De judíos y juderías (2/5)

Para ese entonces los judíos habían adquirido poder y riquezas y eran el blanco de la envidia de los visigodos. Desde entonces hasta su expulsión muchos siglos después, su condición estuvo sujeta a un movimiento pendular que iba de la tolerancia a la persecución, según las ideas del rey de turno y las presiones políticas. Lo mismo les ocurrió, como veremos más adelante, bajo los reyes de Castilla, León y Aragón y bajo la dominación musulmana.
Tras la conversión de Recaredo el referente legitimador de la monarquía visigoda es la Iglesia. El mismo Recaredo afirma que todos sus empeños habrían de encaminarse a la Iglesia de Dios, es decir hay una absoluta identificación entre regnum y ecclesia. La presencia judía, así como la de elementos arrianos, impedían el concepto de societas fidelium Christi, por tanto había que erradicar todos aquellos elementos que perturbaran este modelo de sociedad. Otro elemento importante, bajo mi punto de vista, es el económico. Me sustento para esta afirmación en que casi todas las disposiciones que se toman en contra de los judíos conllevan la confiscación de sus bienes. Estas confiscaciones favorecía a las clases dominantes, tanto civiles como religiosas, al ser ellas las receptoras de los bienes incautados.
Al poco de acceder al trono, Sisebuto, inicia su política antijudía. En el 612 dictó una ley de carácter general que debería haberse cumplido en su totalidad a partir del uno de junio del mismo año. El fin de esta ley era erradicar el proselitismo judío. Las leyes de Sisebuto reforzaban las antiguas prohibiciones contra la conversión al judaísmo y contra los matrimonios mixtos; restablecía la pena de muerte –derogada por Recaredo- contra el proselitismo judío; los judíos quedaban obligados a desprenderse de sus esclavos y servidores, así como de sus colonos cristianos –juntamente con las tierras que tuvieran en arriendo-. Esta última disposición buscaba ahogar económicamente a la población judía, ya que limitaba su capacidad para disponer de una mano de obra servil con la que explotar sus tierras, ponía trabas a su participación en el mercado de esclavos, etc. Poco después, Sisebuto, ordenaba a los judíos elegir entre convertirse al cristianismo o abandonar el país.
Tal era el fanatismo de Sisebuto que al final de la ley declaraba que habían de ser vinculante para sus sucesores, haciendo recaer una maldición sobre los reyes que, en el futuro, no exigiesen su cumplimiento.Tuvo que transcurrir mucho tiempo, tras la muerte del monarca, para que la Iglesia se posicionara en contra de esta ley, aunque sólo en lo referente al método, no a la finalidad. El canon X del Concilio III de Sevilla (619) presidido por San Isidoro, alababa en general la política de conversiones forzosas, y obligaba a los judíos a llevar a cabo el bautismo efectivo de sus hijos, denunciando y prohibiendo la práctica, bastante frecuente, de sustituirlos en la ceremonia por niños ajenos.
El tercer Concilio de Toledo, durante el reinado del cruel Sisebuto, fue severísimo con los judíos, a quienes el rey dio a elegir entre el destierro y la conversión.
Concilio de Toledo, representación medieval
San Isidoro de Sevilla y el siguiente concilio de Toledo reprobaron enérgicamente esta actitud tan poco cristiana.
En esta ocasión se produjeron muchas conversiones, algunas sinceras, otras no. Los conversos eran mirados con recelo. Los conversos de Toledo presentaron al rey Recesvinto un memorial en que pedían ser tratados como cristianos, puesto que cumplían con todos los preceptos. Eso sí, pedían que se los eximiera de tener que comer cerdo, que les caía mal por falta de costumbre, y ofrecían en cambio comer guisos con pequeñas cantidades de su carne tres veces por semana.
El hecho de tener que vivir en la incertidumbre, con la espada de Damócles de la expulsión siempre pendiente sobre sus cabezas, expuestos a la confiscación de sus bienes y a partidas repentinas, debe haber influido mucho sobre la personalidad de los judíos. Su apego al dinero, por ejemplo, que tanto se les reprocha (como si no le gustara a todo el mundo), era su única defensa, lo que les daba poder y les garantizaba la protección de reyes y nobles y además era lo único que podían llevar consigo en caso de partida súbita, puesto que las casas y las tierras ahí quedaban en manos ajenas. Esas circunstancias también influían sobre la elección de sus oficios. Los judíos eran sastres, joyeros, tallistas de gemas, zapateros, fueron relojeros cuando aparecieron los relojes, es decir, eligieron oficios cuyo equipo cabía en un pequeño bolso fácil de llevar.
La riqueza les permitía ejercer poder sobre los soberanos a quienes prestaban el dinero que necesitaban. Los más intelectuales sabían que podían llevar su inteligencia y su ciencia a donde fueran, y también se hacían indispensables como médicos y administradores.
Tanto los reyes visigodos como los castellanos que les sucedieron cobraban tributo a los judíos, que eran sus vacas lecheras y sus gallinas ponedoras de huevos de oro. Por esto, más que por caridad cristiana, los protegían y cuidaban, imponiendo severos castigos a quienes maltrataran a “sus judíos”, como los llamaban. El fuero de Nájera equiparaba el homicidio de un judío al de un infanzón o de un monje. Los judíos correspondían a esta protección con lealtad a los reyes. En una batalla librada por Alfonso VI combatieron a su favor cuarenta mil judíos. Por otra parte tanto los soberanos como los particulares encargaban a empleados judíos todo lo que fuera cobranzas y administración en general.
En realidad los únicos que trabajaban en España hasta el siglo XV eran los judíos y los campesinos. Los nobles no necesitaban hacerlo, eran ricos, y, si pasaban un mal momento, recurrían a los prestamistas judíos. Los hidalgos, aunque lo necesitaran, no trabajaban, si lo hacían perdían su hidalguía, y tampoco pagaban tributos. Si tenían un campo o una viña, los hacían rendir con el trabajo de los campesinos; ellos se limitaban a cazar. Y si había guerra, guerreaban, llevando caballos y armas. Los campesinos labraban la tierra, unos por su cuenta, otros como servidores. Los judíos hacían todo lo demás, desde reparar un zapato hasta un hueso; desde establecer un horóscopo hasta plañir en un funeral, ganaban dinero para usar y prestar. Eran los pilares de la economía. Varios reyes de Castilla y de Aragón usaban la expresión “mis cofres y tesoros” para referirse a sus judíos, y los defendían a muerte. Fernando III escribió al papa Honorio III que dejara en suspenso, en España, las medidas contra los judíos aprobadas en el Concilio lateranense, y el papa accedió, teniendo en cuenta la necesidad el rey de conservar a sus judíos. Cuando los judíos, expulsados por los almohades, emigraron a Castilla, ésta experimentó un notable incremento en su economía.
El primer período de la reconquista fue una época mala para los judíos, en que los españoles confundieron en el mismo odio a los musulmanes y a los judíos que vivían bajo el dominio de éstos. Uno de sus reyes, Ramiro I, mandó quemar vivos a muchos magos, entre los cuales había judíos totalmente inocentes.
En cambio Fernando I “el Magno” fue un gran rey, que no sólo impulsó notablemente la reconquista, llegando a dominar la tercera parte de la península, sino que fue especialmente tolerante con los vencidos y por cierto con los judíos. Su hijo Alfonso VI lo sobrepasó, y llegó a merecer una felicitación publica del papa Alejandro II por la forma equitativa y amistosa que usó en su trato con judíos y musulmanes, iniciando por tres siglos una era de tolerancia y convivencia. Estas se manifestaron sobre todo en Toledo, que llegó a ser llamada “gran metrópolis de Israel”. En ningún tiempo ni lugar estuvieron mejor los judíos.
Alfonso VI
Alfonso el Sabio, cuyo reinado se caracterizó por los adelantos de la ciencia, hizo traducir el Talmud a lengua romance. Los reyes castellanos tenían una curiosa preocupación por la preservación de la fe judía y la observancia de los preceptos talmúdicos, llegando a castigar a los judíos que no cumplían con el descanso del sábado o poseyeran o leyeran libros que pudieran alterar sus creencias ortodoxas.
En el siglo X se produce una gran reorganización religiosa judaica, cuyo centro se desplaza de los centros culturales de Oriente hacia El-Andalus.
Veamos ahora como fue la historia de los judíos en la España musulmana. Ellos habían visto llegar la invasión con cierta satisfacción. Los árabes eran semitas como ellos y les pareció que este parentesco étnico podía disponerlos bien hacia los judíos. Los árabes no venían solos, la mayoría de los invasores era beréber, de diferente origen aunque habían adoptado la religión, la lengua y la cultura de los árabes. Los almorávides y los almohades, rústicos y crueles, se ensañaron con los judíos, que, como los que estaban bajo la dominación cristiana, vieron alternarse épocas de tolerancia con épocas de persecución. En Granada los almorávides hicieron una gran matanza en 1066. Los propios árabes también tenían cierta animosidad contra los judíos, el Corán los trata de venales y de “Malditos de Dios”.
Las influencias recíprocas entre árabes y judíos dieron por fruto una notable eclosión de la cultura. La civilización cristiana era muy pobre en los primeros siglos consecutivos a la caída del imperio romano. Los países que empezaban a formarse por el injerto de los bárbaros en el debilitado tronco grecorromano, y que tenían una lengua rudimentaria, mezcla de un latín rústico con vocablos traídos por diferentes pueblos, no estaban listos para tener una literatura, un arte. Se limitaban a mantenerse. En cambio los judíos tenían una vieja cultura ancestral, y los árabes habían recogido en sus correrías por el Mediterráneo lo que quedaba de la cultura griega y romana, a la que habían sumado sus propios inventos en el campo de las matemáticas.
Los judíos practicaron toda suerte de actividades intelectuales y brillaron sobre todo en la medicina. Atendían tanto a sus correligionarios como a cristianos y árabes. Un episodio muy importante y curioso ocurrió en el reino de León. El rey Sancho el Craso había adquirido tal volumen corporal, que una facción del reino lo destronó, pensando que no era apto para reinar. Su abuela Tota, o Toda, reina viuda de Navarra, que tenía sangre mora, mandó una embajada a Abd-er- Rahmán III pidiéndole un médico para su nieto y refuerzos militares para vencer a los insurrectos. El califa accedió a ambas cosas, a cambio de diez fortalezas. Envió como médico al judío Hassdai ben Chapret o Shaprut, su ministro, extraordinario personaje. Este curó a Sancho, que con las tropas del califa reconquistó su trono. Esta clase de alianzas entre cristianos, árabes y judíos se daban frecuentemente en los siglos X a XIII. Hassdai, como embajador de los árabes, logró para éstos beneficiosos tratados con el emperador Otón y otros soberanos occidentales.
Desde el siglo VIII muchos judíos emprendieron viajes a Babilonia y Jerusalém para profundizar sus estudios. Estos se limitaban entonces a la religión. En cambio en el siglo X los estudios se abren a todas las disciplinas conocidas. La literatura hebraica sufre un gran vuelco. Los poetas judíos aprendieron de los árabes el uso de la rima y la métrica, con lo que dieron esplendor a sus poemas. También aparece en ellos el sentimiento de la naturaleza. Este siglo fue el apogeo de la cultura judía en Al-Andalus.