El concepto del hombre en el judaísmo (3)

Tratemos ahora algunas ideas de la filosofía del Rabino Abraham Joshua Heschel con referencia al hombre. Heschel fue el fundador del pensamiento filosófico judío contemporáneo.
El hombre, primeramente, debe ser discernido del reino animal, pese a su condición biológica, para tener un punto de referencia que le permita saber, en qué consiste la especificidad de la condición humana. El hombre tiene que encontrar la razón de su existencia, tiene que darle un sentido a su vida. Mientras encuentra este sentido (siempre en forma personal e individual), no debe olvidar los valores morales, culturales, sentimentales, etc., y que éstos se abren a su conciencia de tal manera que requiere de ésta continuamente un pronunciamento. Esto, Heschel lo llama «lo humano en el hombre, es decir, su condición de ser esencialmente espiritual».
Abraham Yoshua Heschel
En tal sentido, la espiritualidad no está planteada en oposición o en contraposición a lo material del hombre. El hombre es al mismo tiempo imagen y polvo. Imagen de Dios y polvo como sustancia material. Como imagen el hombre estaría, sintiendo en su ser la presencia de Dios, el punto de referencia para determinar qué sentido dar a su vida. El polvo es la alternativa dada que le permite obrar según su decisión, utilizando la libertad que tiene. Si el hombre opta por la materia, puede ser inferior que los animales, dado que los animales son incapaces de superar las perversidades que el hombre puede cometer.
Pero el hombre tiene la opción del espíritu. Dios le ofrece esta posibilidad, pero no lo obliga a aceptarla. El ofrecimiento se concreta en la aceptación y en el cumplimiento de las obligaciones morales. La decisión viene del hombre. Puede vivir con la libertad que recibió y demostrar su carácter libre, el cual no está limitado por Dios. Dios espera que el hombre piense y actúe de tal manera, que pueda transformarse en Su colaborador en la permanente creación de un mundo mejor. Dios se impone una autolimitación de Su poder absoluto a favor del hombre, para que el plan divino del mundo sea una posición de privilegio y también una posición de riesgo. Dios coloca su destino en manos del hombre. Depende de la decisión y de la conducta del hombre, si quiere o puede ser colaborador de Dios. La acción del hombre es la respuesta, pero el resultado no afecta a Dios. El destinatario es el «prójimo,» el otro hombre. De aquí viene que dentro del judaísmo no es primordial la fe, sino la acción, como dice Heschel en otro contexto. Al morir, cada ser humano tiene que dar cuenta de su vida terrenal frente al Juez Eterno, quien no le preguntará, qué creía, sino qué ha hecho en la tierra durante su vida. El hombre tendrá que contar su vida, sus actos en la comunidad, en la cotidianidad, sus relaciones con sus iguales en la sociedad.
Al tomar la acción como criterio de referencia, la fe aparece aquí como una fe activa y activizadora. No es la esperanza en la actuación de Dios, sino la posibilidad infinita del hombre de acercar a Dios al mundo. La ausencia de Dios del mundo no es responsabilidad divina, sino mucho más humana, y así es también la presencia de Dios en el mundo. Cada ser humano puede trabajar para promover la presencia de Dios en la tierra y la realización del Reino de Dios entre los hombres. Mientras que en otras religiones monoteístas, la redención depende sólo de la Gracia de Dios, en el judaísmo se insiste en que ésta depende de los seres humanos; si ellos trabajaran en forma mancomunada por la redención, Dios bendecirá sus esfuerzos.
El mérito de la religión judía – dice Heschel – consiste en haber descubierto el interés que Dios tiene por el hombre. Por eso la Alianza, el Pacto, es válido para siempre y no sólo para el pueblo judío, sino para la humanidad toda. El deber de coincidir con el interés que Dios tiene por el hombre, de modo que en la medida en que la humanidad coincida con los fines divinos, Dios está presente en el mundo. Cuando el hombre usa su libertad en contra de estos intereses, Dios puede estar ausente.
De modo que la vida está concebida como una asociación entre Dios y el hombre, por eso la vida humana puede y debe adquirir un carácter sagrado. Dios y el hombre son partícipes en una lucha sacra por la justicia, por la paz y la moral, lo que es el desarrollo espiritual del hombre, que Dios se reveló a través de una Alianza, cuya manifestación es la Biblia. La Biblia no es el libro de Dios, sino el del hombre. Si él quiere, puede ser colaborador de Dios, y su acción es la respuesta a la llamada, y la historia es la búsqueda mutua entre Dios y el hombre.
Aunque sus fallas desmoralicen al hombre, debe estar seguro y consciente de que es muy importante delante de Dios. El hombre no fue lanzado a la merced de las olas y de los vientos. Al contrario, Dios está comprometido en el éxito del hombre, pues la reputación de Dios – para decirlo así – depende del hombre. Según las palabras de Abraham J. Heschel, «El hombre es hombre, porque una apuesta divina está en su existencia. No es un espectador inocente en el drama cósmico. Hay más parentesco en el hombre con lo divino de lo que se cree. El alma de los hombres son las velas de Dios, que iluminan el camino cósmico, más que las luces producidas por la combustión explosiva de la naturaleza, o por los fuegos artificiales preparados por los hombres. Y, cada llama, es indispensable para Dios. El hombre precisa a Dios y Dios precisa al hombre como Su colaborador en la permanente renovación del mundo».
Dejemos seducirnos por la belleza del lenguaje de Heschel, o supongamos que todo el concepto sea una metáfora. Sin embargo, se apura en agregar que la tradición rabínica, dice muchas veces que el hombre es socio de Dios en el perfeccionamiento del mundo que El creó. Esto ensancha la dimensión de la vida humana, dándole sentido al contenido del Pacto, de la Alianza, uno de los conceptos básicos del judaísmo clásico. Cuando el hombre lucha por la justicia, por la integridad y por la paz, cumple con las condiciones de la Alianza con Dios y hace sentir Su presencia en el mundo. Dios también está comprometido con y por el hombre. De ahí la noción bíblica de la búsqueda de la unión mística entre Dios y el hombre.
Y de ahí también, las muchas expresiones de la preocupación divina por Sus criaturas – por Israel y por toda la humanidad. Como lo dijo Jacques Maritain: «La historia de Israel – y la historia individual de cada ser humano – consiste en el profundo análisis del diálogo entre la eterna personalidad divina y nuestra persona creada; es un asunto de amor entre Dios y el hombre». Heschel también ve eso como un mensaje central de los profetas bíblicos. Dios está íntimamente ligado con la humanidad.
La última confrontación del hombre no es la con el mundo, sino con Dios – «no sólo con Su sabiduría y Su poder, sino también con Su amor y Su cariño. El Pastor Divino es una respuesta siempre presente en las acciones del hombre, por causa de la necesidad que Dios siente por la ética humana. De ahí el valor de todo acto moral, lo que es el valor supremo de toda la existencia humana – quien es el único de todas las criaturas de Dios que tiene la capacidad de responder a Su llamado: «hacer justicia, actuar con amor y obedecer humildemente a Dios.» (Miqueas 6.8.).
Obviamente, no es ésta toda la historia. El hombre realmente ha sido coronado por su Creador «con gloria y honor». Le han sido asignados los poderes más altos de la creación y de la autorrealización. En consecuencia, el hombre, consciente de si mismo como creador potencial, a veces olvida considerar que es, al mismo tiempo, también criatura. Imprudentemente rechaza reconocer que él aunque es «un poco menos que Dios», no es Dios, y su insistencia en jugar el papel de Dios como un ser omnisciente y omnipotente, lo ha llevado hacia la autodestrucción.
Es este el concepto bíblico del pecado – que es un acto de rebeldía contra las limitaciones humanas. Un acto de auto-separación de la humanidad y de todas sus vinculaciones.
Los cuentos bíblicos relacionados con la así llamada «caída del hombre» han sido interpretados varias veces por la tradición judía, y por la cristiana, y son demasiado conocidos para repetirlos. Será más interesante ver la interpretación rabínica de la dinámica del desliz del ser humano en su relación con Dios, y su autodestrucción. Al comentar el versículo tantas veces citado del libro del Deuteronomio (Deut.6.5.): «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas las fuerzas». Los rabinos del Talmud enfocan su atención en la forma gramatical e insólita del término hebreo de «levavja – tu corazón», que aparece así en este versículo, en lugar de la palabra «libeja – corazón», que es el modo de escribir normal de la palabra, cuando la letra «bet – es decir la letra b» figura dos veces. Dicen que ponerla dos veces fue intencional, y significaría que el hombre debe amar a Dios con ambas partes de su corazón, es decir, con su buena inclinación, pero también con la mala. Este concepto, que el corazón humano contiene ambas inclinaciones, se encuentra explícitamente en el Targum (interpretación aramea) del Salmo 103.14. El texto dice así: «Pues El conoce nuestros instintos – está explicado: Pues El conoce nuestro instinto malo lo que causa el pecado…»
La actuación de esta inclinación mala está sintetizada por un exégeta anterior en esta forma: «Ella te hace descender y descarriar, te arruina y te excita por su cólera, te destruye y te saca el alma.» (Baba Batra 16.a.). Un maestro posterior lo identifica con el Satanás y con el Ángel de la Muerte.
Esta inclinación, pues, es parte del hombre y lo acompaña desde la primera infancia hasta el momento de su muerte. Su lugar está en el corazón, como también el de la buena inclinación, ya que el corazón fue considerado en aquella época como el órgano del razonamiento y de la emoción.
Otro maestro considera que sólo las emociones están radicadas en el corazón, la capacidad de razonar habita en el cerebro. Ambos son órganos vitales del cuerpo humano.
Ni el uno ni el otro debe ser considerado como malo, como causante de la caída del alma pura implantada por el Creador. Más bien, la combinación de ambos, es responsable del comportamiento pecaminoso, del alejamiento del hombre de Dios, de sus congéneros e incluso, de sí mismo.
Es importante este análisis para la explicación judía de la naturaleza del hombre. Se nota la similitud entre la idea de Freud y la enseñanza rabínica: existe «jetzer tov – instinto bueno» – «jetzer hará – instinto malo». Por supuesto, no quiero insinuar que los dos están conceptualmente relacionados. Sin embargo, vale la pena comparar las similitudes: ambos comportamientos tienen su origen en la primera infancia. Ambos son función del hombre íntegro, y no tan sólo «impulsos animales» como los llama Freud. Ambos ofrecen mucha energía síquica para el comportamiento humano; la falla en su control puede causar la desintegración del hombre. Ambos, como lo veremos más adelante, pueden ser canalizados hacia direcciones creativas y deben ser perfeccionados.
Entonces, la tarea del hombre es aprender a servir a Dios con todo su corazón, – con ambas partes, con la mala y con la buena que han sido implantadas en nosotros. ¿Cómo puede ser realizado eso? – preguntan nuestros sabios y contestan: «Por estar involucrados en el estudio de la Ley y en sus exigencias prácticas de justicia y beneficencia». (Avoda Zarah 5b.). Traducido este concepto en una forma práctica, significa que por medio de la sensibilización religiosa y ética, por la autodisciplina y por sentirse responsable por la vida de los demás, por un espíritu de amor genuino por el prójimo. Esta es la vida buena, según la proposición del judaísmo clásico. Sin embargo, los maestros de antaño no ignoraron que hay competencia en el corazón humano. Reconocen que ningún ser humano puede salir completamente victorioso y conocer a fondo y dominar sus instintos y tensiones existentes en él. La plena conquista depende de la gracia divina. De ahí tantas oraciones por la ayuda divina. Pero el individuo no puede marginarse de la batalla, y es necesario que él mismo dé el primer paso en la dirección correcta, como está dicho: «Yo puse delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición.» (Deut. 30.19.).
Enseñan los sabios: «Considerando que el Santo, bendito sea El, colocó delante de nosotros dos caminos, el de la vida y el de la muerte, podemos caminar por aquel que nos guste. Pero no es así y por eso nos dice la Tora más adelante» «Elige la vida, para que tú y tu descendencia puedan vivir.» (Sifre 86a.).
A pesar de todas las dificultades que tenga que afrontar, en el hombre siempre permanecerá «la revelación especial de Dios», escribe Leo Baeck en su obra «La esencia del judaísmo». Dice que «durante su vida, el hombre tiene la capacidad de desarrollar lo divino que ha sido implantado en él. Eso se refiere a todo ser humano, pues aunque haya mucha diferencia entre ellos – rico o pobre, bueno o malo, blanco o negro, judío o gentil – su semejanza con Dios es igual para todos, y esta semejanza los hace ‘seres humanos’ a todos». Y continúa así: «Lo que es más importante para el ser humano, y que lo hará humano, está dentro de todo hombre. La tarea y el campo de batalla están asignados a todos y la nobleza humana existe en todos. Negarlo para uno significaría, negarlo para todos».