“Koraj —hijo de Itzhar, hijo de Quehat, hijo de Leví— junto con Datán y Abirón, hijos de Eliab, y On, hijo de Pelet —estos últimos eran descendientes de Reubén— decidieron sublevarse contra Moshé, secundados por otros doscientos cincuenta israelitas, todos ellos jefes de la comunidad, representantes de la asamblea y personas de renombre. Se amotinaron contra Moshé y Aharón, y les dijeron: «¡Ustedes se han excedido en sus atribuciones! Toda la comunidad es sagrada, y el Señor está en medio de ella. ¿Por qué entonces ustedes se ponen por encima de la asamblea de Adonai?» Bemidbar 16:1-3
El tema de Koraj y su rebelión no deja de ser tentador, dado que más allá de la pertinencia del reclamo y de su metodología y más allá de analizarlo meramente desde un excesivo afán de poder, podríamos pensar y pensarnos en cuándo nos mantenemos como parte de una comunidad o grupo y cuándo decidimos separarnos, distinguirnos para conseguir algo individualmente.
Cuánto dependemos de los demás y cuánta conciencia tenemos de ellos y a su vez, cuántas veces negamos que somos quienes somos y estamos donde estamos porque cada uno está cumpliendo un rol que hace a la dinámica de un grupo social.
Y quizás la clave sea el verbo que se utiliza en el comienzo de la parashá para indicar que Koraj inició una rebelión- y entiéndase que acá no cuestiono los disensos, las luchas por conseguir justicia, ni mucho menos – sino aquellas confrontaciones que llevan a rupturas irreparables.
וַיִּקַּח קֹרַח “Y tomó Kora”j –
En gran parte de las traducciones aparece “Y se rebeló Koraj” y en otra entienden “y tomó” como que Koraj y el resto “tomaron” gente que adhiriera a la rebelión.
El midrash Tanjuma lo va a explicar diciendo que Koraj se tomó a sí mismo, se separó del resto. De algún modo se creyó omnipotentemente suficiente, sin necesidad de otros, más que de aquellos que lo siguieran en su delirio. Alguien que prescinde de todos los hilos que conforman las redes que nos sostienen y que no tiene registro siquiera de su función en este entramado. Porque debemos recordar que Koraj, perteneciendo a la tribu de Leví, ya tenía por definición un rol central en la vida del pueblo de Israel en el desierto y luego en a la llegada a la Tierra de la Promesa.
¿El final de la historia? La soledad, la intrascendencia, el no relato. La tierra se lo traga. Y quizás este doloroso final aluda a la gravedad que supone no saber vivir con otros, no darle el lugar que cada uno merece, no reconocer los particulares y legítimos lugares que cada uno tiene. Es un final que nos enseña acerca de la responsabilidad por las decisiones que tomamos. Que quienes viven sus vidas intentando desplazar a los demás, deslegitimando sus espacios no dejan rastros. Acá el reclamo no era contra Moshé, a quien le quería quitar el liderazgo. Aquí, quien no supo aprovechar el lugar que la historia de daba, como líder de su propia vida, fue Koraj. Él sólo se “tomo”, se “echó a sí mismo de la historia” y quedó sin relato. Cuando uno se hace cargo de su vida, amplía sus horizontes sin invadir territorios ajenos, despliega potencialidades, embellece su misión, sin necesidad de ascender alocadamente por una escalera que te lleva bajo tierra.
Moshé y Aharón tenían su misión. Diferente a la de Koraj y a todas las otras familias de la tribu de Leví y del pueblo de Israel en general. “Y tomó Koraj”, podríamos decir que significa: pretendió tomar el lugar de otro y vivir una vida que no era la suya y engañar a quienes confiaban en él que los roles en la historia se toman a la fuerza, sin ninguna causa que lo justifique.
Tomar el lugar del otro es siempre, desde los tiempos más remotos, una posibilidad tentadora. Nos hemos acostumbrado a codiciar otras maneras de vivir, otras constituciones familiares y otras materialidades. Nos han educado para vestirnos como lo muestran en las publicidades, a vernos físicamente como el mandato lo obliga, y muchas veces hasta pensar fuera de nuestras propias convicciones.
Cuántas veces nos “tomamos” como Koraj y dejamos de ser nosotros mismos, y en ese intento de ser más seguros, más visibles o poderosos perdemos lo único por lo que vale la pena el esfuerzo de vivir que es nuestra libertad.
Pero lo que me parece que la tradición no le perdona a Koraj es que desata su ira y su afrenta contra su propia familia, contra quienes forman parte de su vida. Las grietas – que no serán en la tierra – que se producen cuando libramos batallas de poder con los miembros de nuestras propias familias, dentro de nuestros grupos de amigos o en nuestras comunidades son a veces tan profundas que la historia nos “traga” dentro de ellas.
Koraj no entendió que la fuerza, si se quiere, el poder o el liderazgo no es para los iluminados que lo ejercen en soledad y privilegio. Líderes son los maestros con sus alumnos, los padres con sus hijos, los referentes políticos con sus militantes, los referentes religiosos con sus comunidades. No hay maestros, rabinos, referentes, ni siquiera padres que ejerzan su liderazgo si se quedan solos. Porque como decía al comienzo, la red se sostiene con la participación de las hebras de cada uno, en el justo equilibrio de tensiones y suavidades.
Cuando nos separamos de nosotros mismos, cuando nos separamos de nuestros hermanos, cuando aparentamos no necesitar más que nuestra reputación y status, perdemos la estabilidad de un suelo que se raja y nos fagocita. Nos consumimos en nuestro individualismo y perdemos la oportunidad de dejar una huella propia en el relato de una historia escrita por todos.
Shabat Shalóm,
Rabina Silvina Chemen