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Comenzamos el libro de Vaikrá. Venimos de las historias de la liberación, de los vestigios de la esclavitud en los nuevos hombres liberados. Venimos de dudas, controversias, el armado de un Mishkan, la asunción de los cohanim como funcionarios del Santuario. Venimos de relatos y pasamos a un manual de procedimientos. El libro que nos espera por delante es un manual de uso exhaustivo, detallista de cada uno de los korbánot/ ofrendas/ sacrificios, que van a delinear el modo que tenía el pueblo de Israel de acercarse a Dios.
Y nos convoca nuevamente la pregunta acerca de cómo comprender la ritualidad del sacrificio. ¿Cómo aplicar las categorías de espiritualidad y conexión con lo trascendente que nosotros portamos con aquellas escenas de animales desguazados sobre el fuego?
En cada generación, nuestros exégetas y comentadores han desplegado diferentes miradas, como Maimónides que señala que las mitzvot ligadas a los korbanot se enmarcan dentro de los jukim- es decir las leyes que no poseen ninguna explicación, cuyo cumplimento es obligatorio más allá del entendimiento. Aunque por otro lado, el mismo Maimónides reconoce que como no se podía hacer un cambio brusco inmediato en el comportamiento de los hijos de Israel, no podía instalarse una fe no mediatizada por algo concreto, ni un Dios intangible y omnipresente, el ritual ligado a los sacrificios era un paso intermedio en la instalación de la fe en este pueblo.
Rab Saadia ha’Gaon un prominente rabino, filósofo y exégeta nacido en Egipto (siglo IX), explicaba que toda la movilización alrededor de una fe cuyo ritual eran los sacrificios tenía como objeto demostrar la profundidad de la dedicación del pueblo de Israel a Dios al ofrecer lo mejor de sus posesiones.
Y el Maharal de Praga, destacado talmudista, místico y filósofo del siglo XVI, percibía que el ritual del sacrificio era una reflexión fundamental acerca de la grandeza de Dios respecto de la pequeñez del pueblo.
Todos intentamos en diferentes latitudes y tiempos de la historia comprender la dimensión existencial de este ritual; encontrarle un mensaje, un motivo para seguir enseñándolo y una conexión con nuestros antepasados.
Hay un significado adicional a todos los que mencionados. Y éste tiene que ver con mirar más detalladamente las prescripciones para la realización de este ritual. Porque si leemos con detenimiento todo lo que nos espera de este libro veríamos que la gran mayoría de los korbanot, simplemente NO SON SACRIFICIOS en el sentido más comúnmente aceptado.
Salvo el korbán llamado Olá que se consume enteramente sobre el altar, en los demás korbanot, está estipulado qué porciones del mismo son las que deben comer los cohanim y los oferentes.
Si miramos el primer korbán obligatorio, el korbán de Pésaj antes de salir de Egipto, nos daremos cuenta que la ofrenda tenía una condición: que se comiera en familia, que no quedara nada y si el animal era demasiado para una familia, ésta debía invitar a otros para cumplir con este korbán. No había altar, ni Templo, ni Mishkan. Entonces la pregunta que nos hacemos es ¿qué es lo que define al korbán de Pésaj como korbán, si en realidad hoy diríamos que eso es más parecido a una barbacoa que a un ritual? ¿No debería, para ser un verdadero korbán, ser una ofrenda dedicada a Dios?
Tenemos que revisar cómo comprendemos a los korbanot. Porque los korbanot eran, en gran medida, comidas compartidas “con Dios”. Un acto cotidiano como comer, con la impronta de ser una ofrenda a Dios transforma la comida en una oportunidad trascendente: Invitas a Dios a tu mesa.
Entonces quizás podemos entender esta ritualidad de un modo completamente diferente: es un mecanismo a través del cual una persona puede construir, en su mundo terrenal, su relación personal con Dios, en una comida compartida que se transforma en la herramienta más poderosa de esta relación.
Cuando hablamos de la presencia divina en nuestra cotidianeidad estamos intentando decir que la conexión con el cielo se da a partir de lo que nosotros hacemos en la tierra. Que nuestra mesa abierta a todos, nuestra comida disponible a quien lo necesita, nuestras ganas de dar lo mejor a la hora de invitar, son los resabios de los korbanot de entonces. Abrir la casa y el corazón es la manera de invitar a Dios a nuestras vidas y es el modo de hacer que nuestras vidas tengan un sentido más allá de la rutina física que a veces nos aleja de pensarnos en estas dimensiones.
Sigamos haciendo korbanot invitando a nuestras mesas, abriendo la puerta de nuestras casas. Volvamos a entender la mesa como un altar y lo que cocinamos como una ofrenda. Volvamos a alojar a Dios en nuestros pequeños actos cotidianos. Así el libro de Vaikrá adquiere un nuevo sentido.