SHABAT- OCTAVO DÍA DE PÉSAJ: Una decisión a la hora de contar la historia

“…Ser judío significaba vivir con memoria… solamente se necesitaba continuar la tradición, reproducir los gestos y sonidos transmitidos a través de generaciones cuyo producto final era yo. En la mañana de Shavuot allí estaba yo, con Moisés recibiendo la ley, en vísperas de Tishá Beav, sentado en el suelo, mi cabeza cubierta con cenizas, lloraba, junto al Rabbí Zakkai, por la destrucción de la ciudad que se había pensado era indestructible. Durante la semana de Januká, corría a ayudar a los Macabeos; y en Purim, me reía, y cómo me reía, con Mordejai, festejando su victoria sobre Hamán. Y semana tras semana, mientras bendecíamos el vino durante la semana del Shabat, acompañaba a los judíos que salían de Egipto – sí, siempre estaba saliendo de Egipto, liberándome de la esclavitud. Ser judío significaba crear vínculos, una red de continuidad…” Fragmento del libro “Un judío, hoy” de Elie Wiesel (1981)

Ser judío significa estar saliendo siempre de Egipto. Y no es una posición melancólica de un  pueblo que se quedó en el pasado. Sino que es el motor que impulsa las decisiones de cada presente, por generaciones.

Salimos siempre en primera persona del plural, en tiempo presente, porque pareciera que no sólo el origen del pueblo judío en tanto nación fue la salida de Egipto, sino que es su eterno devenir.

Y más aún; durante la festividad de Pésaj leemos:

כל המרבה לספר ביציאת מצרים הרי זה משובח

Todo aquél que cuenta en abundancia el relato de la salida de Egipto que sea alabado.

No nos basta con la mención. Sino que ahora somos compelidos a repetir el relato. Sin cuidar el principio de redundancia. Aquél que más lo cuenta, más alabanzas recibe.

La pregunta que me hago es cuál es la potencia que tiene el relato de la salida de Egipto… ¿Será sólo el hecho de contarla? ¿Qué acentuamos de la historia? Una y otra vez, año a año volvemos a contar sobre la opresión y la liberación, volvemos a leer la Hagadá, el texto que nos  organiza el relato.

El eje central de Pésaj, en definitiva, es cómo contamos la historia, cómo concebimos la historia, en qué lugar nos ponemos año a año a la hora de volver a contar lo que sucedió y con qué objetivo.

Y aquí me voy a ayudar con las categorías que Nietzsche elabora en su “Tesis para una filosofía de la historia”, para definir tres modos diferentes de concebir la  historia, para que podamos pensar en nuestro Pésaj pero también en nuestro propio modo de situarnos ante el relato de lo que nos sucedió.

1- Un posible modo de verlo es lo que el autor llama “la historia monumental”, es decir, recordar del pasado los grandes hechos, la historia épica: podríamos decir que en este caso, la Hagadá en general nos lleva a este tipo de recuerdo: las plagas, la salida de Egipto, y luego la Torá completará los sucesos posteriores; la apertura del Mar de los Juncos, la entrega de la Torá…

Este modo es inspirador por un lado, porque nos lleva a comprender que si en algún momento la liberación de la opresión más aberrante fue posible, la historia puede suceder nuevamente. Las grandes victorias, allí cuando los protagonistas estaban condenados a perder, son las que inspiran en momentos de depresión y vulnerabilidad.

Sin embargo este tipo de puntuación sobre los hechos históricos deja afuera lo singular, las pequeñas obras, los relatos íntimos, los pequeños eslabones que permitieron desencadenar en el gran escenario. Porque relatos sostenidos en las grandes epopeyas, fagocitan lo pequeño.

¿Qué pasó con aquellos hombres y mujeres que temían salir? ¿Qué conversaciones sucedieron en el seno de la familia de Moshé? ¿Qué sucedía en aquellas familias que no podrían llevar a un anciano enfermo? ¿Qué les ocurrió a las madres egipcias en el momento de la muerte de sus primogénitos?

La historia contada sólo sobre los grandes rasgos victoriosos, es sólo uno de los modos de relatarla, sabiendo que en el camino quedan narraciones, situaciones no resueltas, particularidades pequeñas, de vidas singulares sin las cuales, los grandes episodios no hubieran sucedido.

La pregunta que me hago es si nosotros, como pueblo de Israel, contamos la historia sólo a partir de nuestras victorias o batallas ganadas… o si nuestros relatos también tienen otros componentes que no son sólo la evocación de un pasado…

2- Hay otro modo de contar el mismo relato según este autor, que él la denomina la historia anticuaria, en la que al revés del modo monumental, venera acríticamente todo lo pasado. La famosa frase “todo tiempo pasado fue mejor”… ya por ser pasado es valioso.

Se venera indiscriminadamente cada brizna del pasado, se idolatra cada detalle. Y este modo de mirar la historia la congela, la coagula. Este modo de contar la historia produce una fascinación paralizante, tenemos que quedarnos allí donde todo fue mejor, y no cuestionar, ni preguntar ni querer saber más o conocer otros puntos de vista. Las personas que cuentan la historia de ese modo quedan tan fascinadas que podríamos decir que viven en una nostalgia permanente.

En esta posición respecto de la historia, cualquier análisis que nos permita transformar la memoria en aprendizajes para el presente, queda descartado. Nunca volveremos a ser testigos de epopeyas memorables. Los milagros no volverán a suceder. No se repetirá un liderazgo como el de Moshé.

El relator queda entonces, como un espectador pasivo, que relata en tiempo pasado algo que merece ser evocado – digamos – confinándolo a su eterno pasado.

3- Hay un otro modo que, a mi criterio, es el más cercano al proyecto de pensamiento y educación que para mí implican los rituales – además del valor de la repetición y las huellas de la tradición en cada una de las fechas de nuestro calendario –  que es lo que el autor denomina la historia crítica. Cuando uno relata la historia desde esta mirada, asume la responsabilidad de deconstruirla. Esto significa, tomar el pasado, desarmarlo y volverlo a armar desde el punto de vista del interés de la vida, en tiempo presente.

Es hacer que el relato nos interrogue y a su vez, nosotros poder intervenirlo críticamente con nuestras dudas y cuestionamientos.

Éste modo es una estrategia de lectura. Es una manera de comprender que la verdad histórica se ha perdido con el correr del tiempo y lo que nos queda es ni más ni menos que el relato, la Hagadá, “el decir”- “la’haguid”- la palabra que de hecho es un quehacer humano.

¿Esto le quita valor a la historia? De ningún modo, el relato es valioso porque nos cuenta una historia de otros, que debe ser tamizada por nuestros propios ojos, nuestras propias palabras y por qué, no nuestras propias historias.

Debemos reconocer que nos es imposible una construcción absolutamente certera de los hechos que sucedieron y, como quedan grandes vacíos, no queda otra posibilidad más que la de interpretar.

Y aquí me encuentro con la fuerza del Má nishtaná…, el momento más famoso de la lectura de la Hagadá. ¿En qué es diferente esta noche de las demás noches?

No sólo los niños preguntan qué cambia durante los 8 días de la fiesta de Pésaj en nuestras mesas, sino que la pregunta de la Hagadá – del libro para decir – es ¿qué cambia en ti, esta noche, qué te enseña hoy esta historia, cómo vas a mejorar tu vida desde esta noche de Pésaj hasta la próxima valiéndote de los contenidos de este relato? ¿Cómo sales de tus propias limitaciones? ¿Cómo le ganas a la desesperación? ¿Cómo eres confiando, en quién delegas tus decisiones importantes cuando no estás en condiciones de tomarlas? ¿Cómo manejas la paciencia y la impaciencia a la hora de no tener satisfechas tus necesidades en los tiempos que tú consideras? ¿Cómo te comportas ante el sufrimiento del otro, cuando no te toca? ¿Cuánto arriesgas sin garantías?

Éstas son algunas de las preguntas que creo que nos hace la historia que ahora la Hagadá que dice: Bejol dor va dor… en cada generación… que no es un mero cántico sino la invitación a tomar el relato, deshacerlo y volverlo a armar para que en el decir de la Hagadá también esté presente, nuestra propia historia.

¡Shabat shalóm y Jag Sameaj!

Rabina Silvina Chemen