Shabat Rosh Hashaná: Regresar hacia adelante

Se le preguntó al mitólogo más grande del siglo XX Joseph Campbell acerca de la búsqueda del sentido de la vida y él respondió:

“No pienso que eso sea lo que buscamos. Creo que lo que buscamos es la experiencia de estar vivos, de modo que realmente sintamos la alegría de estar vivos. “

Lo que buscamos- dice Campbell- es la experiencia de estar vivos.

Y eso es lo que pedimos una y otra vez en nuestras plegarias de estos Iamim Noraim que estamos comenzando, en un tiempo del mundo en los que el sentido de la vida y la experiencia de estar vivos han sido el tema que nos atormenta y nos desafía-:

Besefer Jaiim

Que seamos inscriptos en el libro de la vida. En el libro de la experiencia de sabernos vivos.

Vivos porque no renunciamos.

Vivos porque nos cuestionamos. Y nos angustiamos. Y buscamos respuestas. Y aventuramos caminos. Y acertamos. Y nos equivocamos. Y no nos resignamos. Y nos caemos. Y nos levantamos.

La experiencia de sabernos vivos.

Quizás sea lo único que depende de nosotros.

Hacer de nuestro tránsito por este tiempo, una experiencia plena de vida.

Y volvamos a Campbell.

En el libro el Poder del Mito, se le pregunta cómo se llega a esta experiencia. Y él contesta a quien lo está entrevistando:

“Lea los mitos. Ellos le enseñan que puede volverse hacia su interior, y Ud. comienza a recibir el mensaje de los símbolos. Lea los mitos de otros pueblos, no sólo los que pertenecen a su propia religión, ya que uno tiende a interpretar su propia religión como la realidad, pero leyendo otros mitos, empieza a recibir otros mensajes. El mito ayuda a poner su mente en contacto con esa experiencia de estar vivo.

Y esto es lo que les voy a proponer para este Shabat, primer día del nuevo año:

Visitar un mito de la antigua Grecia, el mito de Ulises, redactado en la Odisea. ¿Y por qué hablar de mitos griegos, en esta noche tan judía, como es Rosh Hashaná? Porque Ulises es el personaje de la mitología, que retorna. Retorna a Ítaca, su lugar.

Y nosotros también somos llamados a retornar.

Hashivenu Adonai Eleja venashuva…

Haznos retornar hacia ti y retornaremos…

Son tiempos de teshuvá. De volver…de regresar…

Y me sigo preguntando, ¿a dónde volver? ¿Y cómo volver?

Recordemos la trama argumental de la Odisea:

Ulises era el rey de Ítaca. Partió de allí para participar en la guerra de Troya. Tras su decisiva intervención en esta guerra Ulises y sus hombres parten en doce barcos con destino a Ítaca, su hogar. Quería volver a su casa, a su esposa Penélope y a su hijo Telémaco, pero los dioses habían preparado a Ulises un largo y accidentado viaje:

Ataques en el camino, vientos que los llevan a la deriva, pérdida de memoria, cíclopes que lo enfrentan, un mar furioso, actos de magia que lo dejan sin tripulantes, sirenas que aturden con su canto, naufragios, rayos, dioses que lo asaltan por doquier. Y así tras diez años de guerra y diez de viaje, por fin llega a Ítaca.

Y quizás esta travesura de ponernos a contar un mito griego en Rosh Hashaná nos haga comprender qué significa lashuv- teshuvá- retornar.

Queremos volver a esos paisajes que nos hacen sentir a salvo. Volver a nuestros amores. Volver a nuestro regazo. Y quizás esto nos lleve a darle un sentido a todo lo duro, lo incierto, lo encumbrado que a veces se nos hace el camino.

El filósofo Emmanuel Levinas va a confrontar este relato y este héroe de los griegos, con nuestro Abraham, de quien leeremos las dos mañanas de Rosh Hashaná.

“Nos gustaría oponer al mito de Ulises que retorna a Ítaca, la historia de Abraham, quien abandona para siempre su patria por una tierra todavía desconocida y prohíbe a su sirviente devolver a su hijo al punto de partida”.

Abraham representa el paradigma del mensaje de nuestro pueblo, desde el comienzo de nuestra fe.

El viaje de nuestro héroe no es hacia atrás. No retorna a lo que ya fue. Sino que se aventura a retornar hacia adelante. La experiencia de sabernos vivos se construye a medida que caminamos, está en nuestras manos, en nuestros ojos, en nuestras decisiones. Aquí, delante de nuestras narices.

Abraham sale de su tierra, con todo lo vivido, lo acertado, lo incomprendido sabiendo que no se puede regresar.

La meta no es la vuelta a la certeza.

La meta es el camino hacia la promesa.

Hacia la posibilidad. La oportunidad. El descubrimiento.

Se le preguntó al rabino del Ghetto de Varsovia, Rabí Kalonymus Kalmish Shapira qué era la teshuvá y él respondió:

“El tiempo de teshuvá es Rosh Hashaná que recuerda el tiempo de la creación del mundo, porque la teshuvá es también una forma de creación.”

Abraham camina y funda su propia experiencia de saberse vivo.

Crea su mundo en cada uno de sus pasos.

Teshuvá es de algún modo, un retorno hacia adelante.

Es una búsqueda que nos moviliza, nos inspira, nos hace comprender lo que nos sucedió, lo que hicimos y nos empuja a crear nuevos caminos.

Abraham sale sin saber qué va encontrar. Camina, encuentra con quién, acierta, se confunde, habita, circula, conoce, se inquieta, y sobre todo, cree.

Ulises sabe a dónde quiere llegar.

Abraham no lo necesita.

Los dos tienen una meta.

El héroe del mito va a un lugar que cierra el círculo luego del periplo de la vida;

Abraham va al lugar prometido y nunca pisado, porque nada tiene la intención de cerrarse, mientras transitamos la experiencia de sabernos vivos.

“El retorno mítico– dirá Levinas- representa a aquellos que están pendientes todo el tiempo de sí mismos.”

Volver a uno. Mirarse el ombligo y quedarse allí refugiados, ausentes de lo que es otra cosa que no sea el sí mismo.

El modelo de nuestro patriarca nos convoca a un camino donde siempre encontraremos a otros. Y mientras más salgamos, otros nos encontrarán a nosotros. Es la Teshuvá en la que más que la penitencia o el arrepentimiento, se pone en juego el deseo.

Somos interrogados por cuánto nos animamos a desear, a tener ganas, a buscar motivaciones.

Cuánto nos atrevimos a abandonar el sedentarismo de la conformidad y la inmovilidad para salir al camino. Un camino lleno de otros.

Que nos esperan.

Que nos devolverán otra versión de nosotros mismos.

Que nos enseñarán otras geografías.

¿Y si nos equivocamos? ¿Y si no podemos? ¿Y si fracasamos?

Fíjense que interesante: la palabra error comparte la misma raíz que la palabra errancia. Errar de equivocarse y errar de andar por allí sin demasiada planificación…

Erramos cuando andamos.

Quizás no seamos juzgados solamente por nuestras equivocaciones sino también por nuestras inmovilidades.

Quizás hoy le demos un nuevo significado a esa apostilla que todos conocemos: fe de erratas… se lee casi con culpa… el autor nos dice que se equivocó y enmienda su falta, con la versión corregida del equívoco.

¡Hoy me declaro creyente de la fe de erratas!; la fe que se tienen los que van de acá para allá buscando experiencias para saberse vivos.

No es la fe de los que tienen certezas, o Ítacas a las que volver, definitivamente. Es la fe de los que tienen confianza, en sus pasos, en su mirada, en los que tienen al lado, son los que se abrazan con otros para iniciar una nueva aventura.

Es la fe de los que piden ayuda cuando no pueden solos.

La fe de los que se retractan porque el amor es más importante que el tener la razón.

La fe del que llora porque no sabe cómo decir con palabras: lo siento.

La fe del que intenta de mil modos acercarse al que quedó lejos.

La fe de aquél que aun sabiendo que no solucionará el problema, le pone el pecho y hace todo lo que está a su alcance.

Salgamos al camino de esta experiencia de vida que son los Iamim Noraim. Aunque estemos en casa, y parezca que estamos solos. Es tiempo de estar adentro de uno, armar nuestros equipajes para iniciar un nuevo camino. El camino de la experiencia de sabernos vivos. Y esto no es poco. Y en tanto vivos; errantes, vagando la existencia porque no podemos ni debemos paralizarnos.

Me despido con un fragmento escrito por la bella pluma del poeta Yehuda Amijai:

“Quiero vivir hasta que las palabras en mi boca no sean más que movimientos y consonantes, tal vez sólo movimientos, sonidos suaves.

El alma que llevo adentro es ahora la última lengua extranjera que estudio…”

Con todo mi amor, fe, esperanza y convicción, nos deseo Shabat Shalom- que en este Shabat sintamos paz, y Shaná Tová- que en este año recuperemos la percepción de todo lo bueno que nos sucede y podamos ir tras ello.

Rabina Silvina Chemen