Parashat hameraglím

El episodio de los exploradores, es uno de los sucesos fundantes de la identidad colectiva judía. Prácticamente todos los niños conocen el relato del deambular del pueblo por el desierto. Esos cuarenta años fueron el tiempo del nacimiento, la creación, y la formación del pueblo. Cada uno de esos años corre parejo a uno de los cuarenta días en los que los exploradores estuvieron recorriendo la tierra.

Hameraglím

Sin esos cuarenta años no podríamos imaginarnos si quiera el habernos convertido en pueblo. Allí en el desierto, en el infinito caminar y vagar, se firmó el pacto irreversible entre el pueblo judío y el Creador del Universo: “Ve y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice el Eterno: ‘De ti recuerdo el cariño de tu juventud, el amor de tu desposorio, de cuando me seguías en el desierto, por tierra no sembrada” (Jeremías 2:29.

Esta idealización no deja de sorprender si prestamos atención a que la generación del desierto pasó por innúmera cantidad de pecados y faltas, entre ellos dos, grabados profundamente en la memoria nacional, por un lado la falta del becerro de oro, y por el otro la de los expedicionarios. ¿En qué consistió la incorrección de los exploradores? ¿Acaso en el hecho de haber agregado su propia evaluación al informe al decir que la misión de conquistar la tierra sería imposible?

Como leemos: “…No podemos subir contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros” (Números 13:31). ¿Acaso los líderes no tienen el derecho de expresar libremente sus opiniones? ¿No fueron enviados para informar lo que veían y sentían? Pero pongamos atención a dos aspectos, por un lado que el reporte cierra con el versículo: “También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes: y éramos nosotros, a nuestro parecer (a nuestros ojos), como langostas; y así les parecíamos a ellos”, y por el otro, la reacción del pueblo: “Entonces toda la congregación levantó la voz y clamó, y el pueblo lloró aquella noche” (Números 14:1).

El Talmud de Babilonia, en Sota 35 a, nos trae un interesante debate al respecto, según una opinión, los expedicionarios mintieron cuando dijeron “y así les parecíamos a ellos”, ya que nadie tiene la capacidad de discernir cómo es apreciado por el otro. Según otra opinión, los rastreadores no mintieron sino que así fueron vistos, como saltamontes, al ser observados por los gigantes desde las alturas de los árboles. De acuerdo a ésta segunda opinión no se comprende entonces porque dijeron “y a nosotros nos pareció que éramos como langostas a nuestros ojos”.

Independientemente de la pregunta de si los exploradores mintieron o se apegaron a la verdad, la parashá nos presenta un cuestionamiento acerca de cómo el ser humano percibe su propia identidad individual. Si un individuo se ve como pequeño, débil, miserable, desvencijado, a punto de caerse, ruin, seguramente será visto en su entorno como tal o por lo menos él sentirá que así lo perciben. La autoimagen rebajada se transmite al medio. Los expedicionarios, no sólo proyectaron su concepción, sino al expresarla verbalmente desmoralizaron al pueblo todo y demostraron su escasa fe.

El pueblo lloró toda la noche y la Guemará nos dice allí que de esa forma decretaron un lamento eterno. Esa noche demostraron colectivamente su falta de fe en Dios y en ellos mismos, y todos ellos se vieron a sí mismos como insectos.

Un pueblo de esclavos que no había internalizado el valor de la libertad. Seres con una muy baja autoestima que no se ven a sí mismos como creadas a imagen y semejanza de Dios, por lo que no pueden enfrentarse a las dificultades.

Sólo la generación venidera, la de sus hijos, podrá ingresar a la Tierra. A ellos se refiere el profeta en su canto.

Autora: Ethel Barylka

Fuente: Boletín «Yad le’Rambam», Madrid