Matzá, libertad y elevación
Pesaj, la fiesta de la libertad, es llamada Jag Haaviv, la conmemoración de la primavera, pero su nombre más específico es Jag Hamatzot, la festividad de los panes ácimos. Y por ese alimento se distingue de las otras celebraciones de peregrinación y es recordado por niños y adultos. Hay quienes prefieren hacer sus propias matzot o que prefieren consumir matzot amasadas manualmente, a fin de sentir que su confección ya se contaba con la voluntad de consagrarlas al espíritu de la fiesta y hay quienes las eligen shmurot – celosamente cuidadas desde la cosecha del trigo para evitar que pudieran fermentar. Durante el seder comemos las matzot por lo menos tres veces: al iniciar la comida después del hamotzí, cuando hacemos el corej – el emparedado de maror – las hierbas amargas, y después de la comida, con el aficomán- trozo de matzá que cierra la comida. Las matzot ocupan un lugar preponderante en la keará en el que colocamos los alimentos que representan los elementos concretos de la festividad. Son el invitado central del seder.
Dos son las razones por las que comemos matzá en Pesaj. Abraham Ibn Ezra nos dice que el pan ácimo era la comida que los egipcios servían a sus siervos para saciar su hambre con un alimento barato que les hacía sentir llenos y que incluso él, cuando estuvo prisionero en India, fue alimentado con ese tipo de pan. Por esa razón la norma de comer matzá fue dictada quince días antes del Éxodo. Ese es el pan de la pobreza. El que consumen de una u otra manera los menesterosos en todos los tiempos. La segunda razón se debe a lo que dice el versículo: “pues al ser echados de Egipto no pudieron tomar víveres ni provisiones para el camino” – habían salido con apuro y no podían esperar que el pan leude. Así nos enseña Rabán Gamliel cuando nos indica recordar la ofrenda de Pesaj, el pan ácimo y la hierba amarga, y nos explica el por qué de comer matzá: ‘porque la masa de nuestros padres no alcanzó a fermentar, como está escrito, (Ex. 12:39): “De la masa que habían sacado de Egipto cocieron tortas ácimas, porque no había fermentado todavía”.
Las dos causas son una. Están ligadas íntimamente. Representan elementos educativos e ilustran el proceso de la liberación que tan difícil resultó cuando éramos esclavos en Egipto y que resulta particularmente complicado también en nuestros días en los que los elementos de la redención están tan cercanos, casi a nuestro alcance. Comer matzot durante todas las generaciones del exilio y de la persecución entre las naciones, posibilitó consagrar la unión de los judíos con sus ancestros. Ellos recorrieron los intrincados caminos de las distintas esclavitudes hasta lograr un poco de oxígeno liberador. La matzá les llevó a recorrer la memoria de las amarguras y los resplandores efímeros de las ilusiones y las utopías libertarias. Sin la matzá, el pueblo judío no hubiera podido permanecer contando entre sus bienes más maravillosos su aspiración de redención. La matzá los acompañó en los días de racionamiento de los alimentos en los campos de exterminio y en la primera etapa de la reconstrucción del Estado de Israel, y no como parte de la fiesta sino como realidad de la vida. Sólo en los días de Pesaj el pan de pobreza se convertía en alimento festivo.
Comer matzá en Pesaj tiene un significado aún mayor. Nos da elementos de la verdadera redención. Éramos esclavos, pero el Éxodo no fue suficiente para redimirnos. No fue suficiente salir de Egipto para obtener la libertad. El apuro simboliza la posibilidad de elevarnos por encima de la esfera del tiempo y la matzá que no tiene más que los elementos esenciales del pan, pero, sin sus condimentos, no se contamina cuando el objetivo de la salida de Egipto es el veheveti, -los traeré a la tierra para servir a D’s. La matzá simboliza la libertad al no depender de que se agregue a lo más importante y que sirve para racionalizar y explicar la falta de acción para salir de los palacios enjaulados. Cuando abrimos la puerta en la noche del seder, lo debemos hacer para invitar a los necesitados a compartir la mesa y también para dejar que la espiritualidad ingrese a nuestros hogares y a nuestros corazones. La redención es un proceso complejo y que exige mucha preparación. No en vano las Escrituras, en Éxodo 6, nos traen los cuatro verbos que quizás sean cinco, por los que nos servimos las copas del seder.
La verdadera redención no permite remilgos de adornos innecesarios, ni de condimentos para mejorar el sabor de la masa inerme. Es humilde. Es precaria. Es lisa. Y allí resume toda su belleza y contenido. Pero, Pesaj, hoy, cuando tantos hermanos pasan hambre literalmente hablando, adquiere también la obligación de la solidaridad que excede las colectas para comprar matzot. También hace sentir patéticos a quienes en lugar de invitar a los necesitados a sus hogares prefieren que las instituciones de beneficencia les organicen sedarim colectivos con dinero ajeno a los que concurren los ricos para servir las mesas. “Dijo Rabí Abin, este indigente está a tu puerta, y el Santo Bendito a su derecha, como está escrito: “Porque Él se pone a la diestra del pobre para salvar su alma de sus jueces” Salmos 109:31. Si ayudaste al indigente, quien está a su derecha te da su recompensa y si (todavía) no le diste, recuerda al versículo: “¡Dichoso el que cuida del débil y del pobre! En día de desgracia H’ le libera” Id. 41:2.
Comeremos matzá en Pesaj pero evitaremos que los seres que queremos ver libres se alimenten del pan de la pobreza todo el año. Debemos pensar en quienes comen tortillas y pan seco y duro en los días del calendario. Ingeriremos matzá para aprender la vida de la humildad y el apuro que tenemos para salir de las nuevas esclavitudes y lograr la redención que es atemporal y cuya trascendencia nos permite unirnos con quienes se liberaron sólo parcialmente recorriendo para nosotros el camino que nos conduce al veheveti – Yo os introduciré en la tierra que he jurado dar a Abraham, a Isaac y a Iaacov y os la daré en herencia. Yo H’.
¡Pesaj casher vesameaj!
Autor: Rabino Yerahmiel Barylka