וַיֹּ֤אמֶר יְהֹוָה֙ אֶל־מֹשֶׁ֔ה מַה־תִּצְעַ֖ק אֵלָ֑י דַּבֵּ֥ר אֶל־בְּנֵי־יִשְׂרָאֵ֖ל וְיִסָּֽעוּ׃
“Entonces Adonai le dijo a Moshé: : ¿Por qué me gritas? Di a los hijos de Israel que marchen”. Shemot (Éxodo) 14:15
Salir de Egipto no fue una empresa fácil.
Años de acostumbramiento, de naturalizar el maltrato y normalizar la opresión crearon generaciones de personas que no podían imaginar siquiera otra realidad posible. Los sistemas opresivos, no siempre con látigos y capataces, terminan por convencer a la población de que es inútil pensar en otro modo de vivir. Las cartas del juego están echadas, vaya a saber uno por qué amo de turno, y a uno le queda sólo la posibilidad de sobrevivencia y resignación.
Ardua tarea la de Moshé de animarlos a soñar de nuevo y a creer en la dignidad que se merecen.
Con mucho esfuerzo, acompañados por portentos y milagros, salen al camino.
Comenzamos esta parashá que nos inaugura en una otra dimensión: la del desierto.
Y allá vamos. Caminando la tierra y desandando una historia que parecía sepultada en las fosas de la injusticia.
Cierto es que el Faraón, al tomar conciencia de cuánto le faltaría ese enorme grupo de esclavos que le construían su poderío y le permitían echar rienda suelta a su impiedad, decide recuperarlos a la fuerza, yéndolos a buscar con sus carruajes y ejército al medio del desierto.
La situación de los hijos de Israel es lábil y al registrar que nuevamente los egipcios pueden devolverlos a la tierra del trabajo esclavo se desesperan. ¿Acaso nos trajiste acá para sepultarnos en el desierto? ¿Para este final nos hiciste salir?
Moshé intenta reforzar en ellos la fe. Dios nos va a salvar… confiemos.
Y la reacción de Dios fue: “Entonces Adonai le dijo a Moshé: ¿Por qué me gritas? Di a los hijos de Israel que marchen”.
Si nos detenemos en este versículo rápidamente entenderíamos que acá hay algo por descubrir…
¿Por qué me gritas? Dios no comprende por qué tanta desesperación. ¿Acaso no ha dado suficientes pruebas de su protección? Pero la respuesta que Dios mismo da pareciera no tener que ver con esto, y les indica que se pongan en marcha.
Veamos qué dicen nuestros exégetas:
Rabí Itzjak ben Moshé Harama (Akedat Itzjak s.XV) explica:
“De hecho, dado que, según nuestros sabios, a Moshé se le habían entregado las llaves de todas las cámaras del tesoro de Dios, se le critica cuando recurre meramente a la oración en lugar de a la acción, a la obra. En el mar, cuando fue amenazado por los egipcios que le pisaban los talones, Dios le dice: «¿Por qué me gritas? Dile al pueblo judío que marchen.»
Me parece interesante y corajudo para un rabino español del siglo XV decir esto. La fe de Israel no está anclada únicamente en la plegaria como un instrumento mágico que hace que las cosas sucedan. ¡Qué marchen! es la consecuencia de la fe; a caminar, a tener iniciativas cuando los mares delante de nosotros parecen cerrarse. La oración sin caminata difícilmente abra ningún canal que nos permita salvarnos si no es nuestra voluntad la que demuestra nuestras ganas de salir.
Por su parte Rabí Jaim de Woloszyn (s. XVII/XIX) lo entiende de este modo:
“Por lo tanto, en el momento de la división del Mar de Juncos, Él (bendito sea Él) le dijo a Moshé (Shemot 14:15): “¿Por qué me clamas? Diles a los israelitas que se pongan en marcha”, como diciendo que de ellos depende. Que si estarán en la modalidad de la fe y la creencia, y viajarán, yendo y procediendo al mar absolutamente seguros y sin temor, debido a su poderosa creencia de que indudablemente se dividirá ante ellos, entonces como resultado causarán un despertar arriba, para que suceda un milagro y se parta ante ellos.”
Esta interpretación agrega algo más a lo que venimos desarrollando. La fe, la convicción, la confianza son motores para nuestras caminatas. Y muchas veces, en nombre de la fe, exigimos garantías, resultados –si inmediatos, mejor–. La confianza es la que nos pone en marcha, sin exigencias fuera de nosotros, para que otros asuman lo que nosotros podemos llevar a cabo.
De todos modos, Moshé levantará su vara y su mano para que el mar se abra, tal como se lo pedirá Dios, y el pueblo podrá pasar y salvarse.
Pero lo que estoy escuchando en este reclamo divino es: —¿De qué sirve que tengan fe en mí si no tienen fe en ellos?
Y acá me quedo.
No en el milagro de la partición de un mar.
Tampoco me quedo en el triunfo frente a la muerte de los otros, como victoria.
Me quedo en el concepto de fe que se inaugura en este momento.
Porque lamentablemente para muchos la pregunta por la fe aparece en los momentos en los que sentimos que estamos acorralados, amenazados con un mar delante que no nos permite dar ni un paso.
Y allí aparece el reclamo a cierta voluntad superior que nos está fallando.
Paralizados por el temor, muchas veces permanecemos impávidos reclamando al cielo.
Y por supuesto que nada sucederá si no decidimos emprender la marcha, creyendo en nosotros mismos. Quizás la confianza en uno mismo sea una de las caras más tangibles de la fe en Dios.
Caminar exige hacernos cargo de nuestros destinos.
Y no hay tierra de promesa, ni libertad sincera si sólo nos dejamos llevar por quienes ponemos en ese lugar de lo supremo, a quien le exigimos que nos saque del peligro.
Los pies quedarán embarrados quizás, con algunos magullones, pero podremos contarle a nuestros hijos e hijas, que la fe que tuvimos nos dio la confianza suficiente para intentarlo. Y que por fin pudimos llegar del otro lado, ese en el que la vida es decidida por nosotros mismos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen