La huella hispánica en el legado musical de Sefarad

Dice un hermoso refrán sefardí: «Boca dulce avre puerta de fierro»; así la imaginada llave del corazón, quedó para siempre abierta a lo español a través de los siglos, en la memoria de los sefardíes con melodías y palabras, que fueron tejiendo una historia de conmovedora ternura y fidelidad. Después de la expulsión de los judíos el treinta y uno de marzo de 1492, los lazos que los unían a con la Península no quedaron bruscamente interrumpidos. Tanto las comunidades de Oriente, como las del norte de África, por medio de sus relaciones comerciales y culturales con España, siguieron enriqueciendo con nuevas incorporaciones el corpus de canciones y romances aprendidos antes de la diáspora.
Romance de Landarico
Dos son las grandes ramas, que se desgajan del tronco común de la cultura musico-literaria judía y española. La primera está referida a lo que podríamos denominar el «canto espiritual judeo-español», que tiene su más alto exponente en la llamada Edad de Oro del judaísmo en la España musulmana, que va de los siglos X al XII, y donde los textos de poetas como Yehudá Haleví o Salomón ibn Gabirol, se cantaban con melodías hebreas, tanto como con otras árabes o cristianas. Los cantos sinagogales estaban, y están llenos, de melismas e improvisaciones vocales. Hay que subrayar la ausencia de cualquier instrumento musical, algo prohibido en la sinagoga con excepción del shofar. Se conoce poco de la práctica musical en las juderías medievales, aunque la presencia de juglares judíos a sueldo, de distintos reyes, confirman que participaron en la música de la España medieval junto a cristianos y árabes (parece que Al-Mansur, cantor y músico judío, tuvo un importante papel en la llegada al emirato cordobés del universalmente conocido Ziryab).
El género característico, que une rasgos de la cultura sefardita con la tradición hispánica medieval, son las llamadas «coplas o complas». Se trata de poemas estróficos, algunas veces acrósticos, que se cantan y que tiene un carácter culto —es decir, esencialmente libresco— con una temática muy variada, que va desde las coplas paralitúrgicas, pasando por las admonitivas: «La vida es un pasaje / por ganar aventaje…», hasta llegar a algunas tan curiosas como: El guisado de las berenjenas, especie de recetario en verso acerca de cómo preparar esta verdura. Incluso existen parodias o versiones burlescas de coplas que se cantan en celebraciones como Hanuká: «Paró (faraón) las fazia. / Yusé (José) se las comía. Hanuquía baila tu tía / Hanucá baila tu vava».
La segunda gran rama de nuestro común acervo musical y literario se nutre de los llamados «géneros tradicionales», todos ellos de transmisión oral. Son los más populares y comprenden el refranero, los cuentos o consejas, y sobre todo los romances y canciones.
Manuel L. Ortega, en su libro «Los hebreos en Marruecos», expresa muy bien cómo es de grande y profundo el conocimiento y la vitalidad del Romancero hispánico entre los sefardíes: «En Marruecos viven todavía los viejos cantares, que desgranados de las antiguas epopeyas castellanas, aparecen ya en las colecciones formadas a mediados del siglo xv en Amberes y Zaragoza…» y otro tanto se puede decir de la romansa, término con que se denomina al Romancero en las comunidades sefardíes de Oriente.
Judíos en Sefarad
Pero ¿qué diferencias se establecen en el uso, contenido y transmisión del romancero judeo-español, según sean comunidades norteafricanas u orientales? ¿Todo el romancero sefardí procede de la Edad Media española? ¿Es cierta la idea de que se conservaron viejos romances hispánicos desaparecidos en la Península, gracias a los sefarditas? Sin duda existen diferencias formales en cuanto al uso de vocablos y también las hay, en cuanto a los temas romancísticos, según se trate de una u otra comunidad. Los sefardíes del Norte de África, por su proximidad geográfica con la Península, fueron receptores de muchos romances y canciones posteriores a la diáspora, a veces con evidentes influencias andaluzas en su música, como en el caso de las versiones marroquíes de «La hermana cautiva», y de romances, que narraban sucesos tan modernos como «El atentado de Alfonso XII».
Más antiguos que este último, pero igualmente novedosos para los judíos expulsados, fueron temas como «La muerte del príncipe Don Juan» o «La muerte del Duque de Gandía», este último, por cierto, perdido en las versiones orales españolas y conservado solo gracias al mundo sefardí. No son los únicos ejemplos: «Jimena pide justicia», «La prisión de Roldán», «El sueño de doña Alda», «Raquel lastimosa», «La mujer de Juan Lorenzo» y algunos más, entre otros ejemplos de cómo algunos temas del Romancero, han llegado hasta nosotros a través de la tradición oral judeo-española. Parece claro que no todos los romances sefardíes provienen de la tradición hispánica, sino que composiciones como «Los siete hermanos y el pozo airón» (utilizado como endecha) proceden de baladas griegas aunque su comienzo encontremos letras como esta: «Ya se van los siete hermanos / ya se van para Aragón…»

El Romancero ha estado siempre vivo y presente en el ciclo vital de los sefardíes. Lo mismo servía para llenar las horas de ocio, para acompañar trabajos caseros, como para animar fiestas y juegos. Podía ser un canto en los duelos o utilizarse para dormir a los niños, y desde luego estaba presente en las festividades religiosas (Simhat Torá, Pascua…). Una copla popular española afirma: «La dama que quiere a dos / no es tonta que es entendida / si una vela se le apaga / otra le queda encendida». Esa actitud vital picaresca y burlona, tan arraigada en la cultura tradicional hispánica, tiene su equivalente sefardita en la primera estrofa de una cántica oriental: «Dos amantes tengo la mi mama / a cual que me tome yo / el uno es pantalonero / el otro es particular».
El cancionero tradicional por su belleza literaria y musical, gran variedad de temas y ritmos, así como por su uso y ocasionalidad, durante festividades religiosas y familiares, es el más abundante y mejor conservado. Existen muchas grabaciones de temas amorosos, humorísticos, de partos, de circuncisión, de cuna y por supuesto de un acontecimiento social tan importante, como las bodas. El paralelismo temático de las canciones de boda sefardíes con las letras de la lírica tradicional española son notables, veamos ejemplos como el que se refiere a la imagen de los cabellos sueltos o destrenzados que simbolizan la virginidad y que está presente en letrillas líricas españolas: «Estos mis cabellos madre / dos a dos me los lleva el aire.. Y si acaso los descojo / luego el aire los maltrata / también me los desbarata / cuando los entrezo y cojo…». En un canto nupcial marroquí se dice: «la novia destrenza el pelo / y se desmaya el cabayero…».
También está presente el agua como elemento y referente de la pasión amorosa, o de la fecundidad, en las canciones que acompañan el baño de la novia en los ritos nupciales de los sefardíes, «Fuérame a bañar / a orillas del río / allí encontrí madre / a mi lindo amigo…; o este otro ejemplo: Debajo del limón, la novia/ y sus pies en el agua fría…»(«el baño de la novia»). Ese mismo universo simbólico de lo sensual, sexual y purificador del agua, aparece en temas españoles como: «A los baños del amor / sola me iré / y en ellos me bañaré». Asimismo el tema de la tez morena en la mujer se da en ambas tradiciones; si la hispánica afirma: «Aunque soy morena / no soy de olvidar / que la tierra negra / pan blanco suele dar.», su equivalente judeo-español canta: «Morena me llaman / yo blanca nací / de pasear galana / mi color pedrí.», tema que por cierto, aparece en la comedia de Lope de Vega Servir a señor discreto.
Otro tanto ocurre con canciones amatorias como la oriental: «A la una yo nací / a las dos me engrandecía / las tres tomí amante / a las cuatro me casí / me casí con un amor». El folclorista español Rodríguez Marín en sus Cantos populares españoles recoge la siguiente versión: «A la una nací yo / a las dos me bautizaron / a las tres me enamoré / a las cuatro me casaron». Bien es sabido que lo puro acaba por contaminarse o perecer, y como no podía ser de otro modo, el legado hispánico en la música sefardí incorporó el influjo de los pueblos y lugares donde las comunidades expulsadas se asentaron, pero después de más de cinco siglos, el hilo invisible de la tradición hace posible que ambos pueblos nos reconozcamos, a pesar de diásporas y adversidades.
Hay desde España una enorme deuda de gratitud histórica para con el mundo sefardí. Si con un refrán judeo-español comenzamos estas líneas, bien puede otro ser la llave que las cierre, aunque no para siempre: «Tal árbol, tal fruto; tal padre, tal fijo».
Por María Luisa García Sánchez. Centro virtual Cervantes.