Es casi folclórico el relato de Noaj (Noé) y su barca. Su imagen ha producido infinidad de libros para niños, en donde se lo ve alegremente a Noaj y su familia con los pintorescos animales subiéndose a un barco de madera para salvarse del diluvio.
¿Pero, qué hay más allá del cuento?
La palabra que utiliza el texto bíblico para hablar de esa embarcación es “tevá”- תֵּבָה
Es una palabra que en el texto bíblico no es utilizada para decir barco, como otras, como oniá, como en Bereshit 49:13:
זְבוּלֻן, לְחוֹף יַמִּים יִשְׁכֹּן; וְהוּא לְחוֹף אֳנִיֹּת
Zebulún puertos de mar habitará; Será para puerto de naves (oniot),
O la famosa barca a la que se sube Ioná (1:3):
וַיָּקָם יוֹנָה לִבְרֹחַ תַּרְשִׁישָׁה, מִלִּפְנֵי יְהוָה; וַיֵּרֶד יָפוֹ וַיִּמְצָא אֳנִיָּה בָּאָה תַרְשִׁישׁ
Y” Ioná se levantó para huir de la presencia de Adonai a Tarshish, y descendió a Iafo y halló una nave (oniá) que partía para Tarshish”.
También en Ioná (1:5) se habla de una sefiná, otra manera de decir barco:
וְיוֹנָה, יָרַד אֶל-יַרְכְּתֵי הַסְּפִינָה, וַיִּשְׁכַּב, וַיֵּרָדַם.
Pero Ioná había bajado al interior de la nave (sefiná), y se había echado a dormir.
Sólo dos veces se menciona la palabra “tevá” como un elemento que flota en el agua.
Una es en nuestra parashá, parashat Noaj.
La otra es en el libro de Shmot (2:3); en la famosa historia de Moshé, cuando bebé, que fue puesto en una canasta flotante sobre las aguas del Nilo.
וְלֹא-יָכְלָה עוֹד, הַצְּפִינוֹ, וַתִּקַּח-לוֹ תֵּבַת גֹּמֶא, וַתַּחְמְרָה בַחֵמָר וּבַזָּפֶת
“Pero no pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla (teiva) de juncos y la calafateó con asfalto y brea…”
Lejos de ser un tratado sobre navegación las palabras portan significantes que van más allá de lo que el relato y su literalidad implican
Rabi Abraham Ibn Ezra (España, siglo XI) comenta que la Torá utiliza el sustantivo “tevá” en lugar de sefina, ya que este elemento no tiene remos ni timón”.
Es un barco que no tiene remos ni timón, a diferencia de otras naves que tienen un sistema de desplazamiento y de manejo.
Sorprende que las instrucciones de la construcción del arca son precisas hasta los más ínfimos detalles (Bereshit 6:14-16):
“Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera. Y de esta manera la harás: de trescientos codos la longitud del arca, de cincuenta codos su anchura, y de treinta codos su altura. Una ventana harás al arca, y la acabarás a un codo de elevación por la parte de arriba; y pondrás la puerta del arca a su lado; y le harás piso bajo, segundo y tercero.”
Sin embargo no encontramos referencia alguna al modo de trasladarse o conducirse. Podríamos inferir (imaginando un diluvio a escala global) que de poco servirían los remos o las velas ni siquiera un timón porque la virulencia de la lluvia y la inundación no permitirían ningún tipo de movimiento voluntario. Por lo tanto Noaj no decidiría dónde ir, dónde bajar, ni nada que se le parezca. Así como su salvación fue deseo de Dios, así será el fin del diluvio y el destino de la barca.
En una situación parecida, cuando la madre de Moshé pone a su hijo sobre el “moisés”, lo deja librado a la corriente del río, a la suerte o no que le toque de ser rescatado de su deriva y salvado. Supongo que lo hace como último recurso para salvarlo pero también con una profunda fe de que ese niño va a vivir.
A veces cuando nos sentimos apremiados, confundimos, nos dejamos llevar por las aguas de las circunstancias, sin remos ni velas ni timones para que Dios/el destino/ o lo que fuere resuelvan por nosotros y nos salven.
Sin embargo estas dos historias que tienen el mismo origen que es la “teva” no tienen finales similares.
Noaj se va a salvar, pero sólo momentáneamente. Él no asume un lugar de nuevo liderazgo, sus hijos se avergüenzan de él y sus descendientes, en un proyecto autoritario, construyen la ambiciosa y fracasada torre de Babel.
Y Moshé es salvado por la generosidad de la hija del Faraón que lo prohija y lo hace el ser humano que luego es elegido para sacar a un pueblo entero de la angustia y la esclavitud.
¿Dónde está la diferencia entonces? La diferencia está en la brea. Y no es un juego de palabras.
La “tevá” de Noaj estaba pintada por dentro y por fuera: “y la calafatearás con brea por dentro y por fuera.” (Bereshit 6:14)
La “tevá” de Moshé fue pintada sólo en su exterior: “Pero no pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea.” (Shmot 2:3)
La metáfora de estas barcas habla de los personajes, sus derroteros y sus formas de mirar la historia.
Ambos corren peligro. Ambos dependen de la suerte que corran en sus naves. Ambos necesitan evitar que el agua los ahogue.
Las aguas de Noaj, rememoran la destrucción. Toda la tierra quedó bajo agua.
Las aguas de Moshé, son el comienzo de su salvación. No sólo la propia sino la de un pueblo todo que llevará a la libertad.
Noaj, con tal de ser salvado, pinta por fuera y por dentro, se aísla en su propia buena suerte. Le alcanza con sentirse seguro, con que el peligro no lo aceche. Lo que pasa afuera no lo conmueve. No lo angustia. Mientras él esté bien, no demás no es su tema.
Pero hay otro tipo de aislamiento. El que, sin descuidarse ni ponerse en riesgo, entiende que tiene una misión con los demás. Sólo por fuera para no sucumbir. Pero con intersticios para mirar el exterior y comprometerse con él.
Y entre un tipo de aislamiento y otro está marcada la diferencia en el proyecto de vida de cada uno de estos dos personajes: uno se queda en el mito y otro trasciende la historia.
Cuando un ser humano cree que solo puede y no necesita de nadie, se deshumaniza. Vuelve inexistente al otro y de hecho él mismo desaparece. Por eso la salvación de la humanidad no vino de la mano de Noaj.
En la parashá anterior Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”, lo que en realidad entendemos que es bueno que tenga compañía. Pero esta segunda parashá de la Torá resignifica esta frase: “no es bueno que el hombre esté solo porque mientras esté solo, no es hombre.”
Moshé de algún modo redime el fracaso de la historia de Noaj. Su familia, su hermana y hasta él mismo tomaron conciencia del peligro que los acechaba. Los varones hebreos debían morir y la familia de Moshé decidió no desentenderse del problema sino que lo enfrentaron, salvándolo de su destino: Lo ponen en una “tevá” y lo dejan en las aguas del Nilo, custodiado por su hermana hasta que fue rescatado del agua.
Al ser salvado lo introducen a otro micromundo, el palacio, en el que aparentemente no necesita a nadie. Es miembro de la familia real, en una monarquía esclavista. Sin embargo, él sabe – aún sin saberlo – que gracias a que muchos se hicieron cargo de él – él está a salvo. Sale del palacio y no puede dejar de ver al otro, al desconocido (que luego será su hermano hebreo) que lo interpela en su condición humana. Sale y lo defiende, hasta mata por él. Comprometerse con el sufrimiento del prójimo es parte de su construcción humana.
Y con estas dos tevot de la historia podemos decir que cada acto de salvación del otro, nos salva a nosotros.
Nadie se salva solo. Esto me lo enseñó Noaj. Y como nunca esta parashá me ayuda a vivir este tiempo de “tevá”- de arca para protegernos de la pandemia. Sin remos ni timón. Aislados para no morir. Y con un riesgo; el de dejar de ver más allá de nuestra propia brea. Unos dependemos de la mirada y de la actitud del otro. Nunca más que hoy nos damos cuenta que Noaj es un relato del que la humanidad no se enorgullece.
¿Cómo se habrá sentido Noaj al ver a todo el resto de la humanidad morir ahogados? Pero más aún, ¿cómo se habrán sentido los demás, al ver que éste no hizo nada por ellos?
Traslademos estas preguntas a nuestras vidas cotidianas.
Estamos en medio del diluvio. Pero nuestras casas/arcas no están herméticas. Por las ventanas estamos pendientes de los que están afuera. Quizás quedamos encerrados porque no tuvimos el coraje de vernos y ocuparnos de los demás lo suficiente. Pensamos que nos salvávamos solos y un vírus invisible nos hizo entender que el arca debe ser el mundo que contenga todas las especies, todas las diversidades, todas las lenguas, todos los colores, todas las creencias.
Ya bajará el agua. Ya volveremos a salir. Ojalá que la historia no vuelva a repetirse jamás.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen