El Tanaj tiene más de 1400 páginas, el Talmud tiene más de 2700 hojas, el Zohar tiene otras cuantas miles. Los códigos legales medievales ocupan varios estantes de cualquier buena biblioteca.
Los filósofos modernos judíos, desde Herman Cohen hasta Abraham Ioshua Heschel pasando por Martin Buber o Soloveitchik, ocupan otros tantos estantes.
Todos estos son textos consagrados para la tradición judía, pero cada judío elige como conformar su biblioteca. Hay cientos de libros del acervo cultural y religioso judío que no están en todas las bibliotecas y otros tantos cientos que se encuentran presentes, y muchas veces hasta en más de una edición o idioma.
Cada judío, en cada época, construye su propia biblioteca. Elige qué textos de la tradición judía sacraliza. Y como toda acción, esta remite a una inclusión y a una necesaria exclusión.
No se pueden consagrar todos los textos de la infinidad de libros que las generaciones de judíos que nos precedieron nos han legado. Debemos elegir, debemos organizar nuestras lecturas a través de un recorte ideológico.
Los jalutzím, aquellos pioneros judíos rusos que allá por 1860 comenzaron a emigrar a Israel, consagraban los textos de la tradición judía que se referían a la tierra de Israel y a la independencia nacional. Luego de trabajar la tierra leían por las noches pasajes de la Torá y de los profetas que hablasen sobre las bondades de la tierra de Israel, sobre su conquista y sobre la promesa que le hiciera Dios a los patriarcas, la promesa de la tierra prometida.
Los jaredim (judíos ultraortodoxos) quizás en su vida lean un capitulo del libro de Yoshua, o mucho menos un extracto del libro de Crónicas o de alguno de los profetas, sin embargo, aquellos fervorosos estudiantes devoran durante el día y la noche el Talmud. Este junto a los códigos legales, representa su acervo de lecturas sagradas.
Los cabalistas no estudian los detalles pequeños y los vericuetos de la halajá o del Talmud, sino que dedican sus días a estudiar, comprender e interpretar el Zohar y los libros esotéricos de Moshe Cordovero o de otros cabalistas medievales. Las enseñanzas del Ari Hakadosh y sus seguidores abundan en sus paredes. Estas son sus lecturas sagradas.
Los judíos involucrados durante el siglo XIX y XX en la lucha de los derechos sociales en los diversos países de la diáspora anclaron sus relatos no en estos textos, o en los libros de halajá, sino en las lecturas de los profetas y sus luchas por la reivindicación de los valores más fundamentales del ser humano. Ejemplo de esto es la obra monumental de A. I. Heschel “Los profetas”, que fuera su tesis doctoral en Alemania, que lo llevo luego a capitalizar su teología en la lucha por los derechos de los negros cuando marchó con Luther King en Selma. Cada judío, elige de la diversa e infinita biblioteca del judaísmo, los textos que él o ella decidirán consagrar. Pero las bibliotecas nunca pueden estar vacías.
Tal como no existe un único libro sagrado, perteneciente únicamente a una religión, tampoco existe una lectura correcta de los textos en el amplio universo judío. No hay una única lectura verdadera y oficial de tal o cual fragmento del texto bíblico. Hay, como siempre, lecturas diversas y muchas veces divergentes. La lectura de los mismos libros, relatos y enseñanzas configuran una unidad básica y una cohesión como pueblo judío; sin embargo, la meta no es la unicidad, la uniformidad de las lecturas. Debemos construir la unidad a través de los textos consagrados mas debemos pretender la diversidad y no la unicidad de lecturas. El texto unifica, la lectura diversifica.