PARASHAT VAETJANÁN: La escritura de la libertad

 “… y los escribió en dos tablas de piedra.” Devarim 9:10

Tantas veces hemos visto imágenes, películas, hemos leído una y otra vez el texto de la Torá imaginando a Moshé bajando con las dos Tablas de piedra, que quizás sólo vemos en la piedra el soporte físico de un texto, el de la ley.

Pero hoy quiero volver a esas dos tablas. Y a las palabras de la ley.

Y pensaba en la diferencia de una humanidad que pretendió gobernar desde la Torre de Babel (desde el poderío concentrado de una torre, una sola idea, una soberanía vertical, absoluta, ilimitada…. que de hecho fracasará estrepitosamente), con este gesto de Moshé, bajando desde las alturas, con la ley, la letra de la ley, grabadas en unas piedras.

Seguramente no fue sencillo comprender el mensaje que traía Moshé.

Unas tablas inertes de piedra.

Con letras, que, en silencio indicaban para todos, lo que había que hacer.

Que venían de un Dios que se escuchó por única vez.

Que no se lo ve.

Y habiendo atravesado 40 días de desazón y confusión. El pueblo esperaba. No sabía bien qué. Sólo sabían que Moshé volvería y tardó tanto en volver…

La desesperación los llevó a un lugar conocido: el del becerro. Clamando protección quizás. Protección casi mágica, de un ser inanimado que velaría por ellos.

Y allí aparece él. Moshé y las tablas de Dios.

Y allí aparece el primer quiebre.

El pueblo danzando alrededor del becerro.

Moshé que no comprende lo que ve.

Las tablas que se rompen…

Fue un momento crítico.

Doloroso.

Pero que nos hizo nacer como el pueblo que somos.

Sí, somos hijos de esa ruptura. Aunque algunos intenten decir lo contrario.

Fuimos paridos a una historia que ya no vendrá de un origen perfecto. Porque nunca más esas tablas serán escritas por la mano de Dios.

En el principio, podríamos decir, hubo un quiebre. Y desde allí nosotros somos quienes somos.

Somos el pueblo que se constituyó a partir de un equívoco y de una nueva oportunidad.

Moshé no es castigado por romper las tablas.

Y vuelve al monte. Ahora sí, comprendiendo mucho más de qué se trata.

El que graba las tablas ahora es él. Es su mano humana la que imprime las letras en la roca.

Entonces, somos hijos de una ley divina, escrita por un ser humano y bajada desde las alturas, para todos.

Una ley que son palabras. וְהַמִּכְתָּב, …–חָרוּת, עַל-הַלֻּחֹת.Palabras “grabada sobre las tablas» (Shmot 32:16)

Las letras están grabadas, las letras están caladas en la piedra.

Las letras están grabadas y llenas de vacío. Y ese vacío, lejos de ser ausencia, pérdida o caos, ese vacío es pura posibilidad.

Ése es el mejor contenido y un mensaje maravilloso.

Somos hijos de una ley escrita con letras vacías que permiten que cada uno cuando las lee tenga la responsabilidad de pronunciarlas con su propio sonido, atravesarlas con su propio aliento.

La forma vacía, entonces, abre a todos los contenidos.

Qué distinto es pensar que la ley que recibimos en el Sinaí está completa, obturada e inamovible.

Prefiero creer que el vacío simbólico de estas letras me dice que la ley de las Tablas no es “hasta aquí” sino, “desde aquí”.

Somos hijos de una ley que nos llama a decirla, a pronunciarla. Y cuando la hacemos nuestra palabra, nos hacemos responsables.

Nuestro pueblo reaccionó de un modo muy interesante. Dijo: “Naase venishmá”- Haremos y escucharemos. Haremos y luego entenderemos.

Y esto dio lugar interpretaciones que nos hicieron daño. Muchos piensan que Naase venishmá implica la aceptación de tener que cumplir aún antes de escuchar o de entender. Y esa es una posición respecto de lo que se entiende por la ley de la Torá. Una relación con la ley que habla de un sometimiento ciego al mandato.

Y yo creo que Naasé venishmá – haremos y entenderemos, nos está hablando de otra cosa.

Lo primero que decimos es que lo que recibimos es la responsabilidad de hacer. No son palabras al viento- como se dice vulgarmente. Son palabras que nos obligan, es decir, que nos ligan, nos unen a un mandato de hacer de las palabras nuestras acciones concretas.

Naasé. Haremos. Somos hijos de una ley que se cumple haciendo, activamente. Somos activistas de nuestra espiritualidad.

Naasé. Haremos. Esto es claro. Es el punto de partida. ¿Qué haremos?

Venishmá. Haremos lo que escucharemos. Lo que entenderemos. Le daremos contenido a las formas de las letras vacías. Somos llamados por la letra en la piedra, a leer para hacer. Somos llamados. ¡Qué interesante! La palabra “llamar” en hebreo es “likro”, la misma palabra que tenemos para decir “leer”.

Somos llamados a una lectura de la letra de la ley, que vino calada en la piedra para que nosotros la pronunciemos con nuestra propia voz.

Es por eso que es tan bello el midrash de Pirkei Avot que dice:

No leas «grabada» [jarut]
sino «en libertad» [jerut],
pues no hay hombre libre sino quien se ocupa del estudio de la Torá.» (Pirkei Avot 6:2)

Las formas vacías de las palabras son una invitación a una lectura en libertad. Una libertad que nada tiene que ver con la ausencia de la ley. Pero que tampoco tiene que ver con ser esclavos de una lectura que no sea la nuestra.

Una libertad que nos permite interpretar. Darle voz a la palabra a través de nuestra mirada. La ley no nos pide que nos quedemos en silencio, inmóviles. Nos exige que leamos, que estudiemos, que debatamos, que nos hagamos cargo de lo que digamos y lo que hagamos.

Levinas en su Lecturas Talmúdicas dice: “No hay ni un versículo, ni una palabra del Antiguo Testamento leída de lectura religiosa, leída a manera de revelación que no se entreabra a todo un mundo… “Rabí Akiva interpretaba hasta los adornos de las letras del texto sagrado”, dice el Talmud. Esos escribas… intentaban sacar de las letras, como si ellas fueran las alas redobladas del Espíritu… todo el sentido que ellas… despiertan.”

Y todos somos como aquel escriba. O mejor, todos podemos ser Rabí Akiva.

Que vuelve a reescribir el texto cuando lo lee, lo hace propio, lo discute, lo entiende y lo actúa.

El problema es creer que sólo quienes estuvieron con Moshé tuvieron esa experiencia. O sólo los grandes nombres, iluminados tienen ese derecho. Y que lo que a nosotros nos queda es una versión rebajada de meros cumplidores de una visión antigua y lejana.

Ahora bien, sólo con ser herederos no es suficiente. Como escribió Goethe: “Lo que heredaste de tus padres, conquístalo para poseerlo.”

Poco o nada recibiremos y transmitiremos si sólo mostramos los papeles de lo que heredamos. Tenemos que salir a conquistarlo. Para que nadie nos ponga palabras en la boca que no son nuestras. Ideas en el alma, que no son nuestras. Modos de vivir la ley que no nos pertenecen. Eso exige mucho movimiento de nuestra parte. Compromiso. Trabajo. Estudio. Honestidad con nosotros mismos.

Pero vale. ¡Bien que lo vale!

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen