PARASHAT BEAHALOTEJÁ: La sociedad del malestar

El libro de Bemidbar es un compendio de situaciones duraten la travesia en el desierto, muchas de ellas con sabor a fracaso, muchas- al leerlas con los anteojos del presente- no llegamos a comprenderlas. Lo cierto es que esta parashá nos pone ante esta situación:

Recogiendo maná

También dirás al pueblo: Purifíquense para mañana y comerán carne. Ya que ustedes han llorado delante del Señor, diciendo: ‘¡Si al menos tuviéramos carne para comer! ¡Qué bien estábamos en Egipto!’, el Señor les dará de comer carne.
Y no la comerán un día, ni dos, ni diez, ni veinte,
sino un mes entero, hasta que se les salga por las narices y les provoque repugnancia. Porque han despreciado al Señor que está en medio de ustedes, y han llorado en su presencia, diciendo: ‘¿Para qué habremos salido de Egipto?
’» (Bemidbar11:18-20)

Entonces se levantó un viento enviado por el Señor, que trajo del mar una bandada de codornices y las precipitó sobre el campamento. Las codornices cubrieron toda la extensión de un día de camino, a uno y otro lado del campamento, hasta la altura de un metro sobre la superficie del suelo.
El pueblo se puso a recoger codornices todo el día, toda la noche y todo el día siguiente. El que había recogido menos, tenía diez medidas de unos cuatrocientos cincuenta litros cada una. Y las esparcieron alrededor de todo el campamento.
La carne estaba todavía entre sus dientes, sin masticar, cuando la ira del Señor se encendió contra el pueblo, y el Señor lo castigó con una enorme mortandad.
El lugar fue llamado Kivrot Hataavá —que significa Tumbas de la Gula— porque allí enterraron a la gente que se dejó llevar por la gula.”
(Bemidbar11:31-34)

Kivrot Hataavá– ¡qué nombre más duro! La gula, la codicia que te entierra, que hace que desaparezcas de la historia.

Veamos cuál es la definición de codicia: “La codicia se refiere a un deseo voraz por poseer a un objeto sobrevalorado parcialmente por el sujeto”.

Ese deseo voraz y apasionado te impide valorar adecuadamente al objeto en su totalidad; o la valoración integral de lo que codiciás, está  obstruida la integración de tus percepciones y de tu experiencia está contaminada por la codicia.

Al pueblo de Israel no lo escuchamos quejarse por las torturas, los infortunios, la opresión, la falta de salida… ahora que son libres, ahora que tienen lo que antes no tenían, aparece el sentimiento de codicia. Cuando hay comida, cuando hubo qué consumir aparecer la codicia. Es decir, la codicia aparece cuando hay, no cuando falta; es una enfermedad de la abundancia

Etimológicamente procede del latín cupiditas, que significa «deseo, pasión», y es sinónimo de «ambición» o «afán excesivo». Así, la codicia es el afán por desear más de lo que se tiene, la ambición por querer más de lo que se ha conseguido.

Y es tal el desequilibrio que provoca que fuerza la memoria histórica; hasta llegando a inventar sucesos pasados:

“¡Cómo recordamos los pescados que comíamos gratis en Egipto, y los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos!
¡Ahora nuestras gargantas están resecas! ¡Estamos privados de todo, y nuestros ojos no ven nada más que el maná!»(
Bemidbar 11:5-6)

Ahora de pronto, la situación de la vida en cautiverio era magnífica.

La codicia no nace de la carencia. Eso es falso. ¿Pero qué es lo que les faltaba?

La codicia le borró hasta la memoria. Se inventaron un pasado maravilloso, al que se le tenía nostalgia para poder denostar su presente.

La posibilidad amplia, el no límite geográfico, la promesa de una tierra que no se ve, por un Dios que no se veía era demasiada inmensidad. Y así y todo, en lugar de mostrarse temerosos, empequeñecidos, se embravecieron contra Moshé codiciosamente. Exigiendo más. Y nunca se los oyó pelear por más oro para la Menorá, no. Peleaban codiciosamente por sus consumos. Siempre la comida era poca, el agua era poca y el poder que a cada uno se le había otorgado era poco.

La codicia les borró también la capacidad de mirar lo que tenían:

“El maná se parecía a la semilla de cilantro y su color era semejante al del bedelio.
El pueblo tenía que ir a buscarlo; una vez recogido, lo trituraban con piedras de moler o lo machacaban en un mortero, lo cocían en una olla, y lo preparaban en forma de galletas. Su sabor era como el de un pastel apetitoso.
De noche, cuando el rocío caía sobre el campamento, también caía el maná
.” (Bemidbar 11:9-9)

De ahí que no importa ni lo que se haga ni lo que se tenga; la codicia nunca se detiene. Siempre quiere más. Es insaciable por naturaleza. Nos ciega el entendimiento, llevándonos a perder de vista lo que de verdad necesitamos para construir una vida equilibrada, feliz y con sentido.

Junto con la libertad el pueblo comienza a experimentar a partir de lo que tienen lo que algunos economistas suelen llamar la sociedad del malestar. Y lo explican diciendo: Detrás de este malestar está también el efecto «esclavizador» del consumo.

Antes eran esclavos del Faraón en Egipto y ahora se están esclavizando a la insatisfacción permanente y entonces, toda la lectura de la historia y de su destino se ciñe a las exigencias de más consumo (cuando no estaban pasando hambre en absoluto). Rápidamente modificaron la idea de bienestar que no tenía que ver con la libertad sino con creerse con el derecho de exigir más y más aún cuando no era lo esencial de ese momento que estaban viviendo.

El filósofo alemán del siglo XIX Arthur Schopenhauer decía que «La riqueza material es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da». Y el pueblo de Israel, que había vivido sin nada durante siglos, ahora comienza a no saciarse con todo lo que tiene, que es mucho más que la comida del cielo que caía diariamente.

Este modo de entender el desierto- bemidbar- esta posición despótica, intransigente, destituyente que tuvo la generación del desierto no sólo que no logró devolverles la libertad sino que murieron esclavos de sus propias pasiones codiciosas.

Kivrot Hataavá- las tumbas de la codicia, o de la gula que los sumieron en la insatisfacción, la negación de la historia, la ceguera, la falta de visión trascendente. Se llenaron de malestar, ése que se retroalimenta y no deja ni pensar, ni ver, ni trascender. Más cosas materiales pedían, más inadaptados estaban para una realidad de promesa como lo que tenían delante.

Así la insatisfacción permanente los enfrentó por más poder, por más cercanía con Dios como las injustas habladurías de Aharón y Miriam, por liderazgos que funcionaban a presión como el de Koraj, por justicia por mano propia, como Pinjás. En fin, situaciones difíciles de violencia, agresividad cotidiana, malos tratos, humillaciones.

Las libertades tienen sus desafíos.

Uno de ellos es saber elaborar a tiempo a dónde nos llevan nuestros malestares. A qué responden. Qué pretendemos conseguir.

El pueblo de Israel comenzó a aprenderlo.

¿Y nosotros?

Shabat shalóm,

Rabina Silvina Chemen