PARASHAT VAIEJÍ: El contenido de la esperanza

“Iesimjá Elohim keEfraím vejiMenashé” (Qué Dios te haga como a Efraím y Menashé) les decimos a nuestros hijos varones cada vez que se presenta una ocasión para posar nuestras manos sobre ellos e invocar una bendición.

Y, a decir verdad, Efraím y Menashé no son los personajes más conocidos de nuestras narrativas de origen. Tenemos en nuestro relato hombres probos, elegidos por Dios para llevar adelante una misión; iniciar una genealogía que devenga en esa nación que Dios elige para poder multiplicar su mensaje acá en la tierra.

Quizás encontremos una explicación al motivo por el cual nuestra tradición elige esta frase como el mayor deseo o aspiración que tiene un padre para con sus hijos.

Iaakov ya anciano, a punto de partir, cumple con el ritual de bendecir a sus hijos. Y ¡qué mejor oportunidad de hacerlo allí en Egipto en presencia de todos! (de todos es un decir, ya que su hija Dina ya no está entre ellos…).

Uno a uno les irá “regalando” palabras que tienen que ver con su futuro, su vocación y hacia dónde se encaminará su vida. Y cuando llega el turno de Iosef, su padre le pedirá que traiga a sus hijos que los bendecirá en su nombre,

Iosef presenta a sus dos hijos, Efraím y Menashé, a su padre teniendo la precaución de colocar a Menashé, el mayor, a la derecha y a Efraím, el menor, a la izquierda. Pero el patriarca cruza las manos cubriendo con su mano derecha a Efraím, el menor, y con su mano izquierda, a Menashé, el mayor. Nada puede hacer Iosef que, infructuosamente, intentó explicarle a su padre que estaba alterando el orden de prioridades.

Él le dice a su padre que los está bendiciendo en el orden equivocado, esencialmente tratando de controlar la situación, pero su padre confunde sus intenciones. Iaacob/Israel confirma en voz alta que este arreglo no es un accidente y luego bendice a sus nietos de la manera en que se instruye al pueblo de Israel para bendecir a sus propios hijos: Que Dios te haga como estos, como Efraín y Manasés. Iaakov no se estaba confundiendo. Lo diferente acá, respecto del resto de su vida es que le explica a Iosef que así serán bendecidos los hijos por generaciones.

Pero más allá de quedarnos con la curiosidad de este abuelo con sus nietos recibiendo una bendición me gustaría volver a preguntarme qué hay detrás de esta decisión de convocar a Efraim y Menashé. No tenemos datos de una vida ejemplar, de un acercamiento a Iaakov que lo haya conmovido mas que el accionar de sus otros tantos nietos… ¿qué nos dice esta decisión del patriarca?

El contexto puede ayudarnos a encontrar una respuesta.

Iaakov está viviendo una escena que creía perdida. Tiene delante de sí no sólo a su hijo dilecto, por el cual mantuvo duelo durante toda su vida, sino que tiene el privilegio de conocer a su descendencia. Y eso es suficiente motivo para que esta bendición se haya perpetuado en nuestras prácticas.

Les estamos diciendo a nuestros hijos, a través de nuestros deseos, que nunca pierdan la esperanza.

Que aprendan a buscar y a esperar aquello que tanto quieren y que creen perdido.

Que no bajen los brazos ante la fatalidad.

Que debemos aprender a mirar más allá y ser testigos de cómo el devenir de la vida nos puede dar recompensas.

Les estamos diciendo que siempre es tiempo de reparar, de sanar, de volver a juntar y a empezar como lo hizo Iaakov en su ancianidad.

Iaakov comienza su vida tomando con su mano el talón de su hermano para salir primero del vientre materno y termina con sus manos sobre las cabezas de sus nietos, aquellos que jamás había soñado conocer, impartiendo una bendición sabia y serena.

Qué podamos ser dignos merecedores de esta bendición que supone heredar la capacidad de no bajar los brazos, de no darlo todo por sentado y por sabido. De animarnos a dejar nuestras comodidades de lado para ir a la búsqueda de la osadía que nos hará reencontrar un camino que creíamos ya abandonado.

Cuando terminamos de leer cada libro de la Torá decimos Jazak, jazak venitjazek – Sé fuerte, sé fuerte y nos fortaleceremos.

En el final de Bereshit, más que nunca, el Jazak, Jazak, tiene que ver con haber recibido el mandato de la fortaleza de espíritu para no perder jamás las esperanzas. Y Iaakov se hizo fuerte no cuando compró su primogenitura ni cuando engañó a su padre, sino cuando tuvo la oportunidad de bendecir a sus hijos y a sus nietos, mirándolos a los ojos, aquellos ojos que no pudieron mirar cara a cara a su hermano y a su padre en su juventud.

Hemos concluido una vez más el libro de Bereshit.

Ha comenzado nuestra historia como nación.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen