PARASHAT VAETJANAN: las trampas de la razón

:וְיָדַעְתָּ הַיּוֹם, וַהֲשֵׁבֹתָ אֶל-לְבָבֶךָ, כִּי יְהוָה הוּא הָאֱלֹהִים, בַּשָּׁמַיִם מִמַּעַל וְעַל-הָאָרֶץ מִתָּחַתאֵין, עוֹד

«Y conocerás este día y lo meditarás en tu corazón que Adonai es el Dios – en el cielo arriba y en la tierra abajo, no hay otro”.(Devarim 4:39)

Estamos en el libro de Devarim, el gran evento de transmisión que Moshé nos legó, al volver a contar toda la historia vivida durante la travesía por el desierto. Recuerda las leyes y sobre todo advierte sobre los riesgos de dejarse tentar por propuestas idolátricas, mucho más efectistas si se quiere, que el proceso de búsqueda que significa optar por la creencia en nuestro Dios.

El peligro es olvidarse de Dios quien nos sacó de la esclavitud y nos sostuvo durante el camino, quien nos alimentó y nos sació la sed. Y todo eso se acabará cuando entremos a la tierra y nos hagamos cargo de nuestro propio alimento y bebida, en libertad. ¿Dónde queda Dios cuando nada apremia? ¿Cómo garantizar la continuidad de una creencia a medida que nos vamos alejando de los milagros?

Moshé lo dice sin eufemismos: no se olviden de Dios. “Habrás de saber que Adonai es el Dios  y no hay otro”… frase que recitamos en el Aleinu Leshabeaj, en cada tefilá.

Pero la formulación de Moshé viene a decirnos algo más.

Porque la manera de decir que por generaciones conocerán que Dios es Dios, es todo un mensaje.

Miremos:

Y conocerás este día; veiadata haiom.

y lo meditarás en tu corazón: vahashevota el levaveja.

Quizás Moshé no necesita duplicar un concepto. Quizás estas dos maneras que hablan del conocimiento, del recibimiento de una tradición no sean sinónimas. Quizás son dos modos que tendremos que profundizar para comprender el verdadero mensaje de Moshé como iniciador de esta cadena de transmisión.

El Rab. Israel Salanter, un erudito del siglo XIX, entiende que conocer y meditar en el corazón son dos etapas dentro de un proceso:

No es suficiente simplemente «conocerlo»; este conocimiento sublime debe ser llevado al corazón, para que su voluntad y sus virtudes funcionen de acuerdo con se ha aprendido. Esta tarea constituye el servicio completo de un judío. Hay tanta distancia entre «saber» [algo] y «ponerlo en tu corazón» como hay entre conocimiento e ignorancia.

El Rabí Salanter entiende que el conocimiento puramente intelectual no compromete al comportamiento. Y si bien hoy reconocemos que la dualidad cuerpo/alma, mente/corazón no son tales, sino que somos un sistema orgánico que procesa desde diferentes categorías al mundo cognoscible; entiendo la advertencia que hacía este sabio.

Hay contenidos y hay convicciones: que son aquellos contenidos que han sido tamizados por nuestra experiencia y nuestras decisiones.

El riesgo a partir de la entrada a la tierra de Israel, un lugar que nos fijaba en un espacio determinado; era el de suplir las convicciones por meras operaciones de memorización y acumulación intelectual.

Y ser pueblo de Israel es mucho más que kilómetros de erudición literaria. Necesaria, por cierto. Imprescindible a la hora de forjar nuestros argumentos. Ni el conocimiento ni el cumplimiento automático nos convierten en el proyecto de persona y de pueblo que supone pertenecer a esta fe.

Se necesita la meditación del corazón. O como quieran llamarlo con las palabras de hoy. Se precisa compromiso ético. Sensibilidad emocional. Pensamiento complejo, asociativo, expansivo, crítico, interpretativo. Para mantener el sentido de ese conocimiento vivo en nuestras decisiones cotidianas.

Está más en juego nuestro accionar fuera de la sinagoga que dentro de ella pronunciando la más circunspecta de las plegarias.

Una cosa es conocer la religión.

Otra es ser religioso.

No caigamos en las trampas del lenguaje. Ni en los slogans construidos por otros.

La razón abstracta, -va a decir el sociólogo francés Michel Maffesoli-, obsesionada por lo instrumental, moralizó el conocimiento con el propósito de adecuarlo a los intereses del productivismo.

Y lo mismo podía pasar con Dios, con la creencia, con nuestra tradición. Ya lo vio Moshé en el momento de darle a la próxima generación el contenido de un relato. Si nos obsesionamos por las medidas, los datos, las prohibiciones y los acatamientos, nos transformaremos en una tradición que fabrique cumplimientos efectivos, que tenderán a mejorar sus sistemas productivos.

Y éste no fue el proyecto.

Saber de Dios, intelectual y sensiblemente hará de nuestra pertenencia a este pueblo un compromiso con nuestros actos, hará de Su presencia en nosotros un faro para la toma de decisiones a cada paso. Nos hará más sensibles, más atentos a nuestros estados, a los pedidos de los que nos rodean; nos hará más compasivos, más activos ante la desigualdad y el horror. Nos hará más resistentes a la tentación de dividirnos, de herirnos, de ignorarnos. Porque conocerLo de este modo nos responsabiliza con nuestros propios modos.

Moshé no hablaba en sinónimos sino en alerta. El pueblo que continúa el mensaje necesita razón y emoción, saber y compromiso social, cumplimiento y justicia.

Ojalá podamos comprender este mensaje en nuestras propias vidas.

Shabat shalóm,

Rabina Silvina Chemen