Jerusalém, pasado y presente
Con motivo del “Día de Jerusalém”, que `celebraremos el próximo 28 de mayo –28 de Iyar del calendario judío– relatamos una breve historia de esta ciudad.
Quien visita Jerusalém no puede dejar de fascinarse ante el esplendor de los paisajes, la extravagancia de su gente la variedad de aromas, colores y sonidos que revelan el mosaico cultural que compone la ciudad.
Ciudad de contradicciones, de espiritualidad y de estrés cotidiano; ciudad que encierra “paz” en su nombre y conflicto en su geografía; ciudad en que el presente y la modernidad se reeditan en el ayer, un ayer que abarca 3000 años de historia.
Jerusalém es una de las ciudades más antiguas del mundo, habitada por los jebuseos antes de la llegada de las tribus hebreas a Canaán.
El origen preciso del nombre hebreo (יְרוּשָׁלַיִם Yerushalayim) es incierto y los académicos ofrecen distintas interpretaciones. Algunos afirman que procede de las palabras hebreas yeru (ירו), (casa) y shalem o shalom (שלם’, paz), por lo que Jerusalém significaría literalmente «casa de la paz». Otra interpretación dice que podría hacer referencia a Salem, un antiguo nombre de la ciudad, que aparece en el Génesis.
En el año 1003 a.e.c. el rey David, el segundo de los reyes de Israel, conquistó Jerusalém y la convirtió en la capital de su reino y en el centro religioso del pueblo judío. Unos cuarenta años más tarde, su hijo Salomón, el tercer rey de Israel, construyó el Templo y transformó a la ciudad en la próspera capital de un imperio que se extendía desde el Éufrates hasta Egipto.
En el año 586 AEC, el rey babilonio Nabucodonosor destruyó la ciudad y el Templo, llevando al pueblo judío al exilio. Cincuenta años más tarde, cuando Babilonia fue conquistada por los persas, el rey Ciro autorizó a los judíos el retorno a su patria y les otorgó autonomía. Ellos erigieron un Segundo Templo en el mismo lugar en el que había estado el primero, y reconstruyeron la ciudad y sus murallas.
Posteriormente, en el año 332 a.e.c., Jerusalém fue conquistada por Alejandro Magno. Después de su muerte, la ciudad fue gobernada por los ptolomeos de Egipto, y luego por los seléucidas de Siria. La helenización de la ciudad alcanzó su clímax bajo el régimen seléucida de Antíoco IV; la profanación del Templo y los intentos de suprimir la identidad religiosa judía provocaron una gran rebelión.
Dirigidos por Judas el Macabeo, los judíos derrotaron a los seléucidas, reconsagraron el Templo (164 AEC) y restablecieron la independencia judía bajo la dinastía hasmonea, que duró más de cien años, hasta que Pompeyo impuso el dominio romano sobre Jerusalém. El rey Herodes, que fue impuesto por los romanos como soberano de Judea (37 – 4 AEC), estableció en Jerusalém instituciones culturales, construyó 16 magníficos edificios públicos y reconstruyó el Templo otorgándole gran esplendor.
Después de la muerte de Herodes, el dominio romano se tornó en un gobierno sumamente opresivo que derivó en un nuevo estallido de rebelión judía (año 66). Por unos pocos años, Jerusalém estuvo libre de dominio extranjero, hasta que, en el año 70, legiones romanas mandadas por Tito conquistaron la ciudad y destruyeron el Templo.
La independencia judía fue reinstaurada durante la rebelión de Bar Cojba, pero por un breve período (132 – 135), venciendo nuevamente los romanos. Bajo el dominio de este imperio, la ciudad recibió el nombre de Aelia Capitolina para eliminar su carácter judío y la reconstruyó de acuerdo a los patrones de una ciudad romana. Asimismo, se les prohibió a los judíos ingresar a la ciudad. Con la fusión de la provincia romana de la Judea y la provincia romanda de Syria para formar la nueva provincia de Syria Palæstina, cambiando el nombre de la zona, con el fin de completar la disociación con Judea.(Desde entonces, y hasta la recreación del Estado de Israel la región fue casi siempre parte de algún reino o imperio mayor, y solo excepcionalmente constituyó por sí misma una unidad política independiente, como durante las Cruzadas).
Durante el siglo y medio el siguiente, Jerusalém fue una pequeña ciudad provincial. Esto cambió radicalmente cuando el emperador bizantino Constantino la transformó en un centro cristiano. La Iglesia del Santo Sepulcro (335) fue la primera de una serie de grandiosas construcciones que se levantaron en la ciudad.
En el año 634, los musulmanes invadieron el país y cuatro años más tarde el califa Omar conquistó Jerusalém. Durante el reinado de Abd al-Malik, quien construyó el Domo de la Roca (691), Jerusalém pasó a ser, por un corto período, la sede de un califa.
Los cruzados la conquistaron en el año 1099, masacraron a sus habitantes judíos (quemando a dos mil en el interior de una sinagoga) y musulmanes y establecieron en esta ciudad la capital de su reino. Bajo el dominio de los cruzados se destruyeron sinagogas, se reconstruyeron antiguas iglesias y muchas mezquitas fueron convertidas en templos cristianos.
En 1187, la ciudad cayó en manos de Saladino el curdo. Los mamelucos, una aristocracia militar feudal de Egipto, dominaron Jerusalém desde 1250. Construyeron numerosos edificios, pero trataron a Jerusalém únicamente como un centro teológico musulmán, minando su economía con pesados impuestos.
Los turcos otomanos, cuyo dominio se prolongó por cuatro siglos, conquistaron Jerusalém en 1517. Suleimán el Magnífico reconstruyó las murallas de la ciudad (1537), construyó la Pileta del Sultán e instaló fuentes públicas de agua potable. Después de su muerte, las cuatro autoridades centrales en Constantinopla manifestaron poco interés por Jerusalém, por lo que durante los siglos XVII y XVIII, la ciudad alcanzó la más profunda de sus decadencias. Los judíos regresan a Jerusalém y construyen más allá de los muros y restablecen su mayoría demográfica en el año 1863.
Jerusalém comenzó a florecer nuevamente en la segunda mitad del siglo XIX. El creciente número de judíos que retornaba a su tierra, el ocaso del poder otomano y el revitalizado interés europeo en la llamada Tierra Santa, llevaron a un renovado desarrollo de la ciudad.
El ejército británico, al mando del general Allenby, conquistó Jerusalém en 1917. Entre 1922 y 1948 fue la sede administrativa de las autoridades británicas en la Tierra de Israel (Palestina), que le fue confiada a Gran Bretaña por la Liga de las Naciones. La ciudad se desarrolló rápidamente, creciendo hacia el oeste en lo que pasó a ser conocido como «la Ciudad Nueva».
Al término del Mandato Británico -el 14 de mayo de 1948, y de acuerdo a la resolución de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, Israel estableció su independencia, con Jerusalém como su capital. Opuestos a su establecimiento, los países árabes atacaron al nuevo estado iniciando la Guerra de Independencia de 1948-49. Como consecuencia de ello, ciento cincuenta y ocho sinagogas de Jerusalém son destruidas o profanadas.
Las líneas de armisticio, trazadas al final del conflicto bélico, dividieron Jerusalém en dos: el sector Occidental quedó en manos de Israel, mientras que el oriental (la Ciudad Vieja) y algunas áreas del norte y el sur, en manos de Jordania. El gobierno jordano prohibió a los israelíes el acceso al Muro de los Lamentos y a la explanada del Templo.
En junio de 1967, tras la Guerra de los Seis Días, Jerusalén fue reunificada y el barrio judío en la Ciudad Vieja, que fuera destruido bajo la dominación jordana, fue restaurado.
Desde entonces, todos los ciudadanos israelíes pueden visitar sus lugares santos.