PARASHAT VAERÁ: la vara de la memoria
Cada año encabezo esta parashá del libro de Shemot y la próxima, con una especie de excusa, de pedido de disculpas por tener que encontrarle significados y enseñanzas a pasajes de la Torá tan crueles desde la perspectiva humanista con la que solemos leer el texto.
Parashat Vaerá va a introducir las plagas, las primeras siete de las diez plagas que terminarán modificando la actitud de faraón, echando prácticamente a los hijos de Israel de Egipto.
Así comienza el texto relatando lo que Moshé debía cumplir para que la primera plaga suceda:
“Entonces Adonai dijo a Moshé: —El corazón del faraón está endurecido, y no quiere dejar ir al pueblo. Ve por la mañana al faraón, cuando baje al río. Saldrás a su encuentro en la ribera llevando en tu mano la vara que se volvió culebra y le dirás: “Adonai, el Dios de los hebreos me ha enviado a ti, diciendo: ‘Deja ir a mi pueblo, para que me sirva en el desierto’; pero hasta ahora no has querido oír. Así ha dicho Adonai: En esto conocerás que yo soy Adonai: Voy a golpear con la vara que tengo en mi mano el agua que está en el río, y se convertirá en sangre. Los peces que hay en el río morirán; apestará el río, y los egipcios tendrán asco de beber sus aguas.” Shemot 7: 14-18
No les voy a contar lo que todos sabemos: la plaga de la sangre tiñó de rojo al río Nilo y todas las fuentes de agua egipcia.
No me siento en condiciones de interpretar a Dios en este texto y en ninguno. No puedo ligarme a sus palabras y sus decisiones desde una visión crítica porque soy limitada, como ser humano, para categorizar sus acciones y palabras.
Pero sí puedo pensar en este ser humano que escuchaba el mandato, el plan divino. Puedo ponerme en la piel de Moshé. Puedo imaginar sus emociones, sabiendo de su sensibilidad, de su involucramiento por el sufrimiento del otro y a su vez, por su lugar dentro de Egipto, donde fue criado como un egipcio más, con todos los privilegios de la familia real.
¿Cómo me reconcilio con Moshé que no dijo ni una palabra al escuchar semejante plan? Ni en esta plaga ni en ninguna otra.
Sé positivamente que cuando uno enfrenta situaciones de opresión, de desigualdad, de indignidad, estos cuestionamientos no son válidos, que lo que guía nuestro entendimiento es el dolor, el sufrimiento y la necesidad de salir del yugo que nos ahoga.
Pero nosotros no leemos la Torá como un libro de historia, sino como una cartografía que nos marca, a partir del mapa de la experiencia de los otros, nuestras propias rutas.
Por eso vuelvo a Moshé.
Dios le pide que tome su vara. Y que con ella golpee las aguas del río. El poder infinito de Dios haría innecesario ese acto, dado que la sangre la produjo ese poder y no el acto de Moshé sobre las aguas.
Voy al Midrash a buscar explicaciones. Y encuentro una descripción de esta vara: en ella, dicen nuestros sabios, estaban grabados los nombres de las cuatro matriarcas: Sará, Rivká, Rajel y Lea y también de Zilpá y Bilhá- madres de hijos de Iaakov. Y que también estaban grabados los nombres de las doce tribus, y las diez plagas y el Nombre Inefable de Dios.
Resulta extraño leer esto, ¿verdad?
Podríamos comprender que figuren los nombres de las madres que constituirán la descendencia de este pueblo, como núcleo de fertilidad y creación. Podríamos comprender el nombre de las 12 tribus, como emblema del pueblo que está naciendo, de la continuidad del mensaje. Por supuesto que el nombre de Dios es la inspiración, la fuente, la autoridad y el objetivo de toda la empresa que Moshé está llevando adelante. Ahora, ¿las plagas? ¿Qué motivo de orgullo, de poderío, de significación tienen los sufrimientos que otros deberán pasar para que los “nuestros” terminen con su tortura?
Y aquí me parece que hay un mensaje más allá de la historia particular que estamos contando. Tiene que ver con un mensaje para cualquiera de nosotros, que con legítimo deseo, pretende llegar a la cima, ser reconocido por los pares y por qué no, quedar inscripto en la historia.
Todos tenemos esa vara en nuestras manos. Una vara que da poder, sí. Porque ese elemento es el símbolo de la autoridad y la fuerza. Pero a esa instancia no se llega sólo evocando los grandes principios, los sucesos iluminados, de relevancia o las influencias superiores. Un lugar en la historia se consigue tomando con la misma responsabilidad todo a lo que nos va enfrentando la vida. Es aprender a encarar con la “misma vara” los aspectos más luminosos como los más oscuros de nuestras tareas, de nuestras vidas y nuestros vínculos.
Pierre Nora es un historiador francés, conocido por sus trabajos sobre la identidad francesa y la memoria, el oficio del historiador así como su papel en la edición en ciencias sociales dice que
“Los lugares de la memoria son huellas. Los lugares de la memoria nacen y viven del sentimiento de que no hay memoria espontánea, que hay que crear archivos, que hay que mantener los aniversarios, organizar las celebraciones, pronunciar elogios fúnebres, levantar actas, porque estas operaciones no son naturales. Sin vigilancia conmemorativa la historia los barrería rápidamente.” Pierre Nora, Les Lieux de Memorié, 1984.
Y ése es para mí el comienzo de la libertad: la tozudez en la vigilancia conmemorativa.
Y el mandato ético de decidir qué seguimos escribiendo en nuestras varas, aquello que nos hacen sentir que estamos liderando nuestras vidas como individuos y colectivamente.
Hoy estamos ante varios proyectos sociales en el mundo que intentan ejercer poder a partir del borramiento de las huellas de la historia. Del borramiento o la tergiversación: el negacionismo, las vueltas a las aministías… la supresión de derechos conquistados por luchas sociales… para qué seguir machacando…con los hechos que quedaron en el pasado…
Huele a peligro una sociedad que se harta de la memoria.
Que la desconoce y la deja en el pasado, fosilizada, y que no la hace parte de la lección de su presente.
Héléne Piralian, una escritora dedicada a temas de memoria y genocidio – teniendo en cuenta el origen armenio de su padre, escribió en Genocidio y transmisión, 1994.
“Destruir las huellas, las inscripciones culturales de un grupo humano, sus cimientos terrestres, es parte integrante de lo que anima todo proyecto genocida, que consiste en destruir no sólo a los vivos sino, con ellos, su pasado, para que, faltos de apoyo terrestre, no puedan encontrar lugar, ni en la palabra ni en la memoria colectiva.”
La vara de la memoria es el puntapié inicial de nuestra redención y de nuestro poder. Tanto para nuestros proyectos personales como los colectivos.
Moshé ya lo sabía; como líder deberá ocuparse hasta de lo que le era difícil recordar, porque con todo eso había que salir al camino.
Quizás por eso Yosef Yerushalmi, en “Reflexiones sobre el olvido” escribió:
“Cada grupo, cada pueblo tiene su HALAJÁ, pues la halajá no es la ley, nomos. La palabra hebrea que significa ‘marchar’, halajá es por lo tanto el camino por el que se marcha, ese conjunto de ritos y creencias que da a un pueblo el sentido de su identidad y de su destino”.
Nuestra halajá, nuestra caminata comienza con una vara que nos dice de dónde venimos y desde entonces, caminamos presentes llenos de memoria, que nos inspiran para continuar haciendo caminos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen