De judíos y juderías (1/5)

Entre los pueblos que formaron España, el de los judíos es uno de los más interesantes. Tanto Américo Castro como Amador de los Ríos dicen que la historia de España no se puede entender sin los judíos. Por de pronto, por la duración de su permanencia en ella: se instalaron en el siglo uno y, aunque sufrieron una gran merma a raíz de su expulsión en 1492, muchos siguieron habitando España hasta el día de hoy, lo que va sumando veinte siglos. Pero la razón más importante es su actuación única en la historia: no fueron a España como invasores, ni conquistadores, ni exploradores ni explotadores: fueron buscando refugio y se organizaron como una pequeña nación dentro de otra, sin perder su personalidad, creando un nuevo grupo humano, el judeo-español. Su aporte fue considerable, no en arquitectura ni en artes plásticas, sino en el campo del pensamiento, de la poesía, de la ciencia y de la música. También debemos reconocer el aporte de su sangre, que corrió por las venas de Santa Teresa de Jesús, Cervantes, San Juan de la Cruz, Mateo Alemán, Vives, Fray Luis de León, Fernando de Rojas y otros grandes españoles, y hasta por las del Rey Fernando el Católico, por su abuelo el almirante Henríquez, y por las de su gran perseguidor, Torquemada.
Y no olvidemos que el santo más querido y venerado de España, su santo patrón, que evangelizó el país alrededor del año cuarenta, Santiago Matamoros, era judío.
La relación de los judíos con la península ibérica es muy antigua.
SEFARAD
En el siglo octavo antes de la era común, cuando estaba habitada, en el sur, por los tartesios, ya existía un comercio fluído entre éstos y los judíos. En Tartesos, que la Biblia llama Tarsis, y los griegos llamaron Tartésida, había grandes bosques y enorme riqueza mineral, y algunos de sus productos fueron llevados a Jerusalém para la construcción del templo en tiempos del Rey Salomón. Como ni los tartesios ni los judíos eran navegantes, recurrían, para su comercio y su comunicación, a las naves fenicias, las famosas “naves de Tarsis”. Se supone que cuando Jonás cayó al mar y fue tragado por un “pez grande”, lo hizo justamente desde una de estas naves.
Tarsis representaba para los judíos una especie de Eldorado: un lugar adonde escapar. Jonás había recibido la orden del Señor de ir a predicar a Nínive, y fue para huir de esta misión que no le gustaba que se embarcó para Tarsis con tan mala suerte.
Los fenicios, que estuvieron en lo que es España casi diez siglos (contando el período de sus sucesores los cartagineses), dejaron un aporte nada desdeñable. Sus actividades navieras y comerciales los llevaron a fundar factorías que fueron después importantes ciudades, como Gadir (después llamada Gades/Cádiz), y Malacca, (después llamada Málaga). Desde Gadir iban a lo que es Irlanda e Inglaterra en busca de estaño. Y también hacia el sur para costear Africa. Eran grandes inventores. Inventaron el vidrio y perfeccionaron el alfabeto y la moneda. No fueron grandes artistas. Se identificaron con los celtíberos en muchas cosas.
Los fenicios eran, como los judíos, semitas. Todos estos viejos antecedentes explican en gran parte, la elección de España como refugio cuando los judíos efectuaron la diáspora consecutiva a la destrucción de Jerusalém por Tito.
Hasta poco antes del año 68, en que ésta ocurriera ocasionándoles la pérdida de su patria durante dos mil años, los judíos gozaban de un régimen bastante tolerable bajo la dominación romana y vale la pena recordarlo porque fue como un remoto modelo para las alhamas o comunidades judías de la Edad Media en España. Tenían sus propias leyes, sus propios jueces, su consejo de notables llamado Sanhedrin. Es interesante observar que, en el proceso a Jesús, cuando lo llevaron ante los tribunales judíos, el Sumo sacerdote y el Sanhedrin, fue acusado de un delito religioso, según sus leyes: “Ha blasfemado”, y en cambio, cuando lo llevaron al tribunal romano para pedir su condena, lo hicieron con una acusación política: ”Ha dicho que es el rey de los judíos”. Esto marca muy bien la división de poderes entre romanos y judíos en el siglo uno de la era común, la misma que vemos siglos después entre judíos y cristianos en las ciudades españolas del Medioevo.
Cuando Tito destruyó Jerusalém se produjo una gran división entre los judíos que abandonaron su tierra escapando de la saña romana. Unos fueron hacia el norte, la península balcánica y Europa central, otros eligieron las costas del Mediterráneo, particularmente España. Puede parecer raro que era para escapar de los romanos eligieran tierras ocupadas por éstos, pero no había otra solución, puesto que todo lo que conocían del mundo formaba parte del imperio. Trataron de ir lo más lejos posible, pues cuanto más lejos estuvieran de la metrópoli, más probable era que el poder estuviera relajado. Por otra parte, los judíos corrían poco peligro de ser perseguidos por los romanos en España, donde no eran la nación dominada, sino una pequeña comunidad extranjera totalmente inofensiva. Los romanos concentraban su vigilancia sobre los pueblos que les habían costado dos siglos vencer y dominar: los cartagineses y los celtíberos. También perseguían a los miembros de la incipiente religión cristiana. Desconocemos qué habrá ocurrido con los judíos cristianos que seguramente emigraron junto con los otros. Lo probable es que fueran muy pocos, y que se unieran a las pequeñas comunidades cristianas, iniciando así una primer alianza y mezcla con los romanos e hispano-romanos. La leyenda asegura, entre los inmigrantes, la presencia de José de Arimatea.
Lo que es seguro es que al final del siglo I de la era común había ya asentamientos judíos en España. Los judíos pusieron a su nuevo país el nombre de Sefarad, que significa lo mismo que Hispania: tierra de conejos De ahí el nombre de sefardíes o sefarditas a los judeo-españoles, no sólo a los habitantes de Sefarad sino a los descendientes de los expulsados establecidos en el extranjero, particularmente en Medio Oriente.
Poco se sabe de la vida de los judíos en España durante la dominación romana. En esos cuatro siglos se dedicaron sobre todo a sobrevivir, tratando de pasar inadvertidos. Existen unas lápidas del siglo II de la era común, escritas en latín, referentes a enterrados de raza judía.
Es muy interesante la evolución del habla de los judíos a lo largo de su permanencia en España. El idioma que hablaban en Eretz Israel era el arameo, que se dividía en occidental y oriental. Muchos de los libros del Tanaj están escritos en arameo, y el Talmud, escrito en el siglo IV después de la era común, fue escrito en arameo occidental en la versión de Jerusalém, y en arameo oriental en la versión de Babilonia.
Página del Talmud
En su mayoría, los judíos hablaban arameo. El hebreo era un dialecto cananeo estructuralmente emparentado con el fenicio y era hablado en la parte norte de Mesopotamia. Desde un siglo antes del cautiverio empezó a experimentar la influencia del arameo occidental, y ya dos siglos antes de la era común había dejado de existir como lengua hablada y estaba restringido a las escuelas rabínicas. Debido al olvido del hebreo por parte del pueblo, la Torá debió ser glosada en arameo.
Naturalmente los primeros inmigrantes judíos en España hablaban arameo entre sí. Pero para entenderse con los hispano-romanos tuvieron que aprender el latín bajo de la soldadesca romana, que fue evolucionando poco a poco hasta desembocar en el “romance” y en los diversos idiomas españoles que se hablaron en la península. Los judíos hablaban en el idioma de la población general y sus escritores escribían en el mismo. Cuando fueron expulsados en 1492 llevaron su idioma, el castellano del siglo XV, a sus nuevos asentamientos en Medio Oriente y este dio origen al dialecto llamado ladino que se habla en la costa turca.
Durante la dominación árabe, los judíos residentes en zona islámica tuvieron que aprender a hablar en árabe para comunicarse y a escribirlo para expresar su pensamiento o su poesía. El hebreo no se prestaba para expresar ideas abstractas y los filósofos judíos como Maimónides debieron escribir en árabe. El hebreo se enriqueció y renovó con la influencia de este idioma, pero siguió sin hablarse ni salir del ámbito de los eruditos ni del culto. Era frecuente escribir en castellano o en hebreo con caracteres árabes. Este tipo de escritos se llama aljamiado.
La invasión de los visigodos a España marcó una gran diferencia a favor en la vida de los judíos. En la época arriana del dominio visigodo había mucha tolerancia, que incluso llegaba a aceptar judíos en cargos públicos.
Es lamentable constatar que al convertirse al catolicismo por imposición de Recaredo, los dirigentes visigodos, dominados por el conocido celo de los neófitos, trataron de imponer su nueva verdad a la fuerza. Un concilio, el Iliberiano, reunido en los primeros días del siglo IV de la era común, prohibió a los cristianos no sólo casarse con judíos sino comer con ellos. En cambio, leyes posteriores permitían a los judíos no sólo casarse con mujeres cristianas, sino amancebarse con ellas y hasta tenerlas a su servicio como esclavas.
(Continuará)