“La impureza, de por sí, es apenas una representación y ésta se encuentra sumergida en un miedo específico que obstruye la reflexión con la impureza penetramos en el reino del terror.” Mary Douglas, antropóloga británica cita esta frase de Paul Ricouer en su libro Pureza y Peligro.
Me es inevitable visitar los textos de esta gran escritora cuando transitamos las semanas del libro de Vaikrá. Porque ella necesita desentraña la ritualidad del libro de Levítico y las compara con las concepciones de las sociedades primitivas.
“Pureza y peligro,” miren qué maravillosa síntesis en dos palabras. Un texto que va a buscar los fundamentos de los comportamientos sociales que dividen a sus miembros en puros o impuros, limpios o contaminantes.
“Con la impureza penetramos en el reino del terror”. Así culmina la frase del inicio de esta reflexión. Cuando las acciones de una sociedad, de una política de estado o de quienes toman el poder por la fuerza están categorizadas en dos absolutos: los “puros” y los “impuros”, no hay reflexión posible, no hay matiz posible, ni conversación habilitante de ninguna índole. El estigma puesto sobre los que pueden contaminar al grupo de los impolutos genera miedo, parálisis y violencia.
Pasó en el nazismo, con las leyes de la pureza de la raza aria. Todo aquél que contaminaba el pedigrí ario, debía desaparecer para no manchar el proyecto hegemónico y así fueron perseguidos los judíos con el objetivo de extirparlos de la faz de la tierra, como también los afrodescendientes, los Roma y Sinti, los homosexuales, los Testigos de Jehová, los discapacitados y todo opositor al régimen. La limpieza de la raza se hizo limpiando a todo lo que no fuera como los representantes del Reich.
Esta antropóloga investiga las ideas de contaminación en la vida de las sociedades y los mitos que se sostienen y van moldeando un pensamiento sobre “lo otro”. Las investigaciones que hizo Mary Douglas la hacen concluir que el peligro se evidencia en el contacto. Es un riesgo estar cerca y ser tocado o tocar a quien no pertenece a mi estirpe, o modo de pensar, o modo de creer, o … La cercanía apabulla cuando de diversidad se habla y por lo tanto para evitar el contacto se han impuesto todo tipo de decretos para limitar la vida social, el intercambio, el enriquecimiento mutuo, la pluralidad, la cultura popular, etc.
Douglas concluye que estos sistemas en las sociedades primitivas exagerando la diferencia entre adentro y afuera, encima y debajo, macho y hembra, pretendieron crear la apariencia de un orden. Un orden que -y esto lo agrego yo- es la mejor excusa para permitir el desastre.
¿Qué hago yo hablando de esto en parashat Tazría?
Por un lado, volver al tema que nos convoca: rituales de tumá y tahará; pureza e impureza. Comenzando con una mujer parturienta, pasando por enfermedades de la piel como la tzaraat, y el contacto con un cuerpo muerto.
No voy a leer los rituales y las concepciones del ayer con los anteojos del hoy. Pero necesitamos una explicación para desterrar el peligro en este concepto de pureza.
En principio aclaremos que cuando hablamos de pureza, la Torá se refiere a un estado de pureza ritual (en hebreo tahará) y su contrasta con la impureza ritual (en hebreo tumá). Mientras los Templos de Jerusalem estuvieron en pie, uno necesitaba estar en un estado de pureza ritual para entrar al Templo y ofrecer un sacrificio; esto significaba una plena disposición de cuerpo y alma para ofrendar lo mejor de sí a Dios. En ciertas situaciones particulares como el contacto con un muerto, con sangre o fluidos las personas quedaban fuera de esa disposición espiritual para conectarse con lo divino. Debía procesar con un tiempo determinado y una ritualidad particular eso que les sucedía: el impacto de confrontarse con la muerte, la sanación ante la enfermedad, que se corte el sangrado en el caso de las parturientas. Hay tiempo para todo en la vida ritual y si no es con cuerpo y alma hay que suspender la práctica hasta que lo que irrumpió en la cotidianeidad se detenga. Estas leyes se abandonan a partir de la destrucción de los Templos y que con el correr de los tiempos y las traducciones y ciertas operaciones del lenguaje, se desvirtuó este concepto; y se perpetuó una categorización que divide, atomiza y excluye; el puro adentro, el impuro afuera, sin nada en el medio que lo atempere.
“Tumá- va a decir Rachel Adler, escritora, teóloga norteamericana en “Tumah y Taharah-Mikveh» (1973), es el resultado de nuestra confrontación con el hecho de nuestra propia mortalidad. Es el descenso a la oscuridad.”
De eso se trataban las disposiciones de la Torá. Del miedo a lo inexplicable, la muerte, la proximidad con la finitud, la misma oscuridad. Y en ese estado, la ritualidad carecía de sentido.
¿Qué nos pasó como humanidad que hemos olvidado esta explicación, hemos dejado este temor de perder la vida y hemos optado por la selección humana en la que algunos tienen derecho a vivir a costa de que otros desaparezcan de la faz de la tierra?
Las sociedades se ocupan de delimitar sus centros para señalar a todo lo que queda en las márgenes. En el mejor de los casos los olvidan, los invisibilizan, los ofenden, los usan. En el peor, los destruyen impiadosamente.
¿Cuál era el ritual de purificación? Entrar en un curso de aguas corrientes; un baño ritual.
El Rabino Aharon Haleví de Barcelona, en el Séfer Hajinuj (s. XIII) lo explica así: “En cuanto a que el agua purifica toda contaminación [espiritual], sugeriría, según el nivel básico de comprensión, que un hombre debería verse a sí mismo después de la inmersión en la mikve (baño ritual) como si estuviera creado en ese momento, así como el mundo se llenó de agua antes de que el hombre fuera creado, como dice el versículo (Gen. 1:2), “y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Debe colocar en su corazón la imagen de que, así como su cuerpo se renueva, así sus obras se rejuvenecerán para el bien, se volverán dignas y será meticuloso en seguir los caminos de Dios.”
Quizás la humanidad deba volver a nacer.
Reencontrarse con las aguas que les quiten los odios y las verdades heredadas llenas de prejuicios y sospechas. Abandonar los dientes apretados de bronca, las manos en alto con pancartas de muerte, la ira en los ojos… soltar y hacerse nuevamente pequeños, con capacidad de aprender a caminar de nuevo, a mirar de nuevo y volver a ver en el otro un posible hermano, compañero, vecino, amigo, amor, aun en las diferencias, aun en las disidencias.
Volver a nacer a un proyecto de humanidad que no resiste más sangre ni más muerte. Hoy quien sufre de impureza es el género humano que decide seguir clasificando en los que merecen estar adentro y vivos y los que deben quedar afuera muertos (o secuestrados).
¡Basta! No hay psiquismo humano que pueda ya tolerar esta locura. No hay educación posible si lo que nuestros niños ven es la sin salida que este mundo les ofrece. No hay política posible si quienes ganan, lo hacen por haber sido exitosos en destruir a su adversario. No hay periodismo posible si en lugar de informar salen a matar con sus opiniones.
Necesitamos volver a las aguas de la serenidad, de la claridad mental, del despojo, de la frescura, del dejar correr para renovarnos.
Pureza y peligro… un título que, desde los años 70 sigue vigente.
Es tiempo de titular nuestras sociedades de otro modo. No ceder a la fatalidad y renacer a un proyecto que dignifique nuevamente la humanidad a la que pertenecemos.
Rabina Silvina Chemen