“Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas.
Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.” Jorge Luis Borges, El hacedor
Así siento yo la lectura del libro de Bereshit, y en general, el ingresar nuevamente a un texto tantas veces leído y a su vez, una vez más desconocido.
Bereshit. Comenzamos de nuevo y recorreremos imágenes, reinos, peces, habitaciones, astros y personas… cuando en realidad lo que haremos será volver a trazarnos la imagen de nuestras propias caras, volver a decir de nosotros, a cuestionarnos, a reconocernos, a encontrar, como dice George Steiner, una gramática sobre nosotros mismos.
Una gramática -dice este autor – es lo que se organiza alrededor de la percepción, la reflexión y la experiencia. Y así leemos Torá: con nuestras percepciones, nuestras reflexiones y nuestras experiencias. Por eso, aunque el texto sea uno, las lecturas son infinitas, porque cada uno lo leerá con el tamiz de su propia existencia. Y eso no es malo ni amenazante. Para nada. Los cultores de la mirada única, impuesta y ordenada, que no respetan las singularidades de las gramáticas de cada uno, crean universos rígidos, excluyentes y en consecuencia: violentos. Y ni la rigidez, ni la exclusión ni la violencia son el mensaje de la Torá con la que hoy volvemos a darnos cita para seguir buscándonos en su texto.
Bereshit, el comienzo de la historia o la historia del comienzo se despliega ante nuestros ojos para que nos volvamos a hacer las mismas preguntas. Las de nuestro origen, las del misterio de haber sido creados y más aún, las del misterio de ser como somos, de concebir la vida y la muerte como la concebimos.
Y acá vuelvo al tema más controversial de esta primera parashá, Caín y Hevel, los primero humanos engendrados por humanos, que no pudieron estar juntos en la misma tierra.
Una herida universal, eterna e irresuelta.
Exégetas, filósofos, poetas, antropólogos, psicólogos, dramaturgos, escritores… todas las disciplinas se ocupan de este tema. Porque el tema nos preocupa. Y no exactamente porque estemos ante un mito sino porque cotidianamente vemos cómo Caín sigue matando a Hevel.
Y vuelvo a Borges, a quien este tema lo interpela, en su Milonga de dos hermanos, cuando relata en forma de poesía gauchesca la contienda entre dos hermanos, los hermanos Iberra, cuando la envidia del mayor al menor hace que acabe con él de un balazo. Pero fíjense cómo termina el poema:
Así de manera fiel
conté la historia hasta el fin;
es la historia de Caín
que sigue matando a Abel.
La historia de Caín que sigue matando a Abel, es lo que nos conmueve todos los días, cuando lo vemos como espectadores, aunque lo que más nos atemoriza es que no sabemos si somos Caín, si somos Hevel, y no sabemos o no podemos evitar que se repita la historia.
El historiador Flavio Josefo, en el siglo I escribió una obra llamada Antigüedades judías, en la que narra la historia de los judíos para los no judíos.
En este libro comienza con la historia de la Creación. Y en ella relata el texto de Bereshit que estamos tratando de comprender hoy.
Allí Flavio Josefo lo caracteriza a Caín diciendo que él fue el creador de los pesos y las medidas. Y que después de matar a su hermano se transformó en el creador de ciudades amuralladas. En el exilio se dedica a acumular riquezas y construir ciudades amuralladas para vivir adentro con los suyos y protegerse de los de afuera. Y no me digan que esto no es tan parecido a los Caínes con los que vivimos o que somos tantas veces.
Caín es un contemporáneo fácilmente reconocible. Por eso aunque leemos el texto bíblico como imágenes del pasado éstas se iluminan en un instante por el propio presente que se despliega frente a nosotros.
Si Caín mata a Hevel no es sólo porque Dios, lo bendice a su hermano y no a él, sino porque Hével representa un modo de vida intolerable para él.
Se transforma de nómade en sedentario, y de sedentario en amurallado y así establece sus propios adentros y afueras sin tolerar otros modos de vida, otros pensamientos, otras miradas…
Emmanuel Levinas escribía: Fue posible que Caín matara a Hével porque no miró a la cara a su hermano.
Tantos de nosotros hemos construido murallas para no mirar a los que tenemos enfrente. Tantos hemos decidido que nuestros pesos y medidas representan una verdad absoluta en un mundo en el que pretendemos una paleta de un solo color para no correr riesgos. Tantos matamos a Abeles cuando creemos que la convivencia con otros, diversos es una amenaza. Tantos vivimos compitiendo, creyendo que si uno tiene éxito, el otro necesariamente tiene que fracasar.
Pares antitéticos, como Caín y Hevel nos han legado el maldito mandato de la fragmentación y la exclusividad.
Y muchas veces siento que tenemos que volver a leer Bereshit para deshacernos de esta herencia, de los primeros humanos que no pudieron vivir juntos.
Porque finalmente el drama de muchas familias, de tantas sociedades, de tantos países, el drama de las tragedias más negras de la humanidad, de los genocidios, del antisemitismo y de tantos neologismos que categorizan aversiones de un grupo humano hacia otro, no es ni más ni menos que el legado de un Caín que mata a un Hével, porque no tolera que no sea como él, o que le vaya bien, o que sea quien quiere ser.
Sólo nos queda salir de las murallas. Levantar la vista. Ver a nuestro hermano. Vivir y dejar vivir.
A ves si de una vez por todas, conseguimos escribir otra historia.
Autora: Rabina Silvina Chemen