Pasar de Itró a Mishpatim pareciera ser un salto al vacío.
Porque todavía temblamos con las imágenes de la Teofanía, el cenit de nuestra historia como pueblo. Venimos con los cuerpos cansados de la esclavitud, pero el alma renacida a esta nueva realidad. Y sin descanso, el texto nos sumerge en un compendio extenso de leyes y normas que abarcan un gran número de nuestras conductas cotidianas.
Leyes sobre servidumbre; penas por asesinato, secuestro, asalto y robo; penas civiles por daños, leyes sobre préstamos, leyes sobre la conducta de la justicia en las cortes, penas por maltrato a extranjeros; la observancia de las festividades en las diferentes estaciones, leyes de las ofrendas de la agricultura que debían ser llevadas al Templo en Jerusalén; la prohibición de cocinar carne con leche; el precepto de rezar…
¿Qué nos pasó? Veníamos de historias familiares, de una narrativa épica, tocamos el cielo con las manos hace unos instantes y ahora nos sumergen en una escritura legal, árida, procedimental.
Y casi sin piedad, de la liberación tan ansiada lo primero que nos indican es qué hacer con la propiedad de los esclavos. Ni siquiera la prohibición de tener esclavos que hubiera sido lo que habríamos anhelado leer. Sino cómo se lo trata y a partir de qué año se los liberaría…
Después de tantos años de esclavitud, después de presenciar las plagas, después de pasar por el mar de los juncos, y de poder huir de la esclavitud hacia la libertad, ¿por qué se sigue permitiendo poseer a otros seres humanos?
Por supuesto que mi cabeza está pensando en continuar este escrito desarrollando las esclavitudes de nuestro tiempo, que se permiten, se ignoran, se fomentan… las explotaciones de sistemas de desigualdad e indignidad, la trata de personas… en fin… el espanto mismo hecho humanidad.
Pero hoy quisiera enfocarme en otro aspecto del mensaje que nos deja este aparente abrupto cambio de una narrativa vívida a un texto legal.
Así comienza nuestra parashá: “Cuando adquieras un esclavo hebreo, servirá seis años; en el séptimo año saldrá libre.” (Shemot-Éxodo 21:1)
Evidentemente juzgar conductas sociales con las estructuras de nuestro presente no nos permite comprender cabalmente lo revolucionario de esta afirmación.
Fuiste esclavo.
Fuiste parte de una narrativa que te puso en el lugar de la víctima.
Ahora eres parte de una posibilidad; la de ser amo.
Tienes que hacerte cargo de lo que viviste y eso significa transformar tu conciencia. Y saber que si llegaras a tener un esclavo, tenerlos implica reconocer que deberás dejarlo libre. Porque fuiste esclavo y también fuiste liberado y ambas narrativas constituyen ahora tu legalidad.
Es aquí donde comienzo a comprender por qué no es tan abrupto el pasaje de una narrativa a la otra. Hasta acá me contaron una historia que les pasó a otros, con los cuales he sentido empatía, sufrimiento cuando sufrían y alegría cuando consiguieron salir.
Cuando la historia se convierte en ley, los protagonistas pasamos a ser nosotros mismos. La ley nos implica a partir de los aprendizajes de las historias que hemos recibido.
Por eso la primera ley concreta debía ser desde lo más próximo que habían experimentado. Fuiste esclavo; no podrás desentenderte. Sabes lo que significa esa posición. Tu historia, aún en un contexto de esclavitud autorizada, debe revolucionar el statu quo y hacer de la libertad el objetivo que anhelas para todo aquel que deba estar forzadamente en ese lugar al que te conminaron en Egipto.
La narrativa de la liberación no es sólo una linda historia que contar en la festividad de Pésaj. Es un compromiso férreo con los aprendizajes de la opresión para hacerlos nuestras banderas y defender el derecho de cada uno sin miramientos.
De hecho, tenemos otros ejemplos que refuerzan lo que digo:
“No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Shemot-Éxodo 22:20) y “No oprimirás al extranjero, porque conoces los sentimientos del extranjero, habiendo sido vosotros mismos extranjeros en la tierra de Egipto.” (Shemot-Éxodo 23:9)
Ahora puedo afirmar que la narración no desapareció. Se transformó en una legalidad que honra el desenlace de esta historia pero que no desconoce que estaremos enfrentados a situaciones que nos harán volver a aquel lugar en el que estuvimos, para tomar decisiones. Aunque nosotros no seamos las víctimas, tenemos un compromiso con nuestro dolor y nuestro alivio que es jamás, pero jamás dejarnos invadir por la indiferencia, jamás pero jamás dejar de implicarnos con aquellos que están pasando por algo similar a lo que nosotros vivimos.
Así, también la narración no cesará jamás porque será parte de nuestra responsabilidad presente, en cada generación.
Quizás sea el mejor rostro de la gratitud.
Ayudar a otros a salir de donde nosotros conseguimos hacerlo.
Y a eso yo lo llamo libertad.
Encarnar la legalidad de una narración que me pide a mí ser protagonista de la liberación de otros, que es la única manera de no sentirme nuevamente en Egipto.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen