Vete (Lej lejá) de tu tierra,
de entre tus parientes
y de la casa de tu padre,
a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande,
y te bendeciré,
y engrandeceré tu nombre,
y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan,
y al que te maldiga, maldeciré.
Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.
Bereshit 12:1-3
En la parashá anterior, Parashat Noaj, Abram y Sarai son llevados por el padre de Abram desde Ur hacia Jarán . Pero Abram está destinado a continuar como su propia persona el viaje que comenzó como hijo de su padre.
A los 75 años, Avram escucha una voz que lo alienta a seguir andando: Lej Lejá.
Lej Lejá no es un comienzo que augura la armonía y el bienestar. Muy por el contrario, aquí comienza una crónica de las luchas internas y externas, de aceptar el riesgo desconocido, de ir y venir de uno mismo. Sobrevendrán relatos de encuentro, peregrinaciones, pérdidas, distanciamientos, peligros y desesperación.
La Voz- con mayúsculas- le indica: Lej Lejá. Moverse es abandonar los espacios de comodidad para ir al encuentro de lo que no conocemos y por tanto no podemos controlar. Acostumbrados a límites, fronteras, rejas y murallas, los humanos nos hicimos expertos en delimitaciones y restricciones espaciales quizás por la inseguridad que tenemos de caminar y encontrarnos con lo diferente. El otro es ese espacio desconocido, es el terreno ajeno que, debemos a estar dispuestos a reconocer que nos da miedo.
-Vete, le dijo Dios. -Sal de ti mismo, porque aunque no lo puedas percibir aún, volverás a ti mismo- Lej Lejá, vete hacia ti mismo. Ése es el secreto de salir de uno hacia el espacio del otro. Porque allí, donde no soy yo, puedo encontrar una parte de mí que existe sólo en el rostro del otro, como le gusta decir a Levinas. Y es interesante: Abram no interpela a Dios preguntándole hacia dónde. Sino que se anima a la aventura inconmensurable de dejarse llevar por la voz del cielo- o del alma- que le sugiere que más allá de él se encuentra la bendición.
En esta parashá comprendemos que merecedor de bendición es aquél que va al encuentro. Quien tiene tal confianza en sí mismo, que no necesita de murallas y guardianes que le aseguren su integridad, porque él en sí mismo se siente íntegro. Se esconde el temeroso, el engreído, el omnipotente, el inseguro. Se esconden porque todo lo que no sea ellos mismos los amenaza y los interroga. Se esconde aquél que prefiere no preguntarse ni siquiera por sí mismo y a quien le sería insostenible enfrentar la pregunta del otro. Se esconde quien se siente completo, el que se cree dueño de la verdad, el que cree que detenta el poder sobre otros.
Salir de las propias murallas es un acto de mucha valentía. Supone asegurar las certezas, permitiéndoles ponerlas a prueba. Supone desarrollar el respeto por otros ideales, sin dejar de respetar los propios. Supone descubrir que hay tramos del camino en los que iremos solos, pero hay otros, a veces muchos, en los que no somos los únicos caminantes- tendremos que aprender a compartir los manantiales y las sombras. Salir, como Abram lo hizo no es abandonar las convicciones, ni mucho menos desdibujar la propia creencia.
Salir es una aventura. Así explica Anna Arendt (1):
“Nosotros introducimos nuestro hilo en la malla de las relaciones. Lo que de ello resultará nunca lo sabemos… uno se aventura. … ese aventurarse sólo es posible sobre una confianza en los seres humanos. Una confianza en- y esto aunque fundamental, es difícil de formular- una confianza en lo humano de los seres humanos. De otro modo no se podría.”
Hoy somos convocados a encontrar lo humano de nosotros, a detectar aquel espacio que nos constituye como seres capaces de aventurarnos en el complejo desafío de tejer la malla de las relaciones con el prójimo. En donde cada uno es un hilo particular, pero sólo ensamblado en el otro crea la obra de arte. Es allí donde le hacemos lugar a la bendición. Así dice el versículo: “Y serán bendecidas en ti todas las familias de la tierra” (Bereshit 12:3). En ti- ésa es la clave. La capacidad de recibir la bendición es lo que construimos dentro de nosotros mismos.
En nosotros está la llave. Y no es cuestión de declaraciones ni decretos. Es el trabajo cotidiano de anidar en nosotros el potencial de ser bendición. Por eso dice “mishpejot haadama”, las familias de la tierra. Porque la primera dimensión en la que se instala la bendición que está en nosotros, es la familia, el pequeño mundo, el universo de lo posible, del esfuerzo diario de sostener vínculos de sentido y de respeto. El concepto de familia, sobre el concepto de pueblo- mucho más extenso e inabarcable- nos remite a emociones, conversaciones, cuidados y vivencias posibles de poner en práctica. Acostumbrados hoy a dimensione globales, la Torá nos confronta con la responsabilidad sobre lo que sí estamos en condiciones de asumir. Ya que en la dimensión familiar, que será la personal, la comunitaria o el universo de pares con los que interactuamos realmente, es posible desarrollar esto que inauguró Abraham, la fe, en Dios y en las capacidades humanas, como socios del Creador.
Así decía el maestro Marshall Meyer “Yo creo que cada persona en el mundo, en un momento u otro, posa su fe y su confianza en otro individuo, y que sólo una selecta minoría es capaz de aceptar las consecuencias de tamaño compromiso”.
Aceptar el compromiso es formular una promesa con el prójimo de caminar cada uno su camino, sin dejar de compartir el horizonte. Aceptar el compromiso es comprometer el rumbo en la aceptación del otro que es en definitiva la aceptación de uno mismo, que es el mejor modo de hacerle lugar a la bendición de Dios.
Somos muchos los que estamos en el camino.
Tengamos la sabiduría de disfrutar de él, de aprender de él, de mirar hacia los costados para ver con quiénes contamos.
“Todos los viajes tienen destinos secretos de los que el viajero es consciente. » nos decía Martin Buber. Qué siempre nuestros destinos sean algo inciertos, allí se funda la búsqueda que deviene en fe. Pero que nunca dejemos de estar conscientes de nuestros movimientos y desafíos que nos hacen acercan a la tierra de quienes queremos ser.
Shabat Shalom
Rabina Silvina Chemen.
(1)Anna Arendt ¿Qué queda? Queda la lengua materna, en Ensayos de comprensión, 1930- 1954