Yo judío: entre lo banal, lo sagrado y lo secular

Soy judío, sin creer en Dios. ¿Esto genera acaso la banalidad de ser judío? Sin embargo, creo que lo judío “es sagrado”, pero acaso puede ser sagrado sin concebirlo como sobrenatural. ¡Qué contrariedad! Difícil es pensar que los opuestos se unen; no nos educaron para percibirlo. Algunos filósofos hablaron de la “unidad de contrarios”. ¿Acaso lo sagrado no puede estar desligado de un ente superior?

Cómo deciros que sacralizo lo judío, sin tener creencias sobrenaturales. Aunque Raquel Zieleniec me comenta que “…todo lo que fue sagrado en una época, se volvió luego profano», lo sagrado es una manera de sentir que tal concepto, por ejemplo ser judío, es algo muy valioso, puro, intocable; una declaración de existencia. Soy judío es como decir existo.

Si deconstruyera la historia de “lo israelita” desde los tiempos antiguos, incluyendo el II Templo, el método de separar cada ladrillo hebreo para ver sus orígenes, sus raíces, sus sincretismos religioso-culturales, banalizaría todo lo judío. Si lo judío sin Dios es banal, estamos hablando de una elección humana, que como diría Sartre, no tiene más base que la angustia o la náusea de tener que elegir.

Parto de esa “banalidad” de elección para dar cuenta de que lo sagrado existe también entre los seres humanos.

Leopoldo Müller nos comentaba que el Universo es frío, gris, sin valores, sin brújula, ni sentido; el tiempo-espacio transcurre en expansión, sin héroes, ni sentimientos. Solo el hombre ha generado creencias, mitos, amores, odios, seducciones, egoísmos, solidaridad entre iguales. Es el hombre quien le dio color a la vida, le dio leyendas, adjudicó valores a las relaciones humanas, coloreó el mundo gris.

Es entonces que le dio pintura y hermosura a la vida, a la tierra y a nuestra singularidad israelita y judía. Valoró tanto algunos relatos o interpretaciones que les asignamos un valor sacro. Todo lo hizo el Hombre. Feuerbach dice que generó incluso a los dioses (o a Él), dándoles las cualidades que el hombre no posee o no logra constituir.

Martin Buber comentaba el “Yo y Tú”, donde Tú no es un objeto social: el Tú es la subjetividad y la comunicación con el otro, la empatía. No el objeto, sí la subjetividad. Si dejo la parte de Dios y sigo con el concepto humanista de Buber, comienzo a entender que entre el Yo y el Tú hay una relación humana, un compromiso, es decir un pacto. Por ejemplo: entre dos enamorados hay un proyecto que, para ellos, es sagrado. Y entre los muchos «yoes» y «túes» (yo y tú) hay también en los israelitas un proyecto, pacto o muchos pactos que compartimos. Son pactos humanos, acordados o virtualmente absorbidos en forma colectiva; esa conciencia e identidad colectiva pasa a ser sagrada entre todos los Yo y Tú que se sienten comprendidos en esa pertenencia, con esa empatía. No está Dios en ello, está el hombre construyéndolo (socialmente) y como es algo terrenal y muy profundo, es más sagrado que “el mundo de las ideas” de Platón.
En épocas difíciles, el no delatar al compañero, ni en la tortura, se tornó también algo sagrado. En el judaísmo, respetar la vida ajena (sexto mandamiento) tiene la misma categoría.

No temáis a lo sagrado -le comento al judío secular- que son los colores que pintamos nosotros en este mundo gris, finito y sin Norte. Lo humanamente sagrado dio color a nuestra vida, a nuestros instintos. La leyenda y el relato de la Torá son las pinturas israelitas, son nuestra ética para vivir. Si no lo creó Dios, los creó entonces el Hombre, qué importa, si ellos son nuestros valores, creyendo o no.

Recordemos que creamos la idea colectiva de la liberación de un pueblo oprimido (Pesaj), creamos el descanso semanal (Shabat), generamos los límites en la esclavitud y opresión, dignificamos al hombre, a la familia y el Talmud nos enseñó a reflexionar durante siglos.

Pero mi judaísmo tiene también el calor de la bobe (abuela) Charna, en cada festividad del Lúaj (calendario) la bobe ponía toda su esencia judía, su dedicación, su alegría. El calor de aquella mujer polaca, rodeada de toda la familia en cada festividad, nos recibía con mantel blanco y velas encendidas (Bench’n Lijt) para ofrecernos lo que había estado cocinando durante días. Así, con el abuelo Matías, ambos nos transmitieron el “amor y la alegría” que acompañan la vivencia de lo judío. La tristeza no era parte de aquellas reuniones; la pesada carga que llevaban de Europa no nos la transmitían.

Ambos fallecieron juntos y eso nos hizo lagrimear. Guershn, mi padre, encontró dos bolsas de 200 kilos, una de azúcar y otra de harina. Ante tal extraña reserva, sus ojos húmedos comprendieron cuánto reflejaba la miseria y el antisemitismo de Polonia. Aquella contradicción, bobe, entre tu alegría y el silencio convertido en bolsas alimenticias como huella de lo nunca hablado.

En la niñez que recuerdo, mi bobe volcaba su amor al recibirnos en Shabat y otras festividades. Eso también me hizo vivir como sagrado lo secular del Shabat. Por eso siento que lo sagrado implica colorear la vida.

El judaísmo “banal” despliega calor, tradición, relatos, ceremoniales y con él me identifico. No será divino, pero será entonces sagrado entre nosotros. ¡No es para nada banal! Me rectifico.

En recuerdo a Baruj Spinoza, a Jimmy (caído en la guerra de liberación), a Buber, a Rabin, a Leopoldo como maestro secular, y a tantos otros reflexiono: todos sabemos que el color de nuestra vida judía está implícito en este saludo que nos reúne a todos: ​¡​Shabat Shalom!

Autor: Mauricio Zieleniec / Identidad