De judíos y juderías (y 5)
Otra fue la historia de los judíos que ante la opción irse o convertirse, eligieron irse. Una parte de ellos se estableció en la costa norte africana. La mayoría se dirigió al Este, atravesando el Mediterráneo en sentido inverso al de la diáspora del siglo I. Volvían al Medio Oriente de donde habían partido otra vez sin patria. Se establecieron sobre todo en la costa turca, otros fueron a Salónica y otras poblaciones griegas, otros a los Balcanes. A todas partes llevaron la lengua y la cultura de España, que eran las suyas. He tenido la oportunidad de oír, por un conjunto catalán de música antigua, música sefardí de Rumania y Yugoeslavia con letras en castellano del siglo XV
No todos los emigrados tuvieron la misma suerte, pero en general prosperaron. Un ejemplo interesante es la familia Commondo establecida en Turquía donde uno de ellos alcanzó gran autoridad y fortuna y vivió en Paris como un magnate.
En el libro llamado “Retorno de los judíos” de Isidoro González dice que modernamente, en Scutari, había 24.000 sefardíes y que en la región medio oriental había más de 6 millones de judíos que hablaban español. También tuvieron un buen desarrollo los sefardíes refugiados en Marruecos, en las importantes ciudades de Ceuta, Tetuán y Melilla que después formaron parte del antiguo protectorado español de Marruecos. Pero esto es otra historia.
Volvamos a España. En la Edad Media y el Renacimiento, en el territorio actualmente español los judíos vivían en juderías, como decían los cristianos, o aljamas, como decían ellos. Es necesario distinguir bien entre barrio judío, ghetto y judería. Son tres conceptos muy diferentes. Un barrio judío es un lugar donde los judíos viven por gusto, como cualquier otra colectividad, inglesa o alemana, por ejemplo, alrededor de su templo, su club, su hospital, su colegio. Hay ciudades que tienen barrios judíos separados según sea la situación social y económica de sus miembros. En Paris, por ejemplo, hay un barrio de judíos pequeño burgueses, cerca del Marais, y uno de millonarios, el Parc Monceau, donde erigieron palacios los Commondo, los Pereire, los Rothschild.
Un ghetto es, por el contrario, un lugar donde los judíos viven por obligación de un estado que les es contrario, y está sujeto a normas y prohibiciones de toda índole, como el tristemente célebre Ghetto de Varsovia. El nombre proviene del idioma véneto, en el que significa “fundición”, porque el primero fue habilitado en Venecia en una fundición abandonada. Una judería es mucho más que una agrupación de casas. Las juderías funcionaban como organizaciones políticas comunales. Así como Sefarad era una nación dentro de otra, las juderías eran como una comuna dentro de otra. En algunas ciudades, como en Toledo, estaban amuralladas.
Amador de los Ríos cita ciento cincuenta aljamas. En algunas ciudades fueron tan importantes que toda, o casi toda la población era judía, como Lucena, que era el centro del comercio judío, o Carrión. Granada fue llamada “ciudad de los judíos”, y Toledo, como dije antes, “gran metrópolis de Israel”. El tamaño de las juderías, que equivale a una cuarta o quinta parte de las ciudades, en general, permite calcular que la población judía en España también fue una cuarta o quinta parte de la población de la península.
Las aljamas contaban con sinagogas, escuelas, casas de baños. Sus habitantes, según la época, podían entrar y salir libremente, aunque bajo algunos reyes debieron observar un toque de queda. Según las épocas las cristianas podían entrar a las juderías a hacer compras, pero debían de ir acompañadas por dos hombres si eran casadas, y solo uno si eran viudas o solteras. Nunca sabremos la razón de esta diferencia.
Las aljamas tenían leyes propias y tribunales propios. Los asuntos en que intervenían cristianos eran objeto de disposiciones minuciosamente especificadas por los cristianos, que fijaban por ejemplo, el número de testigos que podía llevar cada litigante de diferente raza. Por cierto estas disposiciones cambiaban según el criterio permisivo o severo del gobernante de turno.
Físicamente las aljamas de las ciudades cristianas no se diferenciaban en nada de los barrios cristianos, ni las de la España árabe de los barrios árabes. Las casas seguían el diseño que se usó en todo el contorno del Mediterráneo desde el antiguo Egipto. Casas cerradas sin otra abertura que la puerta, con las habitaciones rodeando patios que les daban iluminación y ventilación. El número y el tamaño de los patios variaban según la época histórica, el país y la riqueza del dueño. Bien conocemos la casa romana pues nuestra ubicua “casa chorizo” es exactamente una casa romana partida en dos longitudinalmente, sólo que con dos ventanas al frente. Muchos de ustedes deben conocer por lo menos una casa en la judería de Toledo, que es hoy la llamada “Casa del Greco”. Es solamente una parte del palacio de la familia Ha-Levy , a la que perteneció el converso obispo Pablo de Santa María.
En las ciudades árabes las casas mediterráneas tenían la particularidad de estar revestidas de azulejos en su interior y contar con fuentes que reemplazaban el “impluvium” romano. Esto les daba la frescura tan necesaria bajo el cálido clima de Al-Andalus y un aspecto muy gracioso y elegante, acentuado por las finas columnas y los arcos. Las casas de las juderías de Andalucía eran iguales a las árabes. Mucho tiempo después de la expulsión de judíos y moros las casas cambiaron su frente, se abrieron ventanas a la calle, que se defendieron con rejas de hierro y postigos y se adornaron con geranios. Tomaron así la fisonomía típica de la casa andaluza que vemos hoy en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, y que no es otro que la antigua judería. Es una delicia caminar por esas calles y asomarse para ver a través de la puerta calada de hierro esos patios llenos de azulejos y de flores. Lo mismo ha ocurrido con otras juderías como la de Córdoba, que se conserva muy bien y que está presidida en su entrada por una estatua de Maimónides.
Las aljamas fueron abandonadas a partir de la expulsión. Pero ya antes habían empezado a mudarse los conversos, por desavenencias con sus parientes no convertidos, y por la poca seguridad que ofrecían frente a la Inquisición.
La España del siglo XX, abierta a los judíos, recibió no sólo sefardíes sino muchos asquenazis que no se encontraban seguros en otros países de Europa y abarcan ahora unas veinte comunidades florecientes, casi todas con sinagoga y también hay carnicería kasher en las ciudades más importantes. No se ha podido averiguar el número de “judío viejos”, los descendientes de aquellos que se quedaron y se convirtieron sinceramente o no, que sobrevivieron a la Inquisición y de los cuales ha de haber cierto número de reconvertidos al judaísmo cuando ya no hubo peligro. En España y en Hispano-América existen muchos apellidos de origen judeo-español.
De estos españoles destacan dos. Uno, el escritor, poeta, crítico y traductor Rafael Cansinos- Assens, porque se interesó mucho por la literatura argentina y fue amigo de Manuel Gálvez y de Jorge Luis Borges. Otro, el célebre y admirado músico Isaac Albéniz. Albeniz vivió varios años en Paris en contacto con los impresionistas franceses, cuyo estilo adoptó para sus muchas obras sinfónicas y operísticas, que nosotros casi no conocemos Su justificada fama se debe muy especialmente a su suite “Iberia” para piano, lo más español que pueda pedirse. Pedrell y Turina ya habían hecho un concienzudo relevamiento de la música popular de España. Pero el que la elevó a un nivel artístico superior fue Albéniz. Muy entusiasta de Liszt, lo siguió por varios países de Europa y de él aprendió a utilizar todas las posibilidades del piano con la riqueza que sabemos. Todas las obras que componen Iberia llevan nombres de ciudades y regiones de España, una de las mejores es Navarra, que, por su carácter debería ser una especie de himno a la convivencia árabe-judeo-cristiana. Esta convivencia tuvo mucho antes dos expresiones: una intelectual, la Escuela de Traductores de Toledo, que floreció bajo Alfonso VIII y Alfonso X y agrupó a cristianos, árabes y judíos en la tarea de dar a conocer a Occidente la filosofía antigua y la ciencia entonces moderna; la otra expresión fue arquitectónica, la sinagoga después llamada Santa María la Blanca, erigida por un rey cristiano para los judíos de Toledo, edificada por alarifes árabes. Pues bien, “Navarra” es una jota, o sea un invento árabe (su autor fue Jot, de Valencia), que pasó a ser el baile y canto más popular de España, y fue llevada a la cumbre pianística por un judío.
Puede que lo escrito haya servido para ampliar el conocimiento sobre la permanencia de los judíos en España, esperando que del conocimiento nazca la comprensión, y de la comprensión nazca la concordia.