Parashat Toldot transita sobre episodios trágicos que nos es difícil sostener y justificar.
Iaakov, el tercer patriarca, el hijo de Itzjak y nieto de Abraham- le usurpa la primogenitura a su hermano mayor.
Iaakov le roba la bendición a su padre engañándolo en su ceguera y vejez.
Iaakov es definido en el texto bíblico como ish tam, ioshev ohalim, una persona simple que está sentada en su tienda. (Es interesante dejar sentado desde el comienzo que la palabra tam en hebreo alude a la simpleza y a su vez a la integridad)
Pensemos que en ese contexto un varón que se desarrollaba en el ámbito de las tiendas- lugar casi exclusivo de las mujeres invisibilizadas en los espacios públicos- probablemente haya sentido que su horizonte era insignificante. Era el menor de los dos hermanos mellizos, amado por su madre- cuando las mujeres no eran las que definen los roles en la historia, y con un hermano, declaradamente amado por su padre, que representaba la fortaleza de los que actúan con el mundo exterior.
Iaakov no se muestra dudoso de su actitud- a nuestros ojos inaceptable- de engañar a su padre y robarle sus derechos a su hermano:
“Y Iaakov dijo a Rivká su madre: -He aquí Esav mi hermano es hombre velloso, y yo lampiño: Quizá me palpará mi padre, y me tendrá por tramposo, y traeré sobre mí maldición y no bendición.” Bereshit 27:11-12
Iaakov está preocupado por su apariencia, ante los ojos ciegos de su padre. No lo altera su actitud tramposa, su falta de verdad, sino lo inquieta lo que su padre pueda percibir en él. Y supone que esto traerá maldición sobre él.
Iaakov se preocupa por si lo reconocerá en su apariencia. Quizás porque necesita dejar atrás esa definición de sí mismo que lo condena a una soledad predeterminada- ish tam ioshev ohalim– un hombre simple que habita las tiendas. Es una persona que nació para habitar la tienda y estar encerrado en un mundo pequeño y aislado.
Tengo la impresión de que este texto nos habla del miedo a la soledad; de las barbaridades que somos capaces de hacer para no sentirnos solos.
Necesitamos no sentirnos solos y esto muchas veces viene acompañado de la desesperación de no sentirnos célebres, sobresalientes, distinguidos y mirados por otros.
El ser humano precisa ser reconocido, tener visibilidad.
Y qué interesante paradoja que la visibilidad que Iaakov pretende la intente conseguir con un padre ciego.
No le preocupó que su padre lo reconociera por su voz. Su modo de verse ante los demás era lo que necesitaba modificar.
Nos volvemos reales ante nosotros mismos: al ser vistos por otros. El gran pavor contemporáneo es el anonimato.
Lionel Trilling, crítico literario, autor de un libro llamado “Sinceridad y autenticidad”, remarca qué característica principal definió al yo en cada época: la característica que definía al yo en el romanticismo era la sinceridad, y en la modernidad era la autenticidad.
Hoy podríamos decir, también releyendo el texto de la Torá que lo que hoy caracteriza al yo es la visibilidad.
Vivimos mostrándonos para ser mirados y así suponemos que desaparece la soledad. Hemos decidido anular nuestra privacidad e intimidad así como nuestra capacidad para estar solos.
Iaakov, con tal de pasar a la vitrina más visible de la historia perdió esa doble identidad que lo caracterizaba– ish tam– hombre simple, hombre íntegro. Cuando uno es simplemente uno, entonces experimente la integridad.
En este mismo orden en nuestro tiempo la gente del espectáculo cobra existencia cuando son protagonistas de un escándalo o los hinchas de un club de fútbol sienten que son alguien cuando generan episodios violentos que los tienen como protagonistas.
Hoy la dependencia a las redes sociales es parte del mismo fenómeno.
Se perdió el aprecio por estar sentado en la tienda.
Por preparar los alimentos.
Por darnos un tiempo para estar adentro, en todo sentido.
Compramos el paradigma de la visibilidad como un dato de nuestra identidad.
Pero Iaakov se olvidó de algo importante: estaba disfrazado de Esav. Su voz nunca dejó de ser su voz. Hakol kol Iaakov- la voz es la voz de Iaakov… (27:22) dirá su padre confundido cuando al tocar sus vellosos brazos no entiende que la voz no concuerda con ese cuerpo.
El Talmud refuerza más la condena de este gesto diciendo que el engaño de palabra es como la idolatría:
“Rabí Eleazar dice: Con respecto a cualquiera que enmiende la verdad en su discurso, es como si adorara ídolos. Como está escrito aquí, en el versículo donde Iaakov trató de resistirse a tomar la bendición de su padre de parte de Esaú: “y me tendrá por tramposo, [en hebreo; metatea ]” ( Bereshit 27:12 ), y está escrito del mismo modo referido a ladoración de ídolos: “Son vanidad, obra de engaño [ en hebreo; tatuim ]” ( Jeremías 10:15 )”. Sanhedrín 92 a
Uno puede vestirse de la persona más poderosa, uno puede parecer socialmente exitoso, acompañado por muchos, pero la voz, seguirá siendo la voz de cada uno y mientras trabajemos la apariencia y pensemos que podemos disfrazar también nuestras voces o nuestras opiniones, seremos como los idólatras.
Hay una relación entre la mímica de la voz, la falsificación de un discurso y la idolatría.
Idólatra es aquél que se fabrica sus propios dioses, sabiendo que son falsos y luego los adora, pretendiendo que son verdaderos.
Ésa es la característica de los despersonalizados, de los que huyen de su propio ser para ser visibles y pasar a la historia de los célebres, sin importarles lo que dejan en el camino.
El resultado de la argucia (o de la equivocada percepción de sí mismo) fue un hermano herido, un padre engañado, una madre que jamás volvió a ver y la huida.
La visibilidad salvaje, la asunción de discursos que no dicen sobre quiénes somos, el engaño para llegar a la cima, la desatención de lo esencial es una decisión que deja costos muy altos.
Iaakov no quería estar más solo en su tienda y por eso hace todo lo que hace. Sin embargo el final fue la soledad. Tiene que escapar solo porque no le quedaba nadie cerca. Todo lo que lo rodeaba quedó lastimado.
Este tiempo de pandemia fue tiempo de tienda. De estar adentro. Para muchos fue una oportunidad y para otros un castigo. Denodadamente nos mostrábamos en el mundo virtual para que alguien confirme que existimos.
Sin embargo, la simpleza de nuestras casas fue y es una ocasión para afianzar nuestras integridades y valorar a quienes están con nosotros; celebrar nuestra singularidad y consolidar nuestras voces y pensamientos.
Iaakov volverá a tener paz cuando se encuentre con sí mismo. Sin disfraces. Sin presiones. Con su propia voz.
Ojalá las soledades de este tiempo nos ayuden a encontrarnos verdaderamente a nosotros mismos.
Shabat Shalom
Rabina Silvina Chemen