Los judíos ante la muerte (I)
Una de las tantas paradojas de la historia judía es que en tanto que el pueblo judío ha conocido la muerte antinatural y prematura como una compañera constante probablemente más que cualquier otra nación, cultural y espiritualmente los judíos están notablemente despreocupados por la muerte y el más allá.
En el Éxodo de Egipto, los judíos abandonaron una colosal civilización obsesionada con la muerte y que dedicó mucha energía espiritual y recursos materiales a los preparativos para el más allá. Este culto a la muerte fue uno de los males de los que Moshé extrajo a los Hijos de Israel, orientándolos hacia la vida. «Vida» es sinónimo de todo lo que es enaltecido en la Creación. Uno de los Nombres de Di-s es «Di-s de la vida». La Torá es descripta como «Torá de la vida». La Torá misma habla de «vida y bondad» como una y la misma cosa. Las «Aguas Vivientes» son vistas como una fuente de pureza. La muerte es la negación de la realidad Divina en todas sus manifestaciones.
La creencia judía de que «este mundo es la antecámara del próximo» bien puede haber inspirado la especulación gentil masiva acerca del cielo, el infierno y el purgatorio, pero, en contraste, la tradición y literatura judía se aboca sólo a una escasa exploración del paraíso.
El judaísmo no hace intento alguno por olvidar la muerte o sofocarla con júbilo falso. «Los muertos no alaban al Señor, ni tampoco lo hacen quienes descienden al silencio de la tumba. Pero nosotros bendeciremos al Señor desde ahora y por siempre jamás ¡Aleluy-a!», proclama el Salmista.
La reluctancia natural para aceptar la muerte se expresa en la convicción de que los verdaderamente justos realmente no mueren sino que «parten» o «suben» a un plano diferente. Así, Maimónides escribe de Moshé: «Con él ocurrió lo que en otra gente se llama muerte». Se dice que «los justos viven incluso en la muerte, mientras que los malvados ya están muertos mientras viven». Aquí tenemos nuevamente el paralelismo de que bondad es vida y vida es bondad, en tanto que maldad es muerte, y muerte es maldad.
El enfoque judío respecto de la muerte es que se trata de un problema que debe ser resuelto por y para los vivientes. La muerte, la preparación para la muerte, y el luto, están todos hilvanados en la fibra de la vida cotidiana. La esencia del luto no es pesar por los difuntos, sino más bien compasión hacia los sobrevivientes parientes en su soledad.
«No solloces por el hombre muerto que ha hallado descanso», decía una antigua elegía, «sino llora por nosotros que hemos encontrado lágrimas». La ley judía prescribe que todas las elegías hechas en funerales son a la vida y a los miembros sobrevivientes de la familia.
La congoja se define dentro de, como si fuera, murmullos concéntricos de intensidad decreciente. El murmullo en el primer día de sucedida la muerte es el más fuerte y crítico. También poderoso, pero algo menos, es en la primera semana de duelo. Los períodos sucesivos son los primeros treinta días y los primeros doce meses, convirtiéndose, con el paso del tiempo, en cada vez menos dolorosos. En todo momento se toman precauciones contra las impropias explosiones de violenta ansiedad. Hay una expresa advertencia contra la automutilación como símbolo de simpatía por el muerto, y quién habla ya del suicidio a fin de acompañar al difunto.
Autor: Adín Eben-Israel. fuente: «The Strife of the Spirit»