PARASHAT VAISHLAJ: revisar nuestras peleas

Parashat Vaishlaj continúa con el derrotero de nuestro patriarca Yaakov y con nuestra búsqueda acerca de cómo encontrar empatía con la vida de alguien tan complejo.

Yaakov sale, finalmente de la casa de su suegro Laván, junto a sus mujeres e hijos, llevándose a sus siervos y ganados, para retornar a la tierra de Israel. En el camino se entera de que su hermano Esav viene hacia él. (Recordemos que 20 años atrás, Esav juró matarlo en venganza por haberle mentido a su padre anciano y haberle quitado la bendición del primogénito, por lo que Yaakov tuvo que huir a las tierras natales de su madre).

Yaakov, desde que nace, se conecta a través de la pelea. Sale, del vientre de su madre, tomando el talón de su hermano, casi como impidiendo que nazca antes que él. Enfrenta a su hermano con argucias, para “comprarle” la primogenitura a cambio de un plato de comida. Se vuelve a enfrentar con su hermano, cuando éste se entera de que su bendición había sido robada tras un vil engaño. Se enfrenta con su suegro Laván cuando éste le cambia a su mujer amada por su hermana, obligándolo a trabajar 7 años más por Rajel, la mujer que él había elegido. Se enfrenta nuevamente a su suegro cuando a sabiendas, hace cruzamientos de ganado para dejarle todos los animales impuros, mixturados y llevarse él las razas puras…

Agota escribir la vida de peleas de Yaakov. ¿Y qué consigue? Nada. Huir, ser despreciado, volver a escapar, ser amenazado.

Ésa es la pelea sobre la que la Torá, entiendo, nos advierte. Somos testigos es esta vida salvaje, quizás con otras geografías, otros ropajes, otros motivos… pero hemos heredado de Yaakov la pulsión por la pelea estéril, pelea por puro poder; pelea de intereses, sin contenido. Pelea por ocupar el lugar del otro, más allá de nuestros propios lugares y capacidades. Pelea que marca territorio y deja claro que nuestras posesiones toleran sólo uno a la cabeza. Peleas que nos dejan solos, sin familia, sin historia, sin valores, solos, como se quedó Yaakov, en el camino de regreso a la tierra de C’naan.

Y habiéndose quedado Yaakov solo, estuvo luchando con un hombre hasta rayar el alba.
Pero viendo que no le podía vencer, le tocó en la articulación femoral, y se dislocó el fémur de Yaakov mientras luchaba con aquél.
Éste le dijo: «Suéltame, que ha rayado el alba.» Yaakov respondió: «No te suelto hasta que no me hayas bendecido.»
Dijo el otro: «¿Cuál es tu nombre?» —»Yaakov.»—
«En adelante no te llamarás Yaakov sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y le has vencido.»
Yaakov le preguntó: «Dime por favor tu nombre.» —»¿Para qué preguntas por mi nombre?» Y le bendijo allí mismo.
Yaakov llamó a aquel lugar Penuel, pues (se dijo): «He visto a Dios cara a cara, y se salvó mi alma.»
Bereshit- Génesis 32:25-31

Queda solo y vuelve a pelear. Pero ya no tiene con quién. Y quizás allí descubre el verdadero sentido de la pelea. Cuando la pelea trasciende la sed de poder y dominio y nos enfrenta a un desafío: confrontarnos a nosotros mismos en el momento de la lucha para ponernos a prueba, para crecer, para lograr un objetivo superior.

Yaakov pelea con ese “ish”, ese hombre que los sabios definirán con un ángel de Dios, otros dicen incluso que sería el ángel de Esav. Una pelea sostenida, cuyo objetivo es redefinir el concepto: pelear por algo y no solamente pelear con otro. Una pelea que, de acuerdo con las palabras de Yaakov debe terminar en bendición: “No te suelto hasta que no me hayas bendecido.» (Bereshit 32:26) Es decir, no abandono la pelea hasta no sentir que estoy modificado, que he peleado por algo que no traerá sobre mí maldición, como fue durante casi toda mi vida, sino bendición, una posibilidad, una recompensa por haber puesto el cuerpo y la garra para conseguir algo con sentido. Y allí, simbólicamente sucede el acto de “renacimiento” de Yaakov. No serás llamado más Yaakov, sino Israel, porque aprendiste a pelear con Dios y con los hombres.

Porque entendiste que la pelea con los hombres también define tu relación con Dios.

Porque aprendiste que cada vez que te enfrentas a un hombre tienes que tener en cuenta la presencia de Dios, la porción de Dios que lo habita.

Porque no puedes “fagocitarte” al mundo de acuerdo a tu antojo o tu ambición. Tu pelea debe tener un fin, una meta que no niegue a Dios, que no haga ojos ciegos al respeto por la vida del prójimo, a la integridad del otro. Y llamó a aquel lugar Penuel porque vio a Dios cara a cara…

Vayamos ahora al capítulo siguiente, el del reencuentro. Yaakov- Israel, finalmente se encuentra con su hermano. Aquél a quien le robó su historia, de quien se separó por obtener en la pelea una porción más de lo que le correspondía.

Yaakov ha cambiado.

Su hermano, que hasta entonces ha sido objeto de envidia y de argucias, se transforma en sujeto, en hermano, en humano.

Se acercan, dubitativos, con caravanas de personas y regalos que mitiguen probablemente la sed de una supuesta venganza.

“Dijo Esav: «¿Qué pretendes con toda esta caravana que acabo de encontrar?» — «Es para hallar gracias a los ojos de mi señor.»
Dijo Esav: «Tengo bastante, hermano mío; sea para ti lo tuyo.»
Replicó Yaakov: «De ninguna manera. Si he hallado gracias a tus ojos, toma mi regalo de mi mano, ya que he visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios, y me has mostrado simpatía.”
Bereshit- Génesis 33:8-10

“Ya que he visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios.” Recién ahora Yaakov aprendió a ver en el otro el rostro de Dios, a ver en el prójimo un sujeto que debe ser respetado, cuidado, valorado, como cada uno de nosotros se merece.

Recién ahora la vida de Yaakov comienza a corregirse, aunque todavía le faltan muchos aprendizajes y tormentos que deberá vivir para aprender de sus errores, pero con el abrazo al hermano, él inicia el comienzo de ascenso por esa escalera con la cual soñó… para unir la tierra con el cielo, para hacer de la vida un proyecto trascendente.

Así nosotros deberemos aprender a redefinir en este mundo salvaje y corrupto, muchas veces, el concepto de pelea. Nos estamos acostumbrando a vivir bajo la premisa de la confrontación, de la negación de cualquier posibilidad que no sea uno mismo o los propios. Estamos empobreciendo nuestras vidas sin percibir la riqueza de lo plural y lo heterogéneo. Sin ejercitar la compasión y la confianza. Sin darnos oportunidad a la escucha sin atajos ni etiquetas

Penuel fue el lugar en el que Yaakov reconoció haber visto la cara de Dios, en el momento en el que, agotado de la esterilidad de sus luchas, abre los ojos y ve otro; un ish, un ser -humano o divino- que porta un mensaje. En ese momento da cuenta de otro como un sujeto y no un objeto para ascender a escalas superiores.

Desde el momento en que el otro me mira, – escribe el filósofo francés Emmanuel Levinas, en Ética e Infinito – yo soy responsable de él sin ni siquiera tener que tomar responsabilidades en relación con él; su responsabilidad me incumbe.”

De eso se trata ser Israel, de tomar decisiones y pelear la vida, de abrir los ojos y mirar a quienes tenemos delante. Seguramente hay un mensaje esperándonos y la posibilidad de habitar un nombre que quede ligado a una historia de sentido y ética.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen