La parashá de esta semana está inserta en la saga más larga que tiene el libro de Bereshit/Génesis acerca de un personaje determinado. A Iosef y sus peripecias se le dedican muchos más capítulos que al propio Abraham, iniciador de nuestra visión de fe.
No hay relatos simples en la Torá. Ni mucho menos resolutivos y aclaradores. Cada escena está presentada con capas de indicios, detalles a veces ínfimos que dejan al lector impávido por reconocer la profundidad de una escritura que te provoca año a año el volver a recuperar aspectos que habías considerado comprendidos o secundarios.
En nuestro caso la vida de Iosef ligada a su controvertido padre Iaakov vuelve a dar un giro. Una historia de suspenso y argucias es la que hará que los hermanos se reencuentren. Pero la condición para ello es traer al padre a Egipto. Esto implica que los hermanos deberán asumir su mentira, que el padre deberá soportar tamaña revelación, y luego deberá decidir su quiere abandonar la tierra de sus padres confiando en estos hijos ya poco fiables. Y no es sólo ir a ver a ese hijo que de pronto “revive” sino que fundamentalmente es volver al exilio. Él ya había vivido esto en su mocedad. Se había escapado de la tierra que Dios le prometiera a su padre y a su abuelo; aquella por la que engañó para recibir en herencia y ahora debe volver a exiliarse.
Una decisión difícil asumiendo su vejez y de nuevo cierta traición al legado de poblar esta tierra que Dios eligió para su descendencia.
Y la pregunta:
¿Ir detrás de la supuesta aparición de ese hijo o quedarse en la tierra de la promesa divina?
Cuando las opciones no nos dan alternativa y debemos optar, la angustia es grande. ¿Estaremos dejando atrás lo que deberíamos haber protegido?
Y acá una revelación que dice mucho más de lo que creemos que significa:
“Y dijo: Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas descender a Egipto, porque allí haré de ti una gran nación. Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver; y la mano de Iosef cerrará tus ojos.” Bereshit- Génesis 46: 3-4
De pronto toda la épica del Lej Lejá, la frase de Dios a Abraham que tome sus cosas y se marche a la tierra que será revelada, cae en esta frase.
Igualmente me parecen interesantes los delicados detalles que tiene esta alocución divina.
“No temas”, no encares esta decisión a la que te está llevando tu corazón con temor. No te inmovilices por no arriesgar, no dejes de ir detrás de lo que deseas. Aún cuando sientas que estás, de algún modo, incumpliendo ciertos mandatos.
No temas salir de la carestía (física o espiritual) en la que te acostumbraste a estar en búsqueda de mejores condiciones para tu vida.
No temas emprender un camino de reencuentro, cuando te ya habías dado todo por perdido. No hay vejez que dicte que nada puede cambiar o sanarse a pesar de largos períodos de dolor.
Pero lo que más me emociona es las garantías que le da Dios en este nuevo capítulo de su vida:
“Yo descenderé contigo a Egipto y Yo sin falta te haré subir también.” Bereshit 46, 4
Dios desciende al exilio de quien, por no perder la posibilidad de recuperar a un hijo, deja la tierra, las posesiones, lo asegurado en pos de una incertidumbre que podría tener un final feliz.
Y no sólo que lo autoriza, sino que le dice: “Yo descenderé contigo”. Hermoso verbo para repensar la presencia divina. Dios, el Altísimo, desciende con el patriarca. Aquél que quería entronizarse en las alturas de las preferencias, recibe una gran lección. Dios, el Magnánimo está dispuesto a descender para acompañarlo en esta nueva lección de vida.
Y sigue; “y Yo sin falta te haré subir también”. Rashi (s XI) va a explicarlo llanamente: “Le prometió (a Iaakov) que sería enterrado en su tierra”.
Pero quizás me atrevo a pensar que ese ascenso no será sólo geográfico vaticinando proféticamente que después de la esclavitud y el exilio, habrá finalmente una redención.
Siento que Dios está acompañando a Iaakov en este derrotero de aprendizajes que fue toda su vida, a descender- es decir- abandonar, dejar seguridades, arriesgar porque luego, cuando ascienda, también él estará con él.Martín Buber- citado en Reflexiones sobre la Parasha” de la Prof. Nejama Leibovitz- en su libro Königtum Gottes (El Reinado de Dios), pág. 62, insiste en la idea que el concepto de Dios de los patriarcas y de Israel no está ligado a un lugar santo, a un santuario, a un país, sino que lo considera como un rey en marcha con su pueblo (y con todos los pueblos), lo conduce, lo dirige, lo extrae de un país y lo lleva a otro.
Y me quedo acá. Para hablar de Dios. De Iaakov. Y de nosotros.
Dios se presenta en esta frase sublime como un Dios que no se ciñe a un espacio determinado y por tanto no nos ciñe a habitar tales o cuales edificaciones.
Dios es un rey en marcha con su pueblo. Repito. Dios es un rey en marcha con su pueblo. En su grandeza nos acompaña en las vicisitudes, en nuestros aciertos, nuestras dudas, nuestros fracasos, nuestros sueños, nuestras vacilaciones y nuestros errores.
–No temas en descender porque la fe que estás heredando- escucho atrevidamente el decir de Dios a Iaakov, es una fe que no ata a un espacio, sino que fortalece al creyente en sus avatares y búsquedas.
Iaakov va en busca de un hijo querido y perdido. Y habiendo aprendido que no es el camino del ocultamiento, el engreimiento y la traición el que lo llevará a entronizarse en la historia, teme estar nuevamente huyendo, como lo hizo al escaparse a Jarán.
Pero nadie huye cuando el fin es lo nutricio, la unión, la sanación, aunque a veces el mandato sea no dejar los espacios que hemos santificado porque son los que nos aseguran un buen pasar, una comodidad acostumbrada o un dolor crónico con el que jugamos no sentir nada.
Dios se viene con nosotros cuando decidimos no abandonar a los que queremos, a los que sufren, a los que hemos dejado de lado. Se exilia de las tierras a las que creíamos haber llegado para quedarnos, cuando nos damos cuenta de que estamos incompletos porque alguien/algo nos falta. Nos acompaña en nuestros sueños aún cuando parezcan irrealizables, si se nos llena el alma de ilusión.
Dios no está quieto en ningún santuario, en ninguna oración, ni ninguna doctrina. Dios nos quiere en movimiento, por eso es él el que va a alentar la caminata.
Vamos y venimos, de las seguridades a los riesgos. De los desencuentros a los abrazos. De los miedos a las certezas. Vamos y venimos y Dios va y viene con nosotros.
Tememos dejar nuestro status, nuestras aparentes posiciones dentro de la familia o de la sociedad, creyendo que cumplimos con la promesa de un mandato que hicimos nuestra inmóvil deidad.
No temas, dice Dios; cuando te mueve, aunque sea una partícula de ilusión, que puede transformarte la vida. Sal en búsqueda de lo que sientes que ya no tienes derecho a recuperar. Juégatela por lo que crees que te mereces, que te corresponde, más allá de los esquemas en los que estás inserto.
Iaakov se reecontrará con su hijo, aquel al que creía perdido. También se reencontrará con esos hijos a los que volverá a mirarlos a la cara porque ya no habrá ningún secreto. Y perderá el miedo de vivir en el “qué dirán”, porque la confianza (con fe)- a la que nosotros llamamos Dios- lo animó a la osadía y el deseo.
A marchar los caminos de la voluntad y la recuperación de todo lo que nos dijeron que habíamos perdido.
No temamos.
Dios se viene con nosotros.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.