PARASHAT AJAREI MOT: no es el azar

Uno de los temas centrales de la parashá Ajarei Mot es el ritual que en épocas bíblicas y durante la existencia de Iom Kipur, se realizaba en el Beit Hamikdash.

Iom Kipur, el día más sagrado del año, que deja marca para vivir todos los días del año… tengan o no el despliegue y la intensidad de ese día.

En el capítulo 16 de Vaikrá leemos que Iom Hakipurim tenía dos momentos rituales. El primero es el de la purificación del propio Kohen Hagadol, para obtener el perdón de los errores para él mismo y los miembros de su casa. Y luego esa especie de sorteo que hacía Aharón, delante de la congregación en el que tomaba dos machos cabríos: uno salía elegido para Dios y otro para Azazel.

Palabra difícil Azazel, que registra más de una interpretación: Algunos creen que simplemente quiere decir “carnero expiatorio”, del hebreo “ez”, carnero, y “azel”, enviar. Otros creen que es un lugar en el desierto…

En fin, lo cierto es que el tema de la expiación tiene como dos caras: la’Adonai- para Dios y la’Azazel- para Azazel.

Quedémonos acá. Uno para Dios y otro para Azazel- dos pares, aparentemente antitéticos que nos obligan a nosotros a tomar una decisión.

La lectura de la Torá nos puede llevar a una mirada sólo antropológica de la escena del día de la expiación en tiempos antiguos, o nos puede permitir una mirada acerca de nuestras propias posiciones en nuestra vida

La’Adonai y la’Azazel, en hebreo moderno podrían traducirse como para Dios o para el “demonio”… para un lado o para el otro. Y al principio uno está tentado de creer que el primero- el “para Dios”, es la mejor opción, mientras que para Azazel- es la menos afortunada.

Sin embargo, ambos son parte del ritual de Iom Kipur, uno muere quemado en el altar y llega a Dios, otro es cargado de los pecados del pueblo y es tirado por un peñasco o enviado al desierto, a su propia suerte… dos posibilidades respecto de nuestras propias posiciones acerca de la expiación o la reparación.

La Torá desde sus inicios viene relatando la historia- aun cuando no nos demos cuenta- en la presentación de pares opuestos, pares aparentemente antitéticos.

Veamos: Tenemos la creación del ser humano en dos versiones, como los dos chivos. Una, la primera es la que varón y hembra los creó, un ser de la especie humana, con características similares a las de su especie, un ser silencioso, que no aporta a la creación, ni con sus virtudes ni con sus defectos.

La segunda, lo crea del polvo de la tierra, luego le da la potestad de nombrar a los seres de universo, luego lo ve solo, le crea a una mujer, les da una indicación que no cumplen… salen echados del supuesto paraíso y así nace esta humanidad, que trabaja, que sufre, que discute, que cumple y que transgrede. Salimos heridos y pudimos reconstruirnos con nuestras propias herramientas.

Pareciera ser que la primera creación es similar al chivo para Dios y la segunda, para Azazel.

Vayamos al segundo par, que aparece inmediatamente en nuestro texto sagrado: Caín y Hével: los primeros hermanos. Otra vez dos, otra vez la posición que tenemos como lectores de elegir entre dos opciones. La’Adonai o la’Azazel.

Uno mata al otro. Uno queda víctima, el otro victimario. Y cuando miramos la historia en clave de paradoja de dos opciones cerradas, nos perdemos los matices del relato: uno muere, el otro queda castigado. Uno muere y así queda trunco su destino- hével- aliento, nada… se esfuma – quizás como el humo de aquel animal que se ponía en el altar, porque salió sorteado para Adonai, en el silencio de los sacrificados, como Hével.

Caín – y no vamos a entrar ahora si sabía lo que era matar o no, si tuvo intenciones, o no, si midió su pasión o no… en fin, ahora no importa, Caín, como el chivo, sale al destierro, con destino incierto, castigado, lleno de pecado… pero se casa y tiene hijos y construye ciudades… sale adelante por su propia decisión y trabajo con todos sus errores y desaciertos.

Y así podríamos colmarnos de pares que nos ofrecen posiciones diferentes para la historia: uno para Dios, para el altar, para el silencio, para el sacrificio, y otro para el destierro, el riesgo, el dolor, la confusión y a la vez, la posibilidad de reconstruirse, de rearmarse, de repararse.

Y así aparecerán Ishmael e Itzjak. A Ishmael, su propio padre lo manda al desierto con su madre, destinado a la muerte, al Azazel – de algún modo y se salva, y se enamora y se casa y trabaja y se hace poderoso.

Itzjak, el elegido aparentemente para Dios terminó atado a los leños hasta que la voz del ángel le explica que ése no es el camino que Dios quiere para sus fieles.

Y si quieren, Iaakov y Esav, y si quieren más, Lea y Rajel… los aparentemente privilegiados no son los que tienen los mejores finales en su historia. Porque no siempre el privilegio es el mejor camino para moldear nuestras vidas.

Y aquí me quiero quedar. Nuestras vidas no se dan por sorteo y es falaz pensar que el destino quiere de nosotros tal o cual cosa. Siempre estamos nosotros como Aharón, el kohen, con los números del bombo en nuestras manos. Siempre hay dos chivos delante de nosotros, para confrontarnos con la capacidad de elegir, si para el altar del sacrificio o para el riesgo de la responsabilidad humana.

El rabino Yosef Soloveichik decía: “Si el hombre debe alcanzar el rango de santidad debe convertirse en creador de mundos. Si un hombre no crea nunca, no da vida a nada nuevo ni a nada original, no puede entonces ser santo a los ojos de Dios. Aquellos de carácter pasivo que dejan de lado la tarea de  creación no pueden devenir en santos.”

Y para crear hay que salir al mundo, tocar sus materiales, acertar a veces, equivocarnos otras, salir heridos como aquel chivo, o como Adam y Javá, o como Caín, o como Ishmael, pero darle batalla a la posibilidad.

Iaakov se hace Israel cuando pelea toda la noche y sale con secuelas sobre su cuerpo.

Janá tiene a su hijo Shmuel después de reclamárselo a Dios.

Quienes escribieron la historia, quienes se afianzaron en el proyecto de la vida son los que se animaron a no aceptar el par falaz de bueno o malo, la’Adonai o la’Azazel, éxito o fracaso, capacidad o incapacidad.

Los que escriben la historia y se repararan y se vuelven a crear una y otra vez son los que no se entregan al sorteo del destino y le ponen el cuerpo, la fe, la voluntad a lo que les toca vivir, para construir su proyecto de vida.

Que podamos leer esta parashá con el pensamiento y la emoción de registrar cómo somos nosotros a la hora de confrontarnos con nuestros destinos y posibilidades, y evaluar cuántas veces optamos por el silencio y el sacrificio – porque aparentemente era lo mejor – y cuántas apostamos a arriesgar a pesar de no tener garantías.

Así saldremos fortalecidos y reparados, para enfrentar las situaciones que nos toquen vivir con herramientas que nos permitan elegir el mejor de los caminos.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen