PARASHAT TERUMÁ: Llevar la patria en el Arca

Parashat Trumá es parte de la saga de parashot que describen la construcción del Mishkan, el Tarbernáculo, el Santuario en el medio del desierto.

Nos conmovemos cada año, con el origen de esta construcción: cada uno de acuerdo a lo que su corazón le dicte, debe aportar su ofrenda- su trumá- para levantar la casa sagrada, el lugar que Dios elige para habitar entre ellos.

La característica más distintiva de estos textos, es el nivel de detalle extremo, que quedó documentado en la memoria de nuestro pueblo. Cada hilo, cada tela, cada material, cada pieza, con sus pequeñas piezas… como si el texto nos estuviera diciendo: la historia se relata a partir de las grandes epopeyas, pero el detalle encierra la vinculación profunda con lo pequeño, con lo posible, con lo de cada uno… Los titulares son los grandes marcos. Cada pincelada habla de relevancia de cada paso, de cada gesto en lo que luego será vivido como algo magnífico.

En esta ocasión elegí un pasuk de todo este tratado de «Instrucciones para la construcción de un Santuario”:

בְּטַבְּעֹת, הָאָרֹן, יִהְיוּ, הַבַּדִּים:  לֹא יָסֻרוּ, מִמֶּנּוּ.

«Las estacas permanecerán en los aros del arca; no serán quitadas de allí» (Éxodo 25:15)

¿Qué significa esto? El Arca era el elemento que contenía las Tablas que bajó Moshé del monte Sinaí. Debía ser construida de madera de acacia, y recubierta de oro, por fuera y por dentro. Sobre la tapa que no se abrirá nunca más, dos imágenes de querubines mirándose uno al otro. Y pareciera que no fue suficiente. Había que explicar el método con el cual el Arca sería transportada. Debían construir anillos y entre los anillos pasar unas estacas. Cuando Dios indicara continuar con la travesía, los levitas serían los encargados de cargarla. Y la Torá explica que las estacas- repito, el sistema que permitía cargar el Arca- deberían quedar puestas en sus arandelas, aun cuando el Arca quede fija por mucho tiempo.

El Rabí Shimshon Rafael Hirsch, un rabino, traductor y líder religioso alemán del s. XIX comenta este versículo de un modo que a mí me dejó pensando:

La Torá es la patria portátil del pueblo judío. Durante la mayor parte de su historia, los judíos estuvieron en el exilio. Pero aunque se tratase del exilio babilónico o del exilio de Italia, el de Turquía o el del Maine, el judío siempre pudo enrollar su patria, la Torá, y llevársela consigo. … Las estacas del “arón” jamás debían quitarse del “arón”. Debían permanecer en su sitio en forma constante. El primer Beit HaMikdash duró 400 años. Y a lo largo de todos esos siglos, las estacas permanecieron en su sitio; la Torá estaba lista para trasladarse de un momento a otro.

Era un símbolo de que la Torá no está atada a ningún lugar. Dondequiera que vayan los judíos, tanto por voluntad como por la fuerza, enrollan su patria portátil y se la llevan consigo.

Enrollarse la patria y llevársela con uno. Me parece una metáfora preciosa. Saber que desplegamos el texto y la transformamos en nuestra tierra, allí donde estemos. Y también saber que aunque no podamos vivir todos en el mismo suelo, allí donde la desenrollamos, allí sabemos que todos pisamos la misma geografía.

Tener la posibilidad de llevarnos la patria, nos compromete, y mucho. Porque las estacas están allí para que brazos vengan a llevarla.  Y eso requiere de nuestra voluntad y decisión.

La Torá no está atada, porque viaja con nosotros, en cada una de las circunstancias y vuelve a ser leída e interpretada, sin fijaciones ni axiomas, sin verdades absolutas ni mandatos exclusivos. Es nuestra patria, la de todos, y la de cada uno.

El día que dejamos de transportarla, de enrollarla con nuestras manos y creemos que está fija en un lugar, confinada a una única lectura, donde a nosotros sólo nos queda escuchar las verdades que otros tienen sobre nuestra patria, allí habremos hecho exactamente lo que la Torá nos pide que no hagamos: le habremos sacado las estacas para fosilizarla en un lugar del que no debe moverse.

Enrollar nuestra patria que es el texto y llevárnosla con nosotros.

Es una de las imágenes más bellas que la Torá nos regala.

Shabat Shalóm,

Rabina Silvina Chemen.