de fe o una creencia debilitada. Al contrario. Es la expresión más cabal de la fe en un Dios que los seres humanos no debemos usar para ponerlo y sacarlo de donde nosotros no podemos ponernos o irnos… portando su mensaje; de misericordia, de justicia, de responsabilidad por el prójimo, de paz, de libertad.
La parashá de esta semana cuenta el trágico momento en donde todos los milagros que el pueblo esclavo en Egipto presenció se desvanecieron ante el inminente ataque de los egipcios por la espalda en las orillas del Yam Suf. Desesperación. Confusión. Incertidumbre. “Le dijeron a Moisés: —¿Acaso nos trajiste aquí al desierto a morir porque no había tumbas en Egipto? ¿Por qué nos hiciste esto? ¿Por qué nos sacaste de Egipto?” Shemot – Éxodo 14:11
¿De dónde sacaron semejante coraje cuando venían de centurias de silencio y obediencia?
El rabino Joseph Soloveitchik (s. XX) lo explica de este modo:
Antes de que llegara a Moshé no había ni un solo sonido. No se presentaba denuncia, ningún suspiro, no se pronunciaba ningún clamor… Los esclavos eran sombríos, sordos y mudos… Ellos ni siquiera eran conscientes de su necesidad… Cuando llegó Moshé, el sonido o la voz, comenzaron a existir… Moshé, al defender a esos esclavos indefensos, les devolvió la sensibilidad. De pronto se dieron cuenta de que todo lo que el dolor, la angustia, la humillación y crueldad, toda la avaricia y la intolerancia del hombre con sus semejantes, era el mal.
Esta toma de conciencia trajo consigo no sólo un dolor agudo, sino la sensación de sufrimiento también.
Con ese sufrimiento llegó la protesta en voz alta, el grito, la pregunta no pronunciada, la demanda por la justicia y retribución.
Esa es la función del mensajero; la de poner voz donde hay desesperación. Una voz como herramienta para pelear por los propios derechos, para defender la dignidad, para no dejarse humillar ni avasallar. Y ante la crueldad y el terror, que pueda emerger quien o quienes puedan asumir el rol de encontrar los modos de recuperar el mensaje divino en la tierra, de justicia y de paz.
Quizás el gesto más bello de este pueblo que aprendió a hablar porque quien los lideró fue gestado en la palabra liberadora, sea la reacción que tuvieron cuando cruzaron el mar. Decidieron cantar. Hacer oír la mejor versión de sus voces.
Soloveitchik sigue hablándonos:
Redención es idéntico a comunicación o a revelación de la palabra. Cuando un pueblo abandona un mundo y penetra en el de los sonidos, de la conversación y el canto, llega a ser un pueblo redimido libre. Una vida de mudez es idéntica al cautiverio, una vida dotada de habla es una vida libre.
El esclavo vive en silencio si es que tal existencia vacía puede llamarse vida. No tiene mensaje para trasmitir. En contraste el hombre libre conlleva un mensaje…
Logramos traspasar el silencio esclavo en Egipto y lo transformamos en canto.
Descubrimos que teníamos voz y al escuchar la Voz del cielo, contestaremos al unísono con nuestros propios sonidos: – Haremos y escucharemos.
Y cada vez que en la historia quisieron volvernos a sumir en el silencio de la discriminación, la humillación, el descrédito y la persecución; hemos dicho Hinenu- acá estamos. Seguimos diciendo. Seguimos cantando. Seguimos tocando música. Criando hijos. Amando. Soñando.
Como se tatuó en el antebrazo cuando fue liberada Mia Schem, esa joven rehén de Hamás, abducida en la fiesta de los jóvenes; “Volveremos a bailar”.
Como lo demostró la vida de nuestra querida Sara Rus, que acaba de dejarnos, sobreviviente de la Shoá, y madre de Plaza de Mayo, que hizo del testimonio de su vida un mensaje de fortaleza, una invitación a la dignidad y a la alegría.
Cada vez que un pogrom asaltaba nuestras vidas, con los que quedaban, y como quedaban, abríamos nuevamente una casa de estudios, un pequeño reducto para volver a pronunciar plegarias.
Y aún encerrados en las peores condiciones de los guetos seguimos tocando violines y enseñándoles a los niños a recitar poesía.
Hoy estamos como pueblo un tanto aturdidos.
Se nos mezclan las imágenes y relatos que no nos dejan dormir desde el 7 de octubre y su consecuente guerra con el día en el calendario gregoriano del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Una fecha tardíamente reconocida, recién en el año 2006, por las Naciones Unidas, para honrar a las víctimas, volvernos a ese silencio del que nosotros salimos una y otra vez desde aquel momento en el que las puerta de Egipto se abrieron.
Hoy necesitamos mensajeros que vuelvan a guiarnos para poder liberarnos de la pesadilla que nos tiene a todos atribulados, grises, confundidos y atónitos. Y es imprescindible volver a encontrar un mensaje que nos permita retornar a la promesa que parece haberse perdido.
La violencia y el odio no se irán gracias a la guerra.
La esperanza no se recuperará con un conflicto bélico que deja a todos huérfanos y heridos.
Necesitamos voces que porten un mensaje que nos permita volver a creer que hay alguna salida para recuperar la seguridad y desterrar este miedo que nos espanta la calma.
Quiero quedarme con el mensaje en el antebrazo de Mia: “volveremos a bailar”. Necesitamos creer que volveremos a bailar.
El libro de Shemot -decía al comienzo- es posible de leer porque sabemos que después del terror y la oscuridad, vino la redención.
Quizás esta semana, este dato nos dé algún aliciente para seguir transitando este capítulo de nuestra historia.
Rabina Silvina Chemen.
