PARASHAT PINJÁS: la advertencia al fanatismo

Con Pinjas una nueva categoría de conducta humana entra en el mundo del pueblo de Israel: el fanático. «Pinjás, hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aharón, ha apartado mi furia de los hijos de Israel porque demostró su celo por mí entre ellos, y en mi celo no he destruido a los hijos de Israel.” (Bemidbar 25: 11). Muchos siglos después, otra figura de Tanaj es descrita como un fanático, el profeta Eliahu. Él le dice a Dios en el Monte Horeb, «Yo he sido muy celoso para el Señor Dios Todopoderoso.» (Melajim I 19: 14).

Estamos ante un gran riesgo, porque podemos leer el texto y llevarlo hacia donde nosotros nos conviene.

Podríamos leer que tanto Pinjás como Eliahu tuvieron éxito. Al primero, en nuestra parashá, se lo premia con un pacto de paz y Eliahu es, en el imaginario judío, la figura más esperanzadora y tierna, aquél que vendrá a anunciarnos la redención, a quien esperamos en Pésaj y a quien nombramos en el Brit Milá de nuestros hijos.

Pinjás, un pacto de paz con Dios. Eliahu, el que anunciará la paz en el mundo. Pero… ¿Cómo fueron sus historias?

La primera es la de Pinjás. Después de no haber maldecido a los israelitas, (recordemos la historia de Balak de la parashá anterior), Bilaam ideó una estrategia que tuvo éxito. Él persuadió a las mujeres moabitas de seducir a los hombres israelitas y luego atraerlos a la idolatría. Esto provocó la ira divina, y una plaga estalló entre los israelitas. Para empeorar las cosas, Zimri, un líder de la tribu de Shimón, trajo una mujer midianita al campamento con quien tuvo relaciones sexuales delante de todos. Al ver semejante escena, Pinjás- nieto de Aharón, el kohén, los atravesó con una espada matándolos, poniendo fin no sólo a la mala conducta de estos dos sino que, con este gesto, cesó la plaga por la que miles de personas en el pueblo ya habían muerto. Ésa es la historia de Pinjás.

La historia de Eliahu comienza con la llegada de Ajab al trono del reino del norte, Israel. El rey se casó con Izebel, hija del rey de Tzidón, y bajo su influencia introdujo en el reino el culto a Baal, un culto pagano, construyendo un templo pagano y erigiendo un monolito en Shomrón en honor a la diosa madre ugarítica Asherah. Izebel, mientras tanto, estaba organizando un programa para matar a los «profetas del Señor». El Tanaj (Melajím I cap.16) dice de Ajab que «hizo más mal que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Adonai Dios de Israel”.

Entonces Eliahu anuncia que sobrevendrá una sequía para castigar al rey y a la nación adoradora de Baal. Confrontado por Ajab, Eliahu lo desafía a reunir a los 450 profetas de Baal a una prueba en el Monte Carmel. Cuando todos están presentes, Eliahu explica cuál será el desafío. Todos prepararán sacrificios y llamarán a Dios. El que envíe fuego desde el cielo será el Dios verdadero. Los profetas de Baal lo hacen y llaman a su dios, pero no sucede nada. En un raro espectáculo de humor despreciativo, Eliahu les dice que clamen más fuerte. -Tal vez, dice, Baal está ocupado o viajando o duerme. Los falsos profetas trabajan con frenesí, gritando, hasta que su sangre fluía, pero no pasaba nada. Entonces Eliahu prepara su sacrificio y hace que la gente lo rocíe tres veces con agua para que sea más difícil de arder. Luego llama a Dios. El fuego desciende del cielo, consumiendo el sacrificio. El pueblo, espantado, grita: “Adonai hu haElohím. ¡El Señor – él es Dios! ¡El Señor – él es Dios!” Palabras que decimos hoy en día al finalizar Iom Kipur.

Y allí comienza una verdadera cacería. “Entonces Eliahu les dijo: Prended a los profetas de Baal, para que no escape ninguno. Y ellos los prendieron; y los llevó Eliahu al arroyo de Kishón, y allí los degolló.” (Melajím I 18:40)

No cabe duda de que Pinjás y Elíahu eran héroes religiosos. Entraron en la brecha en un momento en que la nación se enfrentaba a una gran crisis religiosa y moral.

Pero Pinjás y Eliahu, no son los únicos personajes de la historia.

Nos estaríamos olvidando de toda la gente, de todo el pueblo, de otros dirigentes, que miraron la escena. En el caso de Pinjás no hicieron nada. En el caso de Eliahu, se sumaron al vandalismo y la locura fanática.

Con Pinjás, aparece un nuevo tipo en el pueblo de Israel: el fanático. Actuaron mientras todos los demás, en el mejor de los casos, observaban. Presas de su celo, lo único que provoca son actos sanguinarios. Estos dos fanáticos tienen las manos manchadas de sangre.

Y el pueblo que los acompañaba, las manos manchadas de silencio. ¿Por qué no son castigados? ¿Cómo terminan estas historias?

Su tratamiento, tanto en la Torá escrita como oral, es profundamente ambivalente. Dios le da a Pinjás «mi pacto de paz«, Briti Shalom. La palabra Shalom, en el manuscrito bíblico está partida en dos. Prefiero entender que el pacto de paz no es un premio sino un mensaje: nunca más cometerás un crimen en nombre de Dios, porque el pacto de fe es la paz.

Y con Eliahu pasa algo similar: Eliahu tiene que escapar porque la reina lo quiere matar. Se esconde en el monte Horeb y Dios va allí con su mensaje. De pie en Horeb, Dios le muestra un torbellino, un terremoto y un fuego, pero Dios no está en ninguna de ellos sino que llega a Eliahu en una “kol dmama daka”- » una voz quieta y pequeña» (Melajím I 19). El mensaje es que Dios no se encuentra, ni se defiende en la confrontación violenta, sino en la mansedumbre y la palabra suavemente hablada.

Quizás lo que estoy contando son historias pasadas o superadas. O quizás que nada ha cambiado. Quizás seguimos, con Pinjás y con Eliahu dentro de nosotros, representados en todos aquellos que no comprenden que Dios nos convoca a la paz a partir de la palabra suave, de un diálogo amoroso.

A veces sentimos que los fanáticos nos ganaron la escena y corremos un riesgo: que la violencia nos deje impávidos, que no hagamos nada y lo peor que creamos que no tenemos ni derecho ni autoridad para no hacer nada.

Y lo peor que podemos hacer es quedarnos en silencio ante las posturas de aquellos que se erigen como los defensores de la verdad.

Marc Alain Ouaknin, filósofo y rabino francés aborda el tema de la interpretación en muchos de sus textos, pero hoy me centraré en uno que se llama Biblioterapia.

Y allí él dice que “la filosofía que se desprende del Talmud, (es decir, del libro más poderoso de la interpretación), no es tan sólo una filosofía de la interpretación, o de una teología o de un legalismo… es ante todo un combate contra la “pulsión de verdad” en la que arraigan las trágicas realidades de la intolerancia y el fanatismo. El Talmud, es decir, la interpretación, juega una lógica del sentido, contra una lógica de la verdad, permitiendo así rechazar la violencia que interviene de manera brutal decidiendo en forma arbitraria sobre el sentido de la vida.”

Los fanáticos, movilizados por la pulsión de verdad, de su única verdad, hacen desaparecer la posibilidad de interpretación y pretenden hacer desaparecer sin ningún pudor, todo aquello que no entre en su égida de control y manipulación.

La desaparición de la interpretación dentro de una sociedad es la primera brecha que genera pobreza cultural y violencia. La primera brecha… como la que se hizo aquel 17 de Tamuz, conmemoramos la semana pasada. A partir de esa brecha en las murallas de Yerushalaim, devino la destrucción total que conmemoraremos el próximo Tishá beAv.

Estamos en las tres semanas de la angustia, entre estrechuras. Entre el 17 de Tamuz y 9 de Av. Interpretar es salir de la violencia contra uno y contra los demás, es la manera más bella de pasar de lo sagrado, atribuido a lo intocable, a la santidad.

La interpretación no es un juego superfluo y la necesidad de interpretar es un acto de existencia, de trascendencia y de libertad.

Interpretar es abandonar el fetichismo sobre las palabras y decidir dejar de hacer del texto una deidad.

Interpretar es abandonar la idolatría a lo que los fanáticos nos convocan.

Interpretar es abandonar la tentación, la seducción de creer que todo está dicho y el mundo es lo que uno le hace decir que sea.

Interpretar es abandonar la matematización del texto y entender que el nombre de Dios no puede pronunciarse y no por una cuestión supersticiosa sino porque no hay nada cerrado ni acabado, ni siquiera el sonido del nombre de nuestro Dios.

Tomar la letra escrita con tinta sobre un papiro como algo inamovible es asesinarla.

La pregunta que siempre me hacen es cómo saber que lo que estoy interpretando es verdadero y no una falsa comprensión. A decir verdad esto no puede resolverse. Porque la lógica es otra. Nuestro pueblo no se dirime entre lo que es verdadero y lo que es falso. Y ¿cuál es el límite?

Los límites de la hermenéutica son éticos. Ninguna interpretación es aceptable si es portadora de violencia y de voluntad destructora para con el prójimo.

Pinjás, Eliahu, listas negras, brechas, destrucción, exilio, inequidad, violencia, silencios, discriminación y fanatismos. No estamos yendo por buen camino.

La palabra paz, en esta parashá, está herida. Muchos piensan que es un error del copista al ver la letra truncada. Yo creo que es el texto que llora. La paz jamás será posible si el fanatismo es el lenguaje.

La paz llegará de las voces que cada uno de nosotros le dé al texto un significado para recuperar el orgullo de ser herederos de una palabra que nos modifica la existencia y nos convoca a construir un mundo en el que las expresiones de todos tengan cabida.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen