PARASHAT SHELAJ LEJÁ: el desastre que provoca lo desastroso

Parashá «Shlaj lejá» relata la travesía de los doce representantes de las tribus enviados por Moshé a espiar la tierra para recolectar información vital sobre ella y sobre la posibilidad de conquistarla.

Esos hombres salen a una travesía de cuatro días y vuelven al pueblo que se encuentra en el desierto, trayendo diez de los doce espías no muy buenas noticias. La tierra, efectivamente, es buena -ellos dicen- pero la experiencia de la travesía en ella fue terrible. La tierra es peligrosa, sus habitantes gigantes, sus ciudades fortificadas y la consigna de su conquista es, en realidad, imposible.

Los miembros del pueblo al oírlo rasgan sus vestiduras, lloran y se enlutan por la tierra cuyo aspecto de prometida se disipa cada vez más.

Sólo dos de los espías -Caleb ben Iefuné y Iehoshúa ben Nun- apoyan la posibilidad de que el pueblo pueda ir y conquistar -con la ayuda de Dios- la tierra.

Los dos constituyen una destacada minoría y el pueblo que llora en la amargura de su desesperación, pide volver a Egipto. Dios, en su ira, quiere exterminar al pueblo; Moshé logra calmarlo, pero Dios decreta que todos los miembros de esa generación no entrarán a la tierra. Su muerte será en el desierto; cuarenta años deambularán en él, un año por cada día que duró la travesía de los espías, hasta que muera -de manera natural- toda esa generación. Sus hijos serán quienes entrarán y heredarán la tierra.

El relato se llena de desilusión, miedo y desesperación.

La pregunta es qué sabemos de aquella generación, generación obstinada y terca, que va, se enreda y se queja en el terrible desierto siguiendo a un líder difícil y visionario detrás de una promesa sobre una tierra donde nunca estuvieron, guiados por un Dios invisible.

Las ideas de los tanaítas (escritores de la Mishná) y amoraítas (escritores de la Guemará) se dividen entre aquéllos que dicen que la generación del desierto no merece el mundo venidero, porque optaron por el paradigma del desastre, de la debacle, de la no salida, de la no escucha y otros que dicen que ellos merecen piedad y piden que sean comprendidos en su desesperación.

Si nos abstraemos de la situación puntual, entendiendo que este hecho provocó la decisión de Dios de que no entren y por tanto que den vueltas y vueltas sin destino en un desierto inhóspito, no nos parece una escena ni tan extraña ni tan lejana…

Ante un escenario de dificultad, de adversidad, la primera palabra que nos viene a la boca es: esto es un desastre.

¡Esto es un desastre!

Lo escuchamos más que a menudo. ¡Un desastre!

El paradigma del “esto es un desastre” hace del discurso una herramienta obturadora.

La marcación constante del obstáculo. Y el testimonio de la impotencia.

A veces me gusta jugar con las palabras y esta vez me fui a buscar sinónimos y antónimos de la palabra desastre. Y me encontré con esto:

Como sinónimos: clamidad, cataclismo, catástrofe, devastación, hecatombe, caos, ruina, desgracias, adversidad.  Y como antónimos: ventura, logro, felicidad.

Tenemos muchas maneras más de hablar del desastre que de su opuesto. -Chequéenlo en sus palabras estos próximos días- Hay más formas para decir de la preocupación y la tragedia que para decir de la alegría y la armonía.

¿Será que ocupamos mucho más tiempo hablando de lo mal que nos va, de lo mal que estamos, de lo que no podemos, de lo que nos hacen, de lo que nos agobia, de lo que no va a salir nunca? ¿Será que no entendemos que cuanto más hablamos acerca de lo que no vamos a poder, no podremos nunca?

A la distancia nos resulta tan ilógico y hasta insultante que el pueblo de Israel quería nombrar un nuevo líder para volver a Egipto, tierra que la definían casi como un paraíso.

Pero… ¿no hacemos lo mismo tantas veces; en lugar de intentar, de arriesgar, de jugárnosla, de volver a empezar preferimos la opresión conocida, el desamor o la violencia?

Un autor que estoy estudiando desde hace algunos años, Maurice Blanchot, publicó un libro recientemente traducido al español que se llama LA ESCRITURA DEL DESASTRE. Y pareciera en muchos de sus párrafos que estuviera interpretando el episodio de esta parashá- Shelaj lejá. Cito algunos de sus fragmentos:

Desastre es lo que queda por decir cuando se ha dicho todo,

Es la ruina del habla,

Es el desfallecimiento de la escritura,

Un rumor que murmura,

lo que resta sin resto;

Es la escritura de la pasividad.

El desastre es ese tiempo en el que ya no se puede poner en juego la vida que intentamos.

El desastre lo arruina todo al tiempo que deja todo tal cual.

Nada basta para el desastre es demasiado y demasiado poco a la vez

El desastre está del lado del olvido, el olvido sin memoria, la retirada inmóvil de aquello que no ha sido trazado.

El desastre se preocupa por lo ínfimo, es la soberanía de lo accidental

Es decepción siempre insuficiente

El desastre habla por vos.

Es eso lo que le pasó a los meraglim – los exploradores. Se dejaron hablar por el desastre, que les robó el intento, el proyecto y la fe. Y arruinó el proyecto de Dios y también el de ellos, dejando todo absolutamente todo, igual: dando vueltas por el desierto, durante un tiempo sin tiempo.

Y acá estamos nosotros, con nuestras propias visiones y percepciones de este tiempo del mundo, del país, de nuestras familias…. Y la tentación es grande… si tenemos que definir en una frase el mundo en el que vivimos seguramente muchos diríamos: ¡Esto es un desastre! Y sin querer etiquetando todo como “desastre”, indiscriminadamente, nos estamos dejando fuera de la historia.

Cuando el “desastre” habla por nosotros, nosotros dejamos de escuchar nuestra propia voz. Y las generaciones que elijan al desastre como su lenguaje quedarán condenadas al olvido, a la inmensidad de un desierto que los terminará olvidando.

Aprendamos de esta parashá que la vida requiere de una escritura activa. De una voz que escriba la memoria.

De una pluma viva que diga, grite, luche, defienda, y se comprometa.

De un ojo vivo que mire por sí mismo, con la mirada amplia, sin perder de vista los detalles que lo rodean.

De un cuerpo vivo que diga presente cuando se trata de construir futuro y dignidad. Cuando se trate de dar la mano, de salvar y resistir.

Y de un alma viva que redoble la fortaleza del espíritu para sostenerse ante la adversidad y celebrar la belleza.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.