“La condición del hombre es ser natal, comenzar y entrar en una historia que ya está en movimiento, y disponer de la palabra y la acción para entrar en relación con otros, que – natales como él – comparten en contigüidad, ciertos espacios. (…) Hanna Arendt
La condición del hombre es ser natal, y la lectura de Bereshit lo confirma. Todos volvemos al origen, al nacimiento, una y otra vez, anoche la Torá volvió a rodar sobre sí misma para retornar al comienzo. Y aunque ya sabemos que la historia está en movimiento, necesitamos disponer de la palabra y la acción para seguir avanzando hacia adelante y a su vez en círculos.
Bereshit nos llena de intriga. El nuevo comienzo nos desafía, por un lado, nos paraliza, por otro. Debemos manifestar que estos días nos toman sin fuerza. Hemos pasado muchas emociones juntos, mucho tiempo, juntos, muchos climas, juntos, y ahora debemos volver a empezar.
Deseamos saber qué buscamos en ese nuevo comienzo. ¿Por qué volver a sondear el origen? ¿Qué hay allí, tan poderoso? Existen muchas discusiones acaloradas alrededor del texto de Bereshit- desde quienes lo consideran un relato exacto, quienes lo defienden científicamente, quienes creen que es un relato mitológico de la cultura hebrea, y hasta los que se burlan incrédulamente de él. De una forma u otra, todos, en diferentes momentos de la vida, nos preguntamos por Bereshit, porque seguramente algo de nosotros está allí para ser encontrado.
Volvamos entonces allí, al comienzo:
Bereshit- En el principio creó Dios los cielos y la tierra. 3 Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. 4; y diferenció Dios la luz de las tinieblas. 6 Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas. 7 E hizo Dios la expansión, y separó las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre la expansión.
Luego se van a separar los continentes de la reunión de las aguas, y allí se crearán la vegetación, los peces, las aves, el resto de los animales y los seres humanos.
Quizás debamos volver allí, al origen, para comprender que lo primero fue la diferenciación, y fue ese acto de diferenciación el que nos dio identidad. Y no a la inversa. No es que primero se creó la identidad y luego las diferencias. Sino que lo que primero existió fue un acto de diferenciación. Lo que hubo en el comienzo fue un acto de poner en relación.
«Vehaaretz haita tohu vabohu vejoshej al pnei tehom (Y la tierra era un caos, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo…)»
Comienza diciendo confusamente Bereshit. Todo estaba en estado caótico, indiferenciado y el gran acto del Creador, fundacional de la condición humana, fue la diferenciación: crea la luz, – una luz de la que no tenemos ninguna información (y que tampoco creemos que haga falta esa información) – para diferenciar el día y la noche. Y crea el firmamento, para diferenciar el cielo de las aguas de la tierra.
Somos quienes somos, y estamos donde estamos porque fuimos concebidos no como idénticos, sino como originariamente diferentes. Y nos detenemos, en la diferencia, en comprender el acto divino de diferenciar, que nos constituyó como seres humanos, estructurados a partir de este relato.
Cuando pensamos en la diferencia nos aparecen palabras como separación, discriminación, disimilitud, distancia, distinto… Sin embargo la palabra diferencia no está ligada a la esencia de nada ni de nadie. Es una palabra relacional, que aparece en un vínculo. Dios diferenció la luz de la oscuridad, el cielo de la tierra… Hay diferencia, no se es diferencia. Cuando en nuestras bocas mencionamos lo diferente o al diferente, como condición del otro, lo que hacemos es culparlo, humillarlo, interpretando que el otro no es como uno, porque es diferente.
Allí comenzó el derrotero de la humanidad, que va a ponerse en acto con Caín y Abel, en esta parashá, con Noaj, la semana que viene, con la Torre de Babel…a partir de esa confusión, voluntaria o no, admitida o no, cuando lo que hacemos en nombrar las diferencias.
¿Diferentes de quién? Porque si eres diferente de otro es porque él también es diferente de ti. Porque la diferencia es una condición relacional, es lo que nos hace a todos singulares y felizmente diferentes. La diferencia está ahí, entre. No en- una cosa, un fenómeno, un concepto o un sujeto. Y cuando no podemos verlo así aparece nuestra incapacidad de mirar entre, cuando entre significa saber mirarme a mí y saber mirarte a ti y al espacio lleno de oportunidades que media entre nosotros.
Hoy volvemos a Bereshit para volver a contarnos la historia del origen, desintegrar lo que creíamos saber y reintegrarnos a un relato que nos permita volver a construirnos. Todo se separa y todo se junta de nuevo, a la hora de hablar de la construcción de nuestro ser.
No nos crearon idénticos. Ni siquiera creemos que cada uno tenga una identidad fija, prefabricada, inmóvil… A veces nos presentamos a partir de cierta identidad porque nos es más cómodo presentarnos con una máscara que nos defina a nosotros, diferentes de algunos e iguales a otros. Pero en este mezclar las cartas y dar de nuevo, que es Bereshit, nos invito a valorar el relato de la creación en su profunda exaltación de la diferenciación. La diferencia funda y asegura el funcionamiento del mundo en su conjunto, escribió Gilles Deleuze. Sin el otro, como estructura, no habría mundo, no habría palabra, no habría amor.
Cuando no lo entendimos así, hubo diluvio, asesinato de hermanos, la caída de la torre de pretendía conquistar el cielo- en el texto bíblico. Y ahora, que seguimos sin entenderlo, hay exclusión, escuelas diferenciales, violación de derechos, guerras y esclavitudes.
La diferencia, en definitiva es lo que nos re-une. Así la luz y la oscuridad reunidas hicieron al día, así las aguas del cielo y de la tierra, reunidas conformaron el ciclo de nutrición del planeta… allí en el encuentro con el otro, aparece el sentido, de cada singularidad y del espacio compartido. Cada encuentro nos modifica y nos vuelve a definir.
La condición del hombre es ser natal, comenzar y entrar en una historia que ya está en movimiento , decíamos al comienzo. Estamos entrando de nuevo en una historia que ya está en movimiento pero que nos pide ahora a nosotros que definamos su rumbo.