PARASHAT SHOFETIM: Ser juzgados por oír, o no, la voz…

“Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare” (Deuteronomio 18:18), dice nuestra parashá. Y plantea una pregunta muy interesante acerca de los profetas y la profecía.

Y me pregunto, ¿qué sentido tiene hoy hablar de profecía? Es más, me aventuro a creer que cuando decimos profeta, en nuestras mentes aparecen palabras como loco, bucólico, chiflado, ¿verdad?

Sin embargo, el texto está, y no sólo en está en la Torá sino también en nuestra práctica semanal de leer la Haftará, una sección de los libros de los profetas en los que les damos voz a su palabra, una y otra vez.

¿Qué entendemos hoy por profecía? O… ¿qué voces tendríamos que escuchar como inspiradoras de nuestras acciones? O quizás sería aún más controvertido preguntarnos: ¿acaso Dios sigue hablando con alguien en este tiempo? Y entonces, ¿cómo reconoceremos al mensajero?

No sé si éstas son preguntas que nos quitan el sueño. Pero aun así creo que bien vale hacérnoslas, estos días de Elul, en los que por algún motivo tenemos otras sensibilidades o estamos buscando quizás que aparezca aquella voz.

Si consideráramos que el profeta es una especie de intermediario de la voz de Dios sobre la tierra, estamos dando por cierto algunos supuestos que creo que merecemos revisar:

Si Dios habla, entonces habría una definición de cierto Dios hablante.

Y si alguien lo escucha habría entonces cierta creencia de que esa palabra se emite para que alguien, en este plano, pueda escucharla.

Y que además, los mensajes se construirían en el cielo, para ser ejecutados acá en la tierra…

El filósofo Emmanuel Levinas, se hizo estas preguntas no hace tanto tiempo, porque aunque nos creamos cultos, capaces y miembros de esta sociedad moderna y global, estas preguntas vuelven cada tanto dentro de nosotros, sobre todo en momentos de emociones fuertes, de situaciones difíciles. ¿Qué es Dios? ¿Cómo se conecta conmigo?

Levinas sostiene que Dios no es una categoría que se pueda ni se deba definir. No es posible una teología que tematice a Dios. No es un ser acotable, mensurable, del que podemos decir a partir de ciertas categorías. No es Dios, dice Levinas, el que se le revela al hombre sino es en el hombre «donde se revela Dios».

Como afirman tantos profetas: conocer a Dios significa «hacer justicia con el prójimo». Y para hacer justicia con mi prójimo tengo que acercarme a él, tengo que saber de él, tengo que escucharlo y ocuparme de lo que necesita.

Si seguimos este razonamiento podríamos decir que no es posible conocer a Dios sin el prójimo, y que la única manera de escuchar- entre comillas- el mensaje del cielo es disponernos a escuchar al que tenemos al lado.

Por eso cuando Adonai llama a Moshé desde la zarza ardiente: Moshé, Moshé, él responde Hineni: «Heme aquí». Con su respuesta no está comunicando ningún contenido. Él mismo se ofrece como contenido. Aquí estoy. Eso es todo lo que Dios necesitaba para elegirlo como profeta.

Si pretendemos acceder a la experiencia de la revelación de Dios deberemos entrenar nuestra capacidad de escucha. Seguramente no aparecerá la voz- con mayúsculas- sino que cada vez que escuchemos al otro, y respondamos ante cada necesidad de cada otro, allí experimentaremos la presencia del Creador.

El verbo escuchar y la palabra Kol- voz, están siempre presentes en nuestras plegarias y mucho más en los Iamim Noraim.

Vekol Demama daka ishama…. Decimos en el Unetane Tokef. La presencia de Dios se percibe en una voz susurrante.

Buscamos los grandes estruendos. Esperamos los grandes milagros. Pero Dios, como dice el profeta Eliahu y nuestra tefilá, se manifiesta en los sonidos más débiles que vienen quizás de las vidas que más necesitan nuestro oído porque pareciera que nadie las escucha.

Hineni. Aquí estoy. Hinenu. Aquí estamos. Ése es el trabajo de la Teshuvá.

Cuando nosotros dejamos de naturalizar las escenas cotidianas de injusticia e indignidad. Y cuando somos capaces de escuchar las voces más débiles. Y cuando nos animamos a alzar nuestra voz, sin escondernos para pelear por la dignidad de otro.

Allí está la voz de Dios. Allí se revela, en nuestros actos de justicia y de bondad.

Se acerca Iom Hadin, el día del juicio. Dependerá de nosotros si creemos que seremos juzgados por un ser superior que habita las cortes celestiales o si creemos que son nuestros actos de justicia con nuestro prójimo lo que se pone en juego cada vez que pensamos qué hicimos con nuestras vidas el año que acaba de terminar.

Y aunque falten sólo algunas semanas, estamos a tiempo. Siempre estamos a tiempo.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.