PARASHÁT BERESHIT: Sefer Briat haOlám

Comentaba Rashi en una de sus obras, «si la Torá fuese ley, ¿por qué habría empezado en el Libro de Génesis? Si fuese ley, empezaría en el capítulo 12 de Éxodo?». La Torá no es únicamente ley, es más que eso, es Enseñanza. Es un libro, dice el Profesor Plaut, sobre cómo la humanidad entiende y experimenta a Dios. Contiene preceptos, sí, pero también narraciones, historia, folclore, canciones, proverbios, poesía, y también mitos y leyendas. Siendo esto último aún más cierto para los primeros capítulos del Génesis, que son los que aquí nos ocupan. El libro de Génesis es llamado en hebreo por su primera palabra, Bereshit, «en el principio». También fue llamado en la antigüedad Sefer Briat haOlam, «Libro de la creación del universo», o también Sefer Maasé Bereshit, «Libro de la Creación».

Kaufman Kohler considera que una religión gira sobre tres pilares: creencias, preceptos morales, y prácticas y ceremonias. Entre las creencias, los temas más recurrentes son tres: Dios, el hombre y el futuro. En los primeros capítulos del Génesis se relata dos veces la historia de la Creación: la primera (1:1-2:3) parece un esquema ideal de cómo debió obrarse, la segunda pretende ser más veraz, nos relata cómo en la práctica ocurrió todo (2:4 y ss). En ambas, la aparición del ser humano está presente.

«Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza» (Gén. 1:26). «Y Dios creó al hombre a su imagen, a su imagen lo creó: hombre y mujer los creó» (1:27). Aquí el hombre y la mujer son creados en igualdad. En cambio, en el relato más arcaico (2:4 y ss), ella es extraída como una costilla de él.

Cuando examina las creencias sobre el hombre, Kohler destaca una por encima de las demás: haber sido creados a imagen de Dios. ¿Qué implica esto?

Primero, implica respeto. Debemos respetar al otro, y su dignidad, pues él es nuestro hermano, en el fondo. Segundo, implica igualdad, para que nadie pueda decir «mi padre es mejor que el tuyo» (Mishná Sanhedrín 4:5). También, tercer lugar, implica que debemos imitar a Dios, pues ello nos habla de lo más íntimo de la humanidad, «como Dios es misericordioso, tú has de serlo también; así como Él es justo, sé justo tú también» (B. Sotá 14a). En cuarto lugar, ser a imagen de Dios quiere decir que también albergamos algo de Su eternidad, pues «Tú le has hecho (al hombre) un poco menos que divino, y lo has coronado con gloria y honor» (Salm. 8:5)

La primera historia del hombre es mi favorita. En ella se resume la Creación con una prosa poética, paralela, repetitiva, casi perfecta; es como un prólogo a la Torá entera.

Sin embargo, la otra (2:4 y ss) comienza con un ritmo que será propio y característico del Libro de Génesis. «Ele toledot, Esta es la historia (o «estas son las generaciones») del cielo y la tierra cuando fueron creados» (Gén. 2:4). En él, el hombre, adam, es creado a partir de la tierra, adamá (lo cual es también poesía, pues no se trata de una relación etimológica sino de una asonancia entre ambas). La tradición judía enseña que la tierra se tomó de distintos rincones del planeta, para que el ser humano se sienta, allá donde vaya, en casa.

El relato de la Creación, al judío moderno, le suena extraño, pues conocemos las teorías de la evolución y lo que ellas muestran es diferente a lo que leemos en el Génesis. Sin embargo, la búsqueda de la vida, en ambas, es la que lleva a la mejora y al progreso humano. Cuando el homínido decide fabricar y modificar su mundo es porque lo que conoce le resulta insuficiente para sobrevivir: se adapta, por eso su cerebro se desarrolla más. En el relato bíblico, inconscientemente, también. En el centro del jardín hay dos árboles, pero no se explica si se pueden diferenciar o no. El árbol de la vida (ets hajaim) y el árbol del bien y el mal (ets hadá’at tov vará) están juntos, tal vez confundibles. El ser humano busca la vida, pero encuentra el bien y el mal, es decir, evoluciona. Si toma del fruto morirá, pero al final eso no ocurre. Hay esperanza, y por eso «he colocado ante tí la vida y la muerte, la bendición y la maldición, ¡escoge la vida!» (Deut. 30:19). La vida aún puede escogerse. Es cierto que cometemos errores, pero también es cierto que podemos arrepentirnos, pues Dios «no halla placer en la muerte de quienes cometen errores, sino que prefiere que se arrepientan de sus actos y vivan» (Ezequiel 23:10).

A su imagen y semejanza. En el relato de la Creación, eso implica que el mundo está inconcluso, que también, como Él, debemos ser creadores, cocreadores, compañeros en esa tarea de reparar el mundo, de mejorarlo.

Me gustaría terminar con unas palabras del Sidur Imanu-El, del Rabino Reuben Nisenbom, que dicen así:

A veces un gran torrente de voluntad surge de las fuentes de nuestro interior que no sabíamos que poseíamos. ¿Somos entonces los ecos de Dios?

No lo sabemos. Sólo podemos comprender el hecho de la alegría y el regocijo en la fiesta de la vida cuando ésta se descubre en una dimensión sagrada. Entonces damos gracias a Dios, que crea a través nuestro, El que nos creó a Su imagen para que como Él seamos creadores.

Autor: Moré Adiel Cangado