PARASHAT BEHAALOTEJÁ 2025: un sonido olvidado

וַיְדַבֵּ֥ר יְהֹוָ֖ה אֶל־מֹשֶׁ֥ה לֵּאמֹֽר׃ עֲשֵׂ֣ה לְךָ֗ שְׁתֵּי֙ חֲצֽוֹצְרֹ֣ת כֶּ֔סֶף מִקְשָׁ֖ה תַּעֲשֶׂ֣ה אֹתָ֑ם וְהָי֤וּ לְךָ֙ לְמִקְרָ֣א הָֽעֵדָ֔ה וּלְמַסַּ֖ע אֶת־הַֽמַּחֲנֽוֹת׃

“Y habló Adonai a Moshé diciendo: -Manda hacer dos trompetas de plata, forjadas a martillo. Ellas te servirán para convocar a la comunidad (en heb. edá) y para movilizar a los campamentos (a veces traducido como “divisiones” y en heb. majanot).”  Bemidbar – Números 10:1-2

Si estuviéramos viviendo tiempos serenos podríamos profundizar sobre el bello instrumento “trompetas de plata” del que tanto podríamos aprender. Sólo para citar algunas de sus funciones.

Construida con un material precioso, la plata, fabricado en una única pieza. Una de sus principales funciones era la de reunir a la comunidad.

Nuestra misma parashá da las instrucciones para comprender sus sonidos:

“Cuando se hagan sonar las dos trompetas, toda la comunidad se reunirá delante de ti, a la entrada de la Carpa del Encuentro. Pero si tocan una sola, se reunirán contigo los jefes, es decir, los capitanes de los regimientos de Israel”.

La arqueología también ha dado un testimonio valioso de este instrumento bíblico, en particular con esas trompetas aún visibles en el Arco de Tito en Roma. Un detalle del pasaje central del Arco representa dos trompetas elevadas hacia el cielo con un cuerpo muy fino que debían producir un sonido muy agudo. Algunos historiadores sostienen que el emperador Tito habría llevado este par de trompetas a Roma a título de trofeo durante su conquista de Jerusalén y la destrucción del segundo Templo en el 81 d.C.

También dirá nuestra parashá (vers. 8 del cap. 10) que sólo los hijos de Aharón tenían derecho a hacerlas sonar.

También se escuchaban en momentos sagrados: “En las grandes ocasiones, en las fiestas días de luna nueva, tocarán las trompetas sobre sus holocaustos y sus sacrificios de comunión; y este será para ustedes un memorial delante de su Dios. Yo soy el Señor, su Dios”. (10: 10)

Y así podríamos seguir profundizando en otros testimonios dentro del texto bíblico, si tuviéramos el alma y la mente disponibles para pensar la música y sus gestos en aquellos tiempos. Pero no estamos en esa sintonía. Al menos yo no lo estoy. Sigo buscando denodadamente qué decir, qué entender en este maremágnum de noticas devastadoras en un mundo que parece caerse a pedazos.

Volvamos al versículo que elegí para profundizar en esta parashá.

“Y habló Adonai a Moshé diciendo: -Manda hacer dos trompetas de plata, forjadas a martillo. Ellas te servirán para convocar a la comunidad (en heb. edá) y para movilizar a los campamentos (a veces traducido como “divisiones” y en heb. majanot).”

¿Qué necesidad tiene el relator bíblico de hacer esta distinción? Convocar a la comunidad- “eda” y movilizar a los campamentos/divisiones- “majanot”?

Buscando una pista para mi pregunta me topé con una joya del Rab Josepeh Soloveitchik. “Kol Dodí Dofek”- (la voz de mi amado/mi amigo/mi prójimo) me llama (me “golpea” a modo de tocar a mi puerta). Es un ensayo de una ponencia pronunciada por primera vez la Yeshiva University en Nueva con motivo del Día de la Independencia de Israel (1956).

Ya el título de su ensayo me conmueve; es la cita del Cantar de Cantares (5:2):” Yo dormía, pero mi corazón velaba. Es la voz de mi amado que llama: Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía…” Hay una voz detrás de la puerta que llama, golpea el intersticio que nos separa y nos pide refugio. Afuera hace frío, y el rocío le cubre la cabeza. -Déjame entrar para estar a salvo…

Hermoso título, ¿verdad?

Vayamos ahora a sus palabras y aprender cómo entiende el Rab Soloveitchik esta distinción entre congregación y campamento.

“El Campamento y la Congregación constituyen dos experiencias sociológicas distintas, dos grupos separados que no tienen nada en común ni se apoyan mutuamente. Un Campamento surge del deseo de autodefensa y se nutre del miedo. La Congregación nace del anhelo de alcanzar una idea moral exaltada y se nutre del amor. En el Campamento, el destino gobierna sin límites, mientras que el destino gobierna a la Congregación. El Campamento representa una fase en el desarrollo de la historia de la nación. La supervivencia de un pueblo se identifica con la existencia de la Congregación.”

“En el mundo del hombre también, un campamento se crea únicamente del miedo. Cuando la existencia fatídica, sin elección, aterroriza al hombre, el individuo comprende la insuficiencia de su fuerza y se alinea con otros con fines de autodefensa, para prevalecer sobre un enemigo común. El establecimiento de un campamento es una estratagema de guerra. Aprende lo que la Torá ha enseñado: «Cuando salgas como un campamento contra tu enemigo» (Deuteronomio 23:10, énfasis añadido). Un campamento nace del terror de la destrucción y la pérdida, del miedo a que el destino sea abrumador. De en medio del campamento, surge el pueblo. En el principio, los judíos en Egipto eran un campamento. Cuando fueron liberados por el Santo, ascendieron al nivel de nación.”

Es claro que la identidad del campamento tiene que ver con la subsistencia. Con cerrar filas, y protegerse ante las amenazas externas. Es una organización de defensa, de paliar el miedo con la presencia y la fuerza conjunta. Sin embargo, la aspiración de este pueblo no fue quedarse sólo en ese estado primigenio.

“La Congregación no se crea como resultado de causas negativas ni por temor al destino que persigue al hombre, que siente su propia miseria y debilidad, sino como resultado de impulsos positivos. El destino es el fundamento de la Congregación. Una Congregación es un conjunto de individuos con un pasado único, un futuro común, aspiraciones compartidas, anhelos idénticos de un mundo totalmente bueno y placentero, y un destino singular y armonioso… La Congregación abarca no solo a los que viven hoy, sino a todos los que han vivido y vivirán desde los albores de la humanidad hasta el fin de los tiempos. El Pacto de Egipto fue hecho con un pueblo que nació en el Campamento, el Pacto del Sinaí fue concluido con un pueblo santo.”

Acá quiero quedarme. En el anhelo y la necesidad de volver a creer que podemos ser Congregación. Que tenemos las herramientas -no para juntarnos con los dientes apretados, llenos de miedo y de bronca, separados en “divisiones” y preparados para ganar cualquier guerra- sino para volver a ser forjadores de un destino común, singular, armonioso y acorde a nuestros valores más supremos.

Se han dejado de escuchar las trompetas que convocaban a ser pueblo santo, humanidad santa. Y muchos sólo escuchan a los repetidores de proclamas de confrontación a toda costa, no importa quién caiga, no importa quién quede olvidado bajo tierra, en pos de una trompeta que sigue vociferando venganza y corrupción.

¿Cómo hablar de música cuando el único sonido desde hace más de 600 días es de bombardeos, de madres vociferando por la muerte de sus hijos, de protestas de odio, de discursos de muerte…? ¿Dónde están las trompetas que suenan en las voces de los que aún siguen creyendo que hay otros sonidos posibles, otras palabras necesarias, imprescindibles para frenar este desquicio?

Todos los días leemos las noticias de cadáveres recuperados, que vuelvan a su tierra en descanso eterno. Necesitamos leer y escuchar noticias de que lo que se rescata es la vida, la de todos, ya que, si la opción es unos u otros, nadie saldrá de este pozo. Necesitamos volver a creer que un sistema de justicia vuelve a ser justo. Que la política no es mala palabra. Que las manifestaciones sociales para pedir el fin de la guerra y un acuerdo de entendimiento son la voz desgarrada de una herida y no un capricho de un ala política a destruir.

¿Cuándo olvidamos ser congregación? ¿Cuándo abandonamos las humildes alturas de un monte pequeño para desequilibrarnos en las falsas alturas de un poder absoluto? ¿Cuándo volvimos a Babel porque Sinaí ya no nos representa?

Quiero creer que, con todo el costo ya irreversible por generaciones, esto llegará a su fin. Que los familiares de los que aún quedan vivos podrán dedicar el resto de sus vidas a la recuperación de sus seres queridos. Que las familias que han recibido cuerpos muertos podrán transitar sus duelos sin miedo a volver a perder a otro de los suyos. Que las familias de los soldados podrán dormir nuevamente en paz sabiendo que sus hijos están calentitos en sus camas. Que las plazas se llenarán de orquestas nuevamente en lugar de pancarta de personas inmóviles que miran cómo los que protagonizan la historia de este tiempo los han olvidado. Que las escuelas pintarán sus refugios de colores porque ya no se utilizarán más para las alarmas. Que los vecinos reconstruirán sus casa, sus escuelas y sus almas, para limpiarlas del odio que se les ha introyectado durante tanto tiempo. Que volveremos a creer que otra realidad es posible.

Así volverán a casa las trompetas que Tito exhibió como trofeo al robarnos la tierra y el santuario, porque como dice el profeta Yeshayahu en su visión de mundo redimido: “ya no se ejercitarán más para la guerra”. (Isaías 2:4)

Y será justicia. Y será amor. Y será música. Y será paz.

Rabina Silvina Chemen