Parashat Ki tavó, comentario de la rabina Silvina Chemen

Parashat Ki Tavó nos ubica en los minutos previos a la entrada a la tan ansiada tierra. Moshé anticipa las acciones que deberán realizar una vez que consigan asentarse. Entre ellas, la maravillosa Mitzvá de los bikurim, las primicias, como mensaje de la relevancia de la gratitud y el reconocimiento por lo que uno tiene.

Parashat Ki tavo

Allí se describe casi teatralmente el ritual a través del cual cada uno llevará la canasta con los primeros frutos para ser entregados al cohen. Con estas palabras debían presentarse:

«Declaro hoy al Señor mi Dios que he entrado en la tierra que el Señor juró a nuestros padres que nos daría.”  Entonces el sacerdote tomará la canasta de tu mano, y la pondrá delante del altar del Señor tu Dios. Y responderás y dirás delante del Señor tu Dios: “Mi padre fue un arameo errante y descendió a Egipto y residió allí, siendo pocos en número; pero allí llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa.   Y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron y pusieron sobre nosotros dura servidumbre.   Entonces clamamos al Señor, el Dios de nuestros padres, y el Señor oyó nuestra voz y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión;  y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con gran terror, con señales y milagros;  y nos ha traído a este lugar y nos ha dado esta tierra, una tierra que mana leche y miel. “Ahora, he aquí, he traído las primicias de los frutos de la tierra que tú, oh Señor, me has dado.” Entonces las pondrás delante del Señor tu Dios, y adorarás delante del Señor tu Dios.” Devarim 26:3-10

Nos es familiar esta frase: “Mi padre fue un arameo errante”… Lo decimos con la Hagadá de Pésaj en nuestras manos. Y así comenzamos a contar la historia. La libertad se valora sólo cuando volvemos al principio;

אֲרַמִּי אֹבֵד אָבִי  aramí oved aví… mi padre fue un arameo errante…

No renunciamos al origen. No nos olvidamos de la errancia. Pero no solo eso. Luego fuimos esclavos. Y fuimos redimidos. Y ahora con las canastas llenas de los bienes de la naturaleza, venimos a agradecer. Con los frutos y con nuestra conciencia: que comenzamos siendo errantes, luego esclavos, luego clamamos, fuimos escuchados y acá estamos, con nuestras manos llenas del fruto de la tierra y nuestro corazón lleno de agradecimiento. Y esta sensación de meta cumplida debe ser extendida a quienes estuvieran con nosotros. Por eso este pasaje continúa diciendo:

“Y te alegrarás, tú y también el levita y el forastero que está en medio de ti, por todo el bien que el Señor tu Dios te ha dado a ti y a tu casa”. Devarim 26:5-11

La libertad es completa cuando a alegría que produce se comparte con otros.    Podríamos terminar este comentario acá.     Pero no.

La realidad ante nuestros ojos nos hace leer este texto no sólo como un mero guión de un ritual de agradecimiento, sino como una llamada de atención ante quienes hoy están en ese lugar de «los otros». Sólo resaltamos algunas palabras:    Errante.    Maltrato.    Servidumbre.    Opresión.
Nos han traído a esta tierra que mana leche y miel. Alegría. Tú y el levita y el forastero.

Revisemos ciertos términos:
La palabra errante, encontrada en todas las traducciones al español no responde exactamente a la palabra oved, en hebreo. Esta palabra, en hebreo, tiene que ver con estar perdido, sin rumbo. No es una decisión el ser errante sino es que no queda otra porque se está perdido.

El levita, miembro de la tribu de Leví, tenía una particularidad: no poseía tierra. Estaban consagrados a las tareas del culto. Y vivían de los donativos de los que sí poseían un lugar donde construir su casa. El forastero- ha’guer- es aquél que por algún motivo no está en su tierra. Tuvo que irse. Decidió irse. Vive contigo. O intenta vivir contigo. Pero no es como tú.

Tierra que mana leche y miel. La tierra de Israel, definida como la tierra de la promesa, se la concibe repetidamente como tierra que mana leche y miel. Dos tesoros de la naturaleza que no se obtienen sino con trabajo. Una tierra que al recibir al que está perdido se transforma en bendición y nutrición.
Y ahí estamos. En un tiempo del mundo en donde estas palabras y definiciones, muy a nuestro pesar, están a la orden del día: Gente vagando perdida no por su propia decisión.
Gente maltratada en campos de «irónicamente» refugiados.   Familias desmembradas.   Gente sin tierra. Desclasada. Olvidada.   Gente extranjera. Sospechada. Prejuzgada.   Gente que busca una tierra para trabajar y poder comer del fruto de su trabajo.    Gente invisible, que clama por una mano que los redima.     Y un mundo que no escucha.    Y una humanidad que se acostumbra cada vez más a no verlos.

Y un texto que se transformó en ficción, cuando lamentablemente es una ácida verdad de este tiempo. Los desplazados o mal llamados refugiados- sin refugio-, forzados a abandonar sus lugares de origen en búsqueda de empleo y seguridad por causas económicas, por razones políticas, por emergencias ambientales o por conflictos raciales, hacen un viaje hacia la nada; como nuestro antepasado, que era un arameo errante. Pareciera que la indiferencia del mundo los deja flotando en un océano de des-identidad, remando hacia un fin sin destino.

Nosotros podemos contar la historia de nuestra redención como pueblo. Fuimos errantes. Fuimos perseguidos, maltratados. Llegamos a la tierra de la promesa. Pudimos trabajarla. Reconocemos lo que se nos ha dado. Y debemos compartir la alegría con los que están con nosotros, a pesar de no estar en su tierra.    Este texto nos convoca, nos interpela a no leer sólo la historia como contada exclusivamente para nosotros.     Hoy, somos salvos.          Otros, están en peligro. No puede no dolernos su dolor.       No debemos callar su clamor porque no es nuestra historia.        No somos dignos herederos de este relato si no amplificamos su voz para que lleguen a una tierra en la que puedan extraer leche y miel, para alimentar a sus hijos y a su esperanza.