PARASHAT VAETJANÁN: Una invitación al clamor (Shabat najamú, el Shabat del consuelo)

Este Shabat comienza el trabajo duro de consuelo: Najamu, Najmu ami Consolaos, consolaos pueblo mío» [Isaías 40:1]-. Éstas son las palabras iniciales de la haftará de esta semana. Cada semana, durante siete semanas, vamos a recibir otra haftará de consuelo, hasta llegar a Rosh Hashaná. El consuelo no puede suceder en un instante. Se trata de un proceso, como los siete días de la shivá – la semana posterior al fallecimiento de un ser querido.

Entendemos que el consuelo es una palabra que resuena con alivio en nuestras almas, pero ¿Cómo es que se da el consuelo?

Tomemos versículo de la Haftará para intentar entender este proceso del consuelo:

 קוֹל אֹמֵר קְרָא, וְאָמַר מָה אֶקְרָא

“Una voz dice: «¡Clama!» Y pregunta: «¿Qué he de clamar?»

; כָּל-הַבָּשָׂר חָצִיר, וְכָל-חַסְדּוֹ כְּצִיץ הַשָּׂדֶה

“Toda carne es hierba, Toda su bondad como flor del campo”

יָבֵשׁ חָצִיר נָבֵל צִיץ, כִּי רוּחַ יְהוָה נָשְׁבָה בּוֹ; אָכֵן חָצִיר, הָעָם

“La hierba se seca, las flores se desvanecen porque el espíritu de Adonai sopló en ella y así como la hierba es el pueblo”.

יָבֵשׁ חָצִיר, נָבֵל צִיץ; וּדְבַר-אֱלֹהֵינוּ, יָקוּם לְעוֹלָם.

“Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra de nuestro  Dios  permanece para siempre.” (Ishaiahu 40: 6-8)

Estos versículos intentan definir el consuelo.

Una voz dice: «¡Clama!». La palabra «clamar», “proclamar”, da a entender que alguien tiene algo que decir, una verdad que contar. Hay una voz que debe alzarse. ¿Y qué es lo que tiene para decir?

«Toda carne es hierba, Toda su bondad como flor del campo: La hierba se seca, las flores se desvanecen. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.”

Lo que decimos es que comprendemos que somos como la hierba que se marchita, que la palabra de Dios es para siempre. El reconocimiento de que la vida no es efímera, y deberá darnos consuelo.

Este tipo de consuelo tiene que ver con la aceptación.

No busquemos la permanencia donde no existe. Miremos la realidad de este mundo. La finitud que nos toca a todos.

Pero hay una segunda manera de comprender el consuelo, quizás menos “comprensiva”.

Volvamos al texto de la Haftará:

Una voz dice: «¡Clama!»

Y pregunta: «¿Qué he de clamar?»

Hagamos foco en esta segunda voz. ¿Y qué es lo que tengo que clamar? No me basta con que se me diga que debo clamar. Es una voz que se pelea, que no se conforma con lo que le sucede, con lo que ve, que hurga, que busca, que confronta.

¿Tan sencillamente puedes clamar que somos como la hierba y que desapareceremos?

Me resisto a consolarme tan fácilmente.

En nuestros días, envueltos en incertidumbre, pérdidas, números de contagios y poca claridad de lo que vendrá, se nos pone en jaque la pregunta sobre la fe.

La verdad es que el consuelo se encuentra en una vía que parece imposible de asumir. Porque el consuelo trasciende cualquier lógica y racionalización.

El texto grita y nos empuja a que no seamos conformistas, a no vivir como si fuéramos simples hierbas. El acento de nuestro consuelo no puede estar en la debilidad de nuestra fugaz naturaleza.

Entonces, ¿cómo llegar al consuelo? Aquí el consuelo no viene a través de una respuesta paliativa, sino de la acción de no dejar de pelear por lo que creemos justo, a no renunciar a nuestros ideales, a no dejar de construir y buscar y resistir ante cualquier placebo que nos engañe con una vida liviana, sin dolor.

La vida es compleja, dolorosa y maravillosa. Por eso el profeta dice: “¿Y qué he de clamar?” ¿Que me conformo con desaparecer sin pena ni gloria como una pobre hierba?

De ninguna manera, así como la palabra de Dios es eterna,  וּדְבַר-אֱלֹהֵינוּ, יָקוּם לְעוֹלָם. yo tengo derecho a la eternidad, a la palabra, a la lucha, al cuestionamiento, a no bajar los brazos.

Y allí aparece la palabra de Dios, la presencia de lo trascendente: cuando peleamos, y no nos resignamos.

Un consuelo que provenga de la pelea y de la pregunta es mucho más cercano a mi modo de ver que el consuelo de la aceptación y la resignación.

En este sentido, la palabra de Dios, tiene una realidad y una fuerza que transforma nuestra existencia. Incluso podríamos decir que esa transformación no depende de la fe de una manera clásica. Se inicia en el proceso de gritar, con la esperanza de que seremos escuchados. Pero incluso el proceso de gritar y no experimentar una respuesta, ya pone al proceso de consuelo en movimiento.

Y en esta realidad difícil que vivimos, no podremos hacerlo solos. Sabernos juntos, en comunidad, en familia ampliada, nos da coraje para clamar y reconfortarnos. Aún en nuestras casas, salimos del encierro cuando nuestras voces se unen. Allí comienza el consuelo.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen