PARASHÁ SHELAJ LEJÁ: Falta de confianza

La historia de los doce espías es bien conocida y directa. Conforme Israel se acerca a la Tierra Prometida desde el sur, Dios instruye a Moisés para que organice una cuadrilla de espías, un hombre destacado de cada tribu, para medir la fuerza de sus habitantes: “Y ved la tierra, qué tal es; y el pueblo que habita en ella, si es fuerte o débil, si es poco o numeroso, y qué tal es la tierra en donde él habita, si es buena o mala; y qué tal son las ciudades en que habita, si vive en campamentos o en plazas fuertes; y qué tal es el suelo, si es fértil o es estéril; y si hay allí árboles o no. Esforzaos, pues, y traednos de los frutos de la tierra” (Números 13:18-20).

Tras una estadía de cuarenta días, los espías regresan desconsolados. La tierra está bien protegida y los nativos son gigantescos. Comparados con ellos, reportan, “éramos nosotros a nuestros propios ojos como langostas, y así también éramos a los ojos de ellos” (13:33). A pesar de las valientes gestiones de Josué y Caleb, el pueblo retrocede y se rebela. Prefieren volver a Egipto, para acomodarse con lo conocido, en lugar de aventurarse a una invasión. Su falta de empuje y valor convence a Dios de que esta generación de esclavos redimidos nunca será capaz de luchar por su libertad. Los milagros no han producido una nación de adultos, con fe y confianza en sí mismos. Los israelitas testigos del Éxodo de Egipto y de la Revelación del Sinaí son condenados a morir en el desierto.

Los rabinos leen esta historia más sutilmente. Sostienen que la intención de los espías, al contrario de la de Moisés, fue primordialmente difamar la tierra de Canaán. En ningún momento pretendieron traer otra cosa que informes negativos.

Según los rabinos, la idea de los exploradores se le ocurrió a Moisés, no a Dios. En la preposición lejá (para ti), “Envía hombres que exploren la tierra de Canaán” (Números 13:2), que no aparece en la traducción del JTS, creyeron detectar una iniciativa de Moisés aceptada por Dios. Y poco después, la Torá hace énfasis en que “Éstos son los nombres de los varones que envió Moshé a explorar la tierra” (13:16), como si el plan hubiera sido solamente de él.

Para reforzar el punto, los rabinos eligieron como Haftará de esta semana otro relato de espías: el envío de dos hombres a Jericó por Josué (Josué 2:1-24). La yuxtaposición de estas dos historias deja bien claro que el espionaje no requiere de una tropa de doce hombres. Hasta el midrash se pregunta cómo fue posible que tan gran número de espías no fueran detectados. Una pizca de intervención divina ayudó. Dondequiera que llegaban, Dios disponía la muerte de un ciudadano importante, con el fin de que la población estuviera enfrascada en el duelo y no se diera cuenta de la presencia de forasteros entre ellos. Cuando los espías regresaron donde Moisés con sus ideas preconcebidas intactas, incluyeron la frecuencia de la muerte como parte importante de su informe: “La tierra por donde hemos pasado para explorarla, es tierra que consume a sus moradores” (Números 13:32). Sus prejuicios no les permitieron reconocer los milagros que salvaron sus vidas. Dios les había acompañado en su viaje; la tierra y el clima no eran hostiles a los humanos.

El tamaño mismo de la cuadrilla enviada por Moisés sugiere un motivo distinto al espionaje. El hecho de haber incluido un espía de cada tribu equivale a un esfuerzo por cambiar la opinión pública. No había mucho entusiasmo por invadir Canaán. La gente que Moisés había sacado de la esclavitud no tenía mucha afición por la adversidad. Cada privación los empujaba a dejarse dominar por la fantasía de la vida regalada que habían disfrutado alguna vez en Egipto. Siempre estaban a punto de volver atrás.

Es por esta razón que Moisés concibió la misión a Canaán: para capturar los corazones de su pueblo y coronar su redención con la conquista. La invasión era la primera acción exigida a Israel. Hasta entonces, Dios había abastecido todas sus necesidades. La libertad no significaba solamente la ausencia de opresión, sino también la habilidad de manejar sus propios asuntos. Si hubieran tenido suficiente fe y confianza en sí mismos, no habría sido necesaria ninguna misión. Dios les había asegurado suficientes veces que la tierra les pertenecía, que era fértil y que no tendrían que luchar solos.

Ejemplo de su estado de ánimo es el impresionante contraste entre los dos informes, separados por una generación. Cuando los dos espías volvieron de Jericó, reportaron solamente lo que habían visto y escuchado, especialmente las alentadoras palabras de Rajav, su cómplice local: “Yo sé que el Señor os ha dado esta tierra, y que el terror a vosotros ha caído sobre nosotros, y que han desmayado todos los habitantes del país a causa de vosotros” (Josué 2:9). Los doce espías se enfocaron en sus sentimientos: “Nos sentimos como langostas”. No podían esconder su inseguridad y su falta de confianza. El plan de Moisés había fracasado por completo.

Cuando el pueblo respondió al informe de los espías con espanto, y pasaron la noche llorando, Dios decidió retrasar la conquista una generación. Los rabinos identificaron ese día funesto como el 9 de Av. Imaginaron a Dios declarando: “Esta gente ha llorado por nada. ¡Les daré motivo para llorar en este día eternamente!” Y compilaron una lista de cinco calamidades específicas que supuestamente sucedieron el 9 de Av, haciendo de Tishá B’Av el día supremo de duelo nacional, junto con Iom Kipur, el único otro ayuno de 24 horas del año judío. Además del edicto que condenó a la generación del Éxodo, Tishá B’Av vino a conmemorar la destrucción del Primero y Segundo Templos, la caída de Bar Kojba en Betar, y la debacle de Jerusalém en algún momento no especificado.

El espíritu de esta lista, que asigna sucesos, reales o imaginados, a Tishá B’Av, no ofende ya que esta idea no tiene nada que ver con la integridad histórica (es decir, con la exactitud en fechas) sino con el duelo excesivo. Los sobrevivientes de casi un siglo de sublevaciones infructuosas y calamitosas contra Roma, los rabinos de la era pos-Bar Kojba (segunda mitad del siglo II), buscaron evitar que el judaísmo se convirtiera en un desconsolado canto fúnebre. El calendario no debiera estar abrumado por demasiados días de conmemoración, con cada tragedia nacional reclamando un día especial para sí. La cordura prescribía la necesidad de no más de un largo día consagrado a las catástrofes del pasado. Así como Iom Kipur vino a expresar el temor de cada judío individual con respecto a su propio destino, así mismo Tishá B’Av abrazó el destino de la nación, asimilando cada vez más desastres en una búsqueda resuelta de equilibrio.