La Corona de Jerusalém (Tanaj reeditado)
Resulta sorprendente observar cuán poco interés existió hasta la pasada generación por publicar en hebreo la Biblia o Tanaj, el nombre que se suele dar en hebreo al Libro de los Libros y que es una sigla compuesta de las iniciales de Torá (Pentateuco), Neviim (Profetas) y Ketuvim (Hagiógrafos).
La primera biblia hebrea impresa fue publicada en Italia en 1488 por Yehoshúa Shlomó Soncino, patriarca de una renombrada familia de editores judíos, a los 40 años de la invención de Gutenberg y 15 años después de que vieran la luz los primeros libros hebreos tipografiados. Esa edición constaba de apenas 200 ó 300 ejemplares y se tiene constancia de que el renombrado erudito Johannes Reuchlin pagó seis ducados por una copia que adquirió en Roma en 1492, en una época en que el sueldo de un funcionario era de unos cinco ducados anuales.
Los libros hebreos impresos hasta aquel entonces comprendían sidurim (libros de oraciones), tratados de leyes religiosas como el Turim, de Yaacov ben-Asher, y algunos libros de la Biblia, como los Salmos y el Pentateuco, que los judíos leían a diario, así como los Profetas y los llamados Cinco Rollos (Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester) con traducción y comentarios. Se sabe también de una biblia hebrea impresa en España antes de la expulsión de los judíos en 1492. A comienzos del siglo XV aparecieron otras dos ediciones de la Biblia hebrea, en un formato reducido que hoy llamaríamos de bolsillo, impresas en hermosos tipos pequeños por Guershom Soncino, sobrino de Yehoshúa Shlomó. Después, no aparecieron biblias hebreas impresas por judíos durante largo tiempo.
El bibliógrafo Eliezer Goldschmidt se refirió a este sorprendente desinterés en un artículo sobre las ediciones de la Biblia hebrea, en el cual rechazó la tesis que afirma que ésta no se imprimió por la dificultad de la tarea, o bien porque no existía interés en hacerlo debido a la abundancia de manuscritos disponibles. En apoyo de su posición citó la rareza de los manuscritos bíblicos de la época, que se conservaron preciosamente durante generaciones.
La hipótesis de que tal vez los editores judíos quisieran ahorrarse las enconadas discusiones -que siguen hasta la fecha- sobre cuál era la versión correcta de la Biblia (aunque hoy en día se está llegando gradualmente a una versión aceptada por todos) no resulta convincente, como lo demuestra el hecho de que no se abstuvieran de imprimir partes del texto bíblico. La verdadera explicación quizás sea que hasta los tiempos recientes del retorno a Israel, los judíos consideraron el estudio de la Biblia o Ley escrita, como secundario frente al del Talmud o Ley oral. Aún hoy, no existe estudio metódico de la Biblia en las yeshivot ultraortodoxas.
De 1500 a 1600, la impresión de la Biblia por judíos cesó, pese a que en toda Europa habían surgido talleres tipográficos judíos, que publicaban numerosos libros. Por otra parte, varios editores cristianos se dedicaron activamente a imprimir biblias hebreas, recurriendo para ello a los servicios de ayudantes judíos como cajistas, correctores y redactores, que muchas veces se mencionan en la introducción a la correspondiente obra (como era usual en aquel tiempo, en el que se tenía más respeto que hoy a los artesanos de la tipografía). Estos impresores cristianos realizaron una labor cuidada y hermosa, y sus ediciones de la Biblia hebrea fueron aceptadas por los judíos. Es posible que por esta razón los impresores judíos sintieran poco incentivo por emprender la impresión de la Biblia o, como se la llamaba entonces, los veinticuatro, aludiendo al hecho de que consta de 24 libros.
A partir del siglo XVII, impresores judíos publicaron biblias hebreas principalmente en Amsterdam, que había desplazado a Venecia como capital europea de la imprenta, y también en el Imperio Otomano, pero su producción no puede compararse con la de los impresores cristianos en términos de tipografía y estética.
En el siglo XVI, las ediciones más importantes de la Biblia en hebreo fueron: la llamada Biblia Rabínica (conocida en hebreo como Mikraot Guedolot), publicada en Venecia en 1516-1517 por la famosa editorial de Daniel Bomberg; una versión con traducción latina publicada en Basilea por Sebastian Münster; una edición de alto nivel tipográfico impresa en París en 1539-1540 por Robert Estienne, utilizando tipos de hermosa traza diseñados por el artista Le Bé; y la espléndida Biblia Regia de Amberes, editada por Benito Arias Montano por encargo del rey Felipe II e impresa por Cristophe Plantin en 1569-1572.
Una mención especial merece Elías Hütter, de Nuremberg, que a finales del siglo XVI, publicó la llamada Biblia hueca, así denominada por un curioso experimento que realizó en ella destacando en cada palabra del texto las tres letras de la raíz hebrea en letra usual, de trazo lleno, y utilizando para las demás letra de trazo hueco. Hütter publicó, además, otro libro con el título de Kubos, que se proponía ofrecer un mapa de las raíces trilíteras de todas las palabras bíblicas. El libro consta de 22 páginas, una por letra del alefato hebreo, cada una de ellas distribuida en 22 columnas de 22 líneas. En los cruces de las líneas y columnas apropiadas, aparecen las raíces correspondientes. Este libro peculiar tenía el propósito de ayudar a los estudiosos, tanto cristianos como judíos, a investigar la etimología y significado de las palabras bíblicas.
Dignas de mención son también las biblias publicadas en Venecia por los editores Bragadin, Justiniani y de Gara, que fueron reproducidas en numerosas ediciones posteriores, a veces sin alteración y otras veces con algunos cambios.
Las ediciones de la Biblia hebrea que mejor conocen los israelíes son las publicadas a partir del siglo XIX por las Sociedades Bíblicas misioneras británicas, y que pueden considerarse muy aceptables. Las primeras fueron revisadas por el erudito judío Meír Letteris (1800-1871) y aparecieron inicialmente en Londres en 1852.
Continuó esta labor, para la Sociedad Bíblica Inglesa, David Christian Ginsburg, un judío converso al cristianismo, que se estableció en Inglaterra y consagró su vida a la revisión del texto bíblico conforme a la Masorá (las glosas incluidas en manuscritos antiguos para preservar el texto hebreo tradicional). También aparecieron ediciones bilingües, con el texto hebreo en una página y la versión en lengua vernácula del país correspondiente, en la de enfrente.
Estas ediciones se publicaron en un número de ejemplares mayor que ningún otro libro de la historia de la imprenta hebrea y quizás de la imprenta en general. Eran de buena calidad, de un formato cómodo y fáciles de leer, impresas en papel fino pero fuerte y duradero, que pasó a ser conocido como papel biblia, y encuadernadas en pasta con tapas resistentes y estéticas.
Con el tiempo, han sido aceptadas por todos, tanto judíos como cristianos. Las protestas y las prohibiciones que algunos rabinos han venido emitiendo de tanto en tanto desde su publicación inicial, no han surtido efecto alguno. Estas biblias se siguen imprimiendo en centenares de ediciones, reproduciéndose a veces por procedimientos fotográficos sin indicar su origen.
Una edición científica, que durante muchos años se consideró como la más exacta, fue publicada de 1929 a 1937 por los investigadores alemanes Kittel y Kahle. Esta edición goza de merecida reputación entre los investigadores bíblicos, inclusive los eruditos judíos más estimados.
Conviene mencionar aquí una cuestión que ha preocupado desde siempre a los editores de biblias, a saber: poder basarse en un texto fidedigno. Dado el carácter sagrado del libro, su texto debiera ser aceptado incondicionalmente, sin que hubiera discrepancias entre las versiones, pero no es éste el caso. Lo cierto es que no hay discrepancias que alteren el significado básico del texto (en realidad, hay unas pocas excepciones; una de las más famosas se encuentra en una versión inglesa del siglo XVI, vulgarmente llamada la «Biblia malvada», en la que el impresor omitió por descuido el «No» en el mandamiento «No fornicarás»).
En el caso del hebreo, existen diferencias entre los manuscritos antiguos y por ende también entre las ediciones impresas que se basaron en ellos. Lo que evitó que las copias sucesivas de los manuscritos llevaran con el tiempo a grandes divergencias en el texto, y permitió conservar una versión prácticamente uniforme de la Biblia, fueron las glosas de la Masorá, que los escribas encargados de copiar el texto bíblico se fueron transmitiendo de generación en generación.
Los eruditos concuerdan hoy en día en afirmar que la versión más exacta de la Masorá y de la Biblia es la que preservó una familia de gramáticos de Tiberíades, los Ben-Asher. Sin embargo, aun entre los textos copiados por miembros de esta familia se encuentran variantes en los signos de vocalización y de entonación, si bien en general las diferencias son leves.
Uno de los Ben-Asher, Aharón Ben Moshé, guió y revisó escrupulosamente la labor del escriba que en el siglo 10 copió el Códice de Alepo, así llamado porque durante siglos se conservó en esa ciudad de Siria. En nuestros días, este manuscrito se suele designar como Kéter Aram Tzová, donde Kéter significa corona y Aram Tzová es el antiguo nombre hebreo de Alepo (Siria). En ese códice se basó Maimónides para escribir el capítulo Hiljot Séfer Torá (Leyes [que rigen la confección] de los rollos de la Torá) de su renombrada obra Mishné Torá, una amplia codificación de la ley religiosa judía, con lo cual otorgó al Códice de Alepo un prestigio sin igual.
Maimónides escribió un códice del que nos fiamos para corregir según él los rollos de la Torá, que es el conocido códice de Egipto, que consta de veinticuatro libros, que permaneció en Jerusalém algunos años, y del que todos se fiaban ya que lo corrigió Ben-Asher, dedicando muchos años a perfeccionarlo. Según la tradición, lo revisó muchas veces y en él me basé para el rollo de la Torá que escribí según todas las reglas.
El Códice de Alepo sufrió graves daños en los motines de 1947 contra los judíos de Alepo, durante los cuales se incendió la sinagoga en la que se conservaba. Le faltan unas 200 páginas, cuyo paradero se ignora, y que incluyen la mayor parte del Pentateuco. Lo que queda del manuscrito se conserva en el Instituto Ben-Zví de Jerusalém.
Otros manuscritos de la Biblia hebrea o partes de ellos sirvieron de modelo, incluyendo la segunda edición de Mikraot Guedolot, impresa en Venecia por Daniel Bomberg en 1524-1525. Esa biblia se basó en una labor de comparación minuciosa, realizada por Jacob Ben Hayim ibn Adoniyahu, entre muchos manuscritos sefardíes (o sea procedentes de España o del Oriente Medio), a los que se tenía por más fidedignos que los askenazíes (procedentes de la Europa del este o del norte). Durante siglos, se consideró a esta edición como el texto bíblico impreso más exacto existente y se la aceptó como tal en toda la Diáspora, pese a que no está exenta de fallos.
El sentimiento nacional que se reavivó entre los judíos en el transcurso del siglo XIX, y en mucho mayor grado después de la fundación del Estado de Israel, fue la causa de que muchos desearan publicar una biblia hebrea judía. En otras palabras, deseaban disponer de una edición revisada y corregida conforme a las fuentes judías antiguas.
Entre quienes consagraron sus esfuerzos a esta tarea estaba un erudito de origen italiano, el Prof. M. D. Cassuto, investigador de la Biblia y de la antiguas culturas del Oriente Medio, quien conjuntamente con A. S. Hartom y otros, editó el texto conocido como la Biblia de Jerusalém, publicada en 1945, que incorpora numerosas enmiendas al texto de Guinsburg.
Entre muchas otras biblias judías publicadas desde entonces, merecen destacarse la de Korén, cuya primera impresión data de 1959-1962; una edición preparada por Aarón Dotán, conocida como la Biblia Adí, que apareció en 1976; la biblia revisada por el rabino Mordechai Breuer conforme al texto y al método del códice de Alepo, que vió la luz en los años 1977-1982; y un experimento interesante del Dr. Moshé Anat, que en 1970 publicó una biblia popular, en la cual los signos de puntuación que agregó (que no existen en la Biblia hebrea) y la disposición que dio al texto, lo hacen mucho más comprensible, sin necesidad de comentarios.
La biblia de Korén lleva el nombre del erudito e impresor Eliahu Korén, que vio en ella la obra central de su vida. Esta biblia se distingue por su exactitud, sus hermosos caracteres, que Korén diseñó especialmente para este propósito. La primera edición, que se destinó a bibliófilos, se imprimió en un papel especial con filigrana y constituye un modelo de buen gusto.
Ha aparecido una nueva biblia hebrea, que fue presentada al público en la Feria Internacional del Libro, celebrada en Jerusalén en abril del 2001. Esta edición se atiene escrupulosamente al texto del códice de Alepo establecido por el método del rabino Breuer, y es más exacta que cualquier versión publicada hasta la fecha, según lo demuestra el hecho de que la patrocine la Universidad Hebrea de Jerusalén. Para destacar su singularidad, la nueva biblia lleva el nombre de Kéter Yerushalayim (La Corona de Jerusalén).
Esta biblia es única por el hecho de que el artista impresor Nahum Ben-Zví, de quien partió la iniciativa de publicarla, se propuso crear una biblia que no sólo fuera absolutamente fiel al texto del Kéter Aram Tzová sino que también en su aspecto se le asemejara lo más posible.
Efectivamente, el formato de la Corona de Jerusalén es igual al del códice de Alepo y también lo es la compaginación del texto a tres columnas, en lugar de una o dos como en las demás biblias impresas hasta la fecha. Esta disposición – que no habría sido posible realizar sin las modernas herramientas de la informática – no incluye los poemas del Pentateuco (El Cántico del Mar, en Éxodo 15 y el cántico de Moisés Escuchad, en Deuteronomio 32), ni tampoco los tres libros de carácter poético de los Salmos, los Proverbios y Job, que requerían una configuración especial del texto. Éste es un experimento que al parecer no tiene precedentes. Por una parte, debido a la disposición a tres columnas, las líneas son más cortas, lo que permite captarlas de una sola ojeada, avanzando en la lectura de arriba abajo, pero por la otra, se siente cierta dificultad al saltar del fin de una columna al principio de la siguiente. Serán los lectores quienes habrán de juzgar.
El Kéter Yerushalayim ha sido impreso utilizando una fundición especialmente creada para este fin por el más prolífico diseñador de caracteres hebreos de nuestros días, Zvi Narkís. La letra sigue la pauta sefardí, en la cual los trazos verticales y los horizontales son casi del mismo ancho, contrariamente al estilo askenazí, donde los horizontales son relativamente más gruesos. Este diseño se ajusta muy de cerca al de la caligrafía del Kéter Aram Tzová, que es característica de los manuscritos de aquella época.
El papel elegido es del tipo llamado papel biblia de color crema, sobre el cual se ha usado tinta ligeramente grisácea (se ha añadido algo de rojo y de amarillo al negro), con el propósito de crear un contraste suficiente pero no excesivo entre el fondo y el texto. El libro está empastado en una tela sedosa de color carmín, agradable a la vista y al tacto.
Es lástima que en un libro tan cuidadosamente elaborado, el editor no siguiera la costumbre de sus colegas de generaciones precedentes, indicando en el colofón los nombres de todos aquéllos que han participado en la publicación, los autores de los programas informáticos utilizados, los impresores y encuadernadores, etc. Todos ellos merecen una mención honorable.
Autor: Dan Yardeni.
Fuente: Ariel