«Venimos conversando desde la parashá pasada acerca de la dificultad que se me presenta a la hora de encontrar mensajes interesantes en parashot que hablan de las plagas que cayeron sobre los egipcios para que los hijos de Israel pudieran salir de su estado de esclavitud. Hay mucha exégesis clásica que las defiende y encuentra en ellas el poder supremo de Dios. Yo no podría representar semejante postura. Así que buscaremos como quien intenta encontrar una aguja en un pajar alguna frase que nos inspire a pensarnos en otra dirección.
La Torá nos cuenta que: «Hubo tinieblas oscuras (joshej afela) en toda la tierra de Egipto durante tres días. Ningún hombre podía ver a su hermano, ni ninguna persona podía siquiera levantarse de su lugar durante tres días. Y para los Hijos de Israel hubo luz en todas sus moradas.» Shmot 10:22-23
Una oscuridad descrita como joshej- oscuridad y afelá- tinieblas. Una oscuridad con contenido, podríamos decirlo de algún modo, porque hacía que nadie pueda ver a su hermano ni moverse de su lugar durante tres días. Una oscuridad que, según el midrash, hasta podía tocarse con las manos, que generaba pánico, inmovilidad, desesperación. Es interesante cómo se describe a este estado de oscuridad y uno, como lo hacemos cada semana, casi irreverentemente podría releer este texto y decir que hay oscuridad cuando uno no puede ver a su hermano y cuando nadie puede salirse del lugar que ocupa.
La sensación de desagrado cada vez que leo que en el mismo momento en el que los egipcios estaban aterrados de oscuridad, en las casas de los hijos de Israel, había luz. ¿Es necesario semejante aclaración? ¿Esta oposición entre el beneficio de unos y el pesar de los otros? ¿Qué ganamos nosotros con esto?
Un maestro jasídico del siglo XIX Israel de Ruzhyn que nos hace prestar atención en un detalle de este versículo. «Y para los Hijos de Israel hubo luz en todas sus moradas.»
Si prestamos atención no dice que había luz en todas sus casas sino en todas sus moradas.
Muchos dirán que son sinónimos y es probable que sí. Hay definiciones diferentes entre una y otra palabra, pero demasiado sutiles para esbozar una respuesta desde la etimología.
Sin embargo hay una decisión al poner morada y no casa. La casa es el edificio. Hay casa aunque nadie viva en ella. Hay paredes, techo, puertas y ventanas.
Nadie diría de una casa vacía es una morada. Hay morada cuando hay alguien que te espera, alguien que te llama cuando no llegas a horario, alguien con quien comer algo, alguien que te abraza, alguien que sale a abrirte la puerta, alguien con quien compartir lo que te pasó en el día…
Y esto no tiene que ver con que vivas con alguien o no. Si no en cómo quienes están contigo hacen de tu casa, tu morada, un lugar para habitar, para reencontrarse una y otra vez.
Entonces, continuando con nuestra irreverencia podríamos volver a leer el versículo diciendo que hay luz cuando hay morada. Hay capacidad de ver el mundo desde otra perspectiva cuando nuestra casa es nuestro hogar, ese lugar a donde siempre necesitas volver, un espacio que se construye a partir de las palabras cotidianas, los esfuerzos compartidos, los conflictos resueltos amorosamente…
Esperamos poder disfrutar de esa luz. A veces imperceptible a la hora de compararla con las falsas luces de neón que el mundo del consumo nos impone como concepto de luz. Esperamos poder diferenciar la luz de tener a nuestro hermano cerca y dar cuenta de ello, de la oscuridad de tenerlo en frente y no poder verlo. Esperamos poder disfrutar de la luz que emana de un hogar en el que unos se movilizan por el otro, en beneficio del otro de las oscuridades de las casas en las que sus habitantes no mueven un ápice si no tienen algún tipo de recompensa.
Luz y oscuridad que no vienen del exterior, sino se construyen con nuestros actos.