PARASHAT VAIESHEV: No somos “el otro”

Hay un famoso relato en el Talmud, en el Tratado de Jaguigá:

Cuatro Sabios «entraron» al PaRDéS ( significa literalmente prado. Y se lo entiende como un acrónimo. 4 letras que simbolizan cuatro formas básicas de comprensión de la Torá.)

Cuatro Sabios «entraron» al PaRDéS Ben Azái, Ben Zomá, “Ajer” (Elishá Ben Abúya) y Rabí Akiva.

Ben Azái vio y murió, Ben Zomá observó y enloqueció, “Ajer” cortó las amarras, Rabí Akiva salió en paz.

Talmud Babli Tratado Jaguigá 14.2

Hoy me dedicaré al último de ellos; “Ajer”- que en hebreo no es un nombre propio sino un calificativo: “Ajer” es “el otro”.

Luego el texto nos dirá que es Elisha ben Abuya – el “Ajer”- “el otro” … el que cortó las amarras.

Mucho hay para preguntarse acá.

¿Por qué no lo llaman por su nombre; Elisha ben Abuya y le dicen “Ajer”- el extraño?

Y ¿qué quiere decir cortó las amarras?

Los que interpretan este pasaje lo explican diciendo que se alejó del pueblo de Israel, se convirtió en hereje.

En hebreo “soltar amarras” es -קיצץ בנטיעות- cortó las raíces, lo plantado… literalmente. Se soltó.

Es tan fácil catalogar a cualquiera como el “Ajer”; cuando no puedes conquistarlo. Cuando no se deja sojuzgar. Cuando tiene convicciones propias que no condicen con las tuyas. “Ajer” es un hereje. No deseado. Traidor. Excluido. Sin nombre. “Ajer” tenía nombre y progenie. Se llamaba Elisha y su padre Abuya.

Elisha ben Abuya, un gran sabio del siglo I de esta era.

Se cuenta que cuando Elisha ben Abuya vio a Dios en este místico encuentro, comenzó a dudar de todo lo que había aprendido y enseñado. Y decidió tomar distancia.

En ese mismo momento, deja de llamarse Elisha para ser el “otro”, el extraño.

Y al quitarle sus rasgos de identidad, su nombre, sus orígenes e historias, otros se ven habilitados a desterrarlo, y borrarlo del mapa.

¿Y por qué traigo estas reflexiones en Parashat Vaieshev?

Por un lado, porque en la Torá aparece la imagen intolerable para mí de un hermano que es vendido para sacárselo de encima, un hermano molesto, que no se disciplina, ni se cuadra al resto de sus hermanos. Un “Ajer”, porque su padre lo quiere, porque hace otras cosas y porque simbólicamente no está vestido como los otros: tiene un vestido a rayas, con mangas, se lo ve desde lejos.

Éste es Yosef. Que no se alinea con lo que se pretende sobre un muchacho de esta época. Sueña, tiene ínfulas, quiere crecer, sobresalir, tener poder y encima lo cuenta. Les cuenta a sus hermanos sus sueños de grandeza. Les muestra -creo yo- que no quiere contentarse con lo que está estipulado para él: ser un mero descendiente de pastores de ganado. Yosef molesta porque es el extraño de la familia. El que no se disciplina ni se somete.

Los hermanos esperan que su padre no esté presente y aprovechan para planificar su desaparición.

– Matémoslo, dijo uno.

Otro, con un poco de pudor, dijo: – No manchemos nuestras manos con sangre.

– Tirémoslo al pozo, sugirió.

Luego pasó por allí una caravana de mercaderes a quienes se lo venden.

– ¡Ya está!¡Resuelto! El Otro no molesta más.

¿Y qué hacemos con nuestro padre?

– Le mentimos. Manchamos su túnica con sangre. Le decimos que una bestia lo despedazó. Llorará un rato. Y se le pasará.

Las tragedias con el tiempo se olvidan o al menos se tergiversarán hasta ocultarse por completo…

Pero el plan funcionó a medias.

Porque ese Otro que pretendieron hacer desaparecer para que nada perturbe sus literalidades, estará presente en el luto permanente que el padre llevará de por vida.

Y vuelvo a la imagen de la túnica. Ensangrentada. Profanada por la mentira, por la superioridad.

Túnica arrasada. Manchada. Rota: en sus materiales y en su mensaje. Romper, para desterrar cualquier atisbo del otro que no encaja en la cartografía que pretende imponerse.

Y cuando escribo sobre pozos, túnicas ensangrentadas, matanza y profanaciones, las imágenes tatuadas en mi alma del 7 de octubre reeditan ese dolor inconmensurable e inexplicable. Con miedo a que las mentiras que se escuchan, y las negaciones a lo que se ve terminen por dejar borrosas esas imágenes de una inhumana bestialidad.

La pregunta que nos hacemos todos, desde entonces es qué hacemos con este dolor.

Yo elijo no quedarme quieta.

No paralizarme.

Elijo ser siempre parte de esos otros, de los que no compran verdades enlatadas y se plantean si es falaz o verídico lo que sostienen. Elijo buscar a esos otros que no se alinean acríticamente ante una posición impuesta. Elijo cuidarme con los míos, pero no creer que en el encierro hay una respuesta. Elijo no tener miedo y sobreponerme de los pozos en los que la historia nos está ubicando, como “los otros” de siempre, para cualquier circunstancia. No compro ese apelativo. Tengo nombre, apellido, origen, una creencia, ideales, un pasado y un anhelo y sobre todo, derechos.

Sigo eligiendo y creyendo en un mundo diverso, amplio, con un mapa colorido, con espacios curvos y elásticos.

Porque, en definitiva, todos somos ese otro. A veces nos aferramos a lo plantado, otras decidimos soltarlo, a veces caminamos por los bordes y otras elegimos los centros. A veces estamos seguros y otras dudamos.

Hoy pareciera que estaremos eternamente de luto, como lo estuvo Yaakov. Pero nos vamos a sobreponer. A fuerza de nuestras voces alzadas por doquier. Con la convicción de unirnos a los que, como nosotros y aun sin pertenecer a nuestro pueblo, creen en el derecho de cada uno por una tierra en paz.

Me uno a todos los Yosef, a todos los Elisha ben Abuya, a todos los que catapultados en el lugar del “otro a exterminar” fueron condenados a los peores vejámenes. Estamos allí, en la oscuridad de los túneles con todos los secuestrados. Y en el dolor de todos los heridos y huérfanos.

Vamos a poner palabras allí donde se pretende silencio. Vamos a gritar más fuerte allí donde los misiles nos ensordecen.

Vamos a poner presencia donde otros aspiran a nuestra ausencia.

Y no cejaremos hasta que vuelva la calma y reine la justicia,

“Aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,” como escribía de Benedetti.

Seguiremos cosiendo túnicas, poniendo nombres, construyendo casas, abriendo escuelas, vendando heridas, hablando en el mundo “hasta que se cansen las manos/y se canse la guerra/ y se canse incluso la paz/ y exista.” (Yehuda Amijai- Poema Temporal)

 

Rabina Silvina Chemen.